Este gusto literario, que cultivó desde niña no se ciñó al estudio y la lectura: Hannah Arendt también fue una aventajada creadora y, en particular, una singular poeta.
Hannah Arendt (1906-1975), autora de obras inmortales comoLa condición humana, Sobre la violencia o Los orígenes del totalitarismo y una de las pensadoras más hondas, prolíficas y relevantes del siglo XX, fue durante toda su vida una reconocida amante de la literatura. Autores como Kafka, Lessing, Proust, Hölderlin, Heine, Dostoievski, Isak Dinesen, Goethe, Rilke, Schiller o Brecht adquieren en el conjunto de su obra un papel sobresaliente, no sólo cuando se ocupa de asuntos artísticos o estéticos, sino también y sobre todo cuando intentaba explicar la rica y compleja realidad que le tocó en suerte vivir.
Este gusto literario, que cultivó desde niña (cuando, fascinada, leía las historias de griegos y troyanos relatadas por Homero en la Ilíada y la Odisea), no se ciñó al estudio y la lectura: Hannah Arendt también fue, aunque pocos lo conocen, una aventajada creadora y, en particular, una singular poeta. Ella misma confesaba en una de las entrevistas que concedió (1964) que “la poesía ha sido muy importante en mi vida”, cuando aludía a la mencionada poesía griega y a su tesón por horadar las posibilidades de la literatura y de las artes en su necesaria sintonía y permanente diálogo con la filosofía.
Gracias a la fantástica traducción de Alberto Ciria y a la cuidada edición que Herder pone a nuestra disposición, ya disponemos de un fundamental volumen en el que se reúne la obra poética de Arendt, tan breve como fundamental, y que nos permite acercarnos a esta insustituible pensadora en una de sus más ignoradas vertientes. El volumen culmina con un enriquecedor y extenso epílogo de la profesora Irmela von der Lühe, en el que el lector queda informado convenientemente de la dimensión poética de Arendt.
Ya en su más tierna infancia, la pensadora de Hannover memorizaba piezas poéticas y, cuando entró en la universidad, era capaz de recitar, sin acudir a los textos escritos, extensos fragmentos de la antigüedad clásica griega. “Lo que quiero es comprender”, aseguró en su célebre conversación con Günter Gaus. Y la comprensión total, y el camino hacia ella, requiere de la participación y ejercicio de todas las disciplinas humanas, más si cabe de las artísticas, pues son las que primero se desarrollaron en los albores de los tiempos.
Arendt escribió sus primeros versos en los años 1923/1924. Los temas principales, en este punto inicial de su carrera académica, son el amor, la soledad y el desamparo. Es la época en la que una jovencísima Hannah (apenas contaba dieciocho años) se enamora del ya por entonces afamado profesor universitario Martin Heidegger (diecisiete años mayor que ella). Ambos quedan unidos por un romance clandestino que, corriendo el tiempo, habría de separarlos de manera casi definitiva, si bien la influencia que se ejercieron mutuamente quedó indeleble en sus ánimos e inteligencias.
Arendt no duda en referirse a “viejas heridas” que siempre “amenazarán con consumirnos”. Mas, a medida que su trayectoria filosófica va tomando forma y dotándose de contenido, sus poemas también crecen en temática y profundidad. La vida se “ahueca” poco a poco y su desarrollo va creando grietas por las que los temores y los miedos se cuelan irremediablemente: “conozco el vacío y conozco la gravedad”, esa fuerza que, irreprimible, nos ancla a la existencia y que acaba por hundirnos en un plano tan violento como necesario, el de la pura subsistencia. Si bien Arendt nunca se da por vencida: “Nada puede someterme”.
Damos en estos poemas, fundamentales para acercarse a su pensamiento y a su vida, con una Arendt tenaz, oscura pero esperanzada, descriptiva pero original, y del todo desconocida. Si bien “no hay escapatoria / a lo vacío y atemporal”, si bien “la muerte está en la vida. Lo sé, lo sé”, no quiere dejar escapar lo maravilloso de lo cotidiano, de lo que se da a cada instante y que es, sin embargo, irrepetible: “Por eso dejadme que os estreche la mano, días / etéreos”. Y es que nadie conoce “la balanza de la vida y los pesares”: el “rostro de la noche”, amenazante, nos observa, y nosotros devolvemos la mirada de soslayo, como si “nuestra patria” fueran las sombras.
Aunque Arendt tuvo siempre claro que nuestra auténtica “patria”, la patria de los asuntos humanos, es la acción. Nuestras acciones nos brindan la oportunidad de trazar, mediante lo efímero y frágil de nuestro hacer, un sendero único, insólito y libre. Por eso “nos dejamos la vida / cuando amamos, cuando vivimos”, y por eso “El fondo se desvela sólo a aquel / que logra rehacerse en plena caída / transformándola en vuelo”. A quien se atreve, a quien literalmente muere en el intento. El intento de vivir, y de hacerlo definitiva, radical y rotundamente.
Un volumen indispensable, único y esencial que nos introduce en una de las vías menos transitadas del corpus arendtiano, y que, leído en paralelo a sus diarios, permitirá conocer no sólo la cara teórica de su pensamiento, sino también la biografía y el crecimiento del mismo, para poder responder no sólo al qué, sino al cómo de su filosofía.
Desde detrás del cúmulo de cerros me hace señas
la inerte vaestedad
y despunta lo remoto, refulgente como luna en la
noche.