Por  Alejandro Saravia

 

Octavio Paz y Carlos Fuentes son dos grandes escritores mejicanos. El primero, premio Nobel de Literatura. Fuentes, como nuestro Borges, no, aunque lo merecían, ambos. Quizás no hayan sido “políticamente correctos” para la academia sueca. Carlos Fuentes, a quien tuve el inmenso placer de conocer, siempre atribuyó a Octavio Paz la figura burlesca, para los argentinos, de que los mejicanos descendían de los aztecas, los peruanos de los incas y los argentinos de los barcos. ¿Qué quería decir con ello? Que los ancestros mejicanos y peruanos eran/son más pulidos que el de los argentinos. Que ellos descendían de dos imperios majestuosos como fueron el azteca de Moctezuma y el incaico de Pachacutec, y que, una vez conquistados, los virreinatos de Méjico y Perú asombraban por sus lujos y riquezas, contrastando con el pobretón virreinato del Río de la Plata, creado recién en 1776, tierra de mercachifles y contrabandistas. Unos simples recién llegados. Por eso es que sólo descendían de los barcos. No tenían ancestros notables.

Para “tirar manteca al techo” tendría que llegar, recién, el final del siglo XIX pero, especialmente, los inicios del XX. En definitiva, unos simples arribistas. Que, como todo nuevo rico, construyeron casas fastuosas, aparatosas, para mostrar “al afuera” lo mucho que tenían. Escondían tras esa fastuosidad la humildad de su origen. De allí quedó a los argentinos aquel complejo de cómo nos ven los de afuera, sin darse cuenta de que ni siquiera nos miran, por ello es que ni nos ven.

La lamentable traspolación realizada por el presidente Fernández de que los brasileros salieron de la selva y los mejicanos de los indios, sacada de una canción de Lito Nebbia, integrante de la notable trova rosarina, y atribuida a Octavio Paz, sigue dándole la razón a éste, muerto hace ya tantos años, exactamente 23 años. En qué le da la razón?, pues, en la falta de pulimiento de nuestra dirigencia, en que seguimos siendo arribistas, en la ignorancia que ella porta y exhibe con desenfado. Ese es el patetismo de la frase de Fernández.

El Brasil contemporáneo fue ideado y realizado por un sociólogo de fama y respeto mundial, ideólogo en su momento de la Teoría de la dependencia: Fernando Enrique Cardoso. Es decir, un intelectual de nota. Creador, como ministro de economía, del Plan Real, que le dio a Brasil no sólo estabilidad en su nueva moneda sino también un rumbo virtuoso. No olvidemos que a principios del siglo XX nuestro PBI superaba holgadamente al de Brasil. Hoy, el de un solo Estado del mismo, San Pablo, supera con creces al de todo nuestro país. Precisamente, el Estado de Cardoso y el de Lula.

Nuestros otros vecinos, Uruguay y Chile, por ejemplo, dieron, respectivamente, un Sanguinetti o un Vázquez, o el propio Mujica, que si bien no fue ni es un intelectual al menos tuvo el sentido común y el respeto a las instituciones como para hacer una buena presidencia. Chile, un Lagos, una Bachelet, un Alessandri, un Frei, un Allende. Es decir, personas formadas, serias. Obviamente con diversas ideologías, pero serias. Méjico, PRI mediante aunque ya aguado, sigue dando emperadores que, eso sí, sólo por seis años.

El drama nuestro es que nuestros políticos contemporáneos, salvo algunos contados con los dedos, son ignorantes. Incultos. No formados. No son serios. Con un agravante: tienen, la mayoría de ellos, una visión distorsionada del país. No lo conocen y no lo palpitan. La cultura del AMBA, creación caprichosa y malintencionada tendiente a mezclar lo más rico y lo más miserable con ánimo distorsivo, impide ver la parte productiva de la Argentina. La laboriosa. Paradójicamente, la que está siendo asfixiada impositivamente.

Esa asfixia es lo que me hace pensar en que, en cualquier momento, se va a producir una rebelión fiscal. La estoy esperando como los californianos esperan el llamado por ellos Big One, es decir, el gran terremoto que habrá de ser producido por la Falla de San Andrés.

Miguel Cané escribió un libro llamado “Juvenilia”. En esa obra hablaba de una supuesta “arenilla dorada” que barnizaba a los porteños, dándoles brillo. Los dos últimos presidentes que tuvimos, y aún tenemos a uno de ellos, son porteños, y escuchándolos hablar cualquiera se da cuenta de que perdieron en absoluto esa arenilla dorada, que los ganó una opacidad irrevocable. La ignorancia de la que hablaba se nota “a flor de piel”.

Maurice Duverger, cito de memoria, en su libro sobre la política y las instituciones, hablaba de la influencia que tenía sobre ellas la geografía, entre otros factores. La ubicación geográfica. Eso da una determinada visión, una perspectiva. Por ello es que, en verdad, creo que nuestra próxima dirigencia nacional, cuya tarea habrá de ser sacarnos de esta larga crisis, y uno de cuyos síntomas es  esta grieta que sólo trasunta la mediocridad de nuestra dirigencia,  tendría que surgir de la Argentina productiva, no de la rentística ni de la extractiva. De la productiva. La grieta, la mediocre comodidad de la grieta, sólo podrá ser salvada tras una convocatoria superadora tendiente a recrear la Argentina productiva, la del esfuerzo, la del trabajo y el estudio. La del mérito.

Caso contrario vamos a seguir siendo gobernados por personas que confunden a Octavio Paz con Lito Nebbia, al cual respeto y me gusta mucho, pero convengamos que ocupan nichos culturales diferentes y el que los confunde es un simple ignorante. Lo patético es que ese ignorante, precisamente, es el presidente de la República.

En verdad, con dirigentes así, seamos sinceros, no salimos del pozo, de la grieta, del pantano.