Cada vez que un profesional de la salud amaga con candidatearse, el actual gerente consigue borrarlo del mapa. Se deshace de la competencia sin piedad, mientras convierte al Hospital en un lugar de elite, donde los que no tienen obra social, no pueden atenderse. 

Lucas Sorrentino

En 2013, al conocerse la injusta forma en que se había ido el doctor Héctor Rubén Harach del Hospital Oñativia, Cuarto Poder se hizo eco del hecho en una nota en la que se podía leer: cuando el Gerente General Marcelo Nallar te persigue, la cosa va en serio. No le importa que en el transcurso hunda su nosocomio ni perjudique a los pacientes: su persecución sigue y sigue: es como el conejo de Duracell de la venganza.

La metáfora es algo infantil y no da cuenta de la magnitud del accionar de Nallar. Porque cada vez que médicos de gran trayectoria suenan como potenciales gerentes, mágicamente son removidos. Apenas declaran su intención de disputar en elecciones el cargo que tiene  Nallar, empieza la pesadilla de esas personas, que terminan desapareciendo del hospital. 

El caso de Mateo Saravia sintetiza a la perfección el caso

Su problema empezó en 2019. Y fue cuando empezó a demostrar interés por ocupar la gerencia del Oñativia. «Siempre todos los los potenciales gerentes han sido removidos, muchos médicos con trayectoria… cuando estaban a punto de declarar su intención a la gerencia eran removidos por alguna razón, desaparecían del hospital», contó a CUARTO PODER. 

Nallar se asemeja a Putin en su obsesión por controlar a cualquier posible opositor, y en su ausencia de piedad a la hora de ejercer los castigos. 

En el caso de Saravia, hubo hostigamiento. No sólo a él, sino a toda toda una fracción del hospital. «A mí me perjudican, me sacaron las horas guardia. Me quitaron la productividad, empecé a tener problemas con cancelación de cirugías con pacientes programados del Interior en varias oportunidades, me suspendían la cirugía, me cambiaban incluso pacientes que yo tenía que operar y que había programado… me cambiaban de cirujano y hubo un montón de malos momentos que tenían que ver con esto», dijo Saravia. 

Nallar llegó al Oñativia como subgerente durante la administración del doctor Ernesto Saravia Day y en enero de 2012 agarró el timón del hospital. Nallar aprendió de Maquiavelo que más vale ser temido que amado para ser obedecido. Y fue implacable, no solo con Saravia, sino con todo aquel que no rindiera pleitesía. Durante su mandato, al menos cinco médicos se jubilaron antes de cumplir con la edad; también muchos de los médicos que ocupaban cargos de jefe de sector fueron separados de sus funciones; unas  ocho personas pidieron licencia por enfermedad; otros con tratamiento psiquiátrico; algunos prefirieron pedir licencia sin goce de sueldo y hay quienes directamente solicitaron el retiro voluntario. 

Mónica Nazr, una bioquímica de 22 años, denunció esto el año pasado: “El gerente acomodó a conocidos o amigos funcionales a la dirección. Las persecuciones que hay para beneficiar a ciertas personas, sin importarle el daño que le haga al que va quedando en el camino, no tienen justificativo. Terminé con una isquemia cardíaca, estoy con tratamiento de anemia. Dentro del hospital la presión me sube y me baja por los nervios que paso, tuve que ir al psiquiatra. Una situación totalmente violenta”. Ella pidió retiro voluntario. 

La endocrinóloga María Nieves Trejo opinó en un medio local: “Esta dirección del hospital no reconoce el valor académico de una persona, por eso Nallar no acepta a nadie que tenga más estandartes académicos que el mismo, porque tiene miedo de que le hagan sombra”, aseguró la profesional».

Compararlo con Putín puede parecer exagerado. Pero hay algo en la forma en que Nallar «barre» adversarios que remite a un régimen poco democrático: durante la pandemia exilió a simpatizantes de la lista opositora a la primera línea de fuego contra el Covid-19, entre los que se encontraba trabajadores con factores de riesgo (mayores de 60 años, hipertensos, obesos, insuficiencia renal crónica, etc.).  Sin piedad. Muchos de esos médicos podrían haber muerto.

Mateo Saravia terminó en el Hospital Papa Francisco, con un sumario por el que sigue luchando. «A mí lo que me interesa es que esto es recurrente, hay muchos casos, hay denuncias que están siendo cajoneadas»

Todos los testimonios coinciden sobre Nallar: es agresivo. La ira, a veces, lo desborda. ·»Hay antecedentes de violencia y en el hospital lo que pasa que el clima que se vive en ese hospital es tan tan denso que hay mucho miedo, hay mucho temor. Entonces la gente no se anima a decir las cosas».

¿Por qué, si Nallar es una máquina insaciable de meter miedo, todavía hay gente que busca ser gerente del Hospital Oñativia? La respuesta es sencilla: hay médicos que quieren que el hospital vuelva a ser lo que era. Desde que llegó Nallar todos notan que se tiende a atender solo a pacientes con obras sociales: no hay lugar para los más pobres. Al que no tiene obra social le dicen que no hay turno. Era un hospital que salía a hacer trabajos de extramuros de prevención, de promoción de la salud.

Los que se animan a Nallar son los que todavía creen en la salud pública. 

Messi al banco

En 2013, una de las primeras víctimas de Nallar fue uno de los mayores especialistas del mundo en tiroides, Héctor Rubén Harach. De él hablamos la semana pasada, pero es necesario recordar su caso. 

Había vuelto al Oñativia, cuando el hombre que le dio el nombre al hospital (y, sobre todo, su razón de ser) lo mandó llamar a Europa para que volviera y brindara sus conocimientos a los salteños implantando en aquel tiempo la técnica de punción de tiroides. Esto disminuyó dramáticamente el número de operaciones de tiroides con consecuente beneficio para los pacientes y el sistema de salud de la provincia.

Así fue como Nallar se deshizo de Harach: como este profesional solía, al terminar su trabajo en el área de patología, se iba a la oficina de al lado. En ese momento, en el que no estaba en el Sector Patología, enviaron el control volante y no lo encontraron aunque sí estaba dentro de las instalaciones. Nallar hizo constar que el médico estaba ausente de la institución (pese a que ahí se encontraba). La sanción ante la falta que Harach no cometió debería ser, según reglamento, una suspensión de 3 días, con la realización de un sumario para que alguien más pueda juzgar el incidente. Harach estuvo 9 años fuera del Oñativia y de los hospitales públicos de Salta. 

Hay algo en lo que muchos otros médicos coinciden: Nallar no podría haberse convertido en este pichón de dictador si no tuviera el respaldo del Ministerio de Salud de Salta, que mira constantemente a otro lado.