No podemos empezar a contar la historia de la sociedad salteña sin hablar de la creación del «Club 20».

Por Karla Lobos

 

Este club, el más famoso y menos accesible de Salta, sigue siendo una referencia para un restringido sector de la sociedad. Fue inaugurado el 20 de febrero de 1858. Pensado como un “centro de reuniones para la «culta sociedad salteña», una asociación exclusivamente masculina que en sus fundamentos expresa tener como finalidad “el placer, el progreso y el recreo”. 

Corría el año 1857. Salta estaba gobernada por el General Dionisio Puch, que en su programa de gobierno puso de manifiesto la necesidad de crear «un centro común de reuniones de placer para la culta sociedad de Salta». 

Para el 20 de febrero de 1858, aniversario de la batalla de Salta, un grupo de caballeros, inauguraba oficialmente el Club 20 de Febrero, institución que al día de la fecha solo permite como socios a los hombres .

Fueron cincuenta y cuatro los socios fundadores, que provenían de las familias más antiguas y acaudaladas de la provincia, todos con pasado militar y dueños de grandes extensiones territoriales en la provincia. Siete de estos caballeros ya habían sido gobernadores de la provincia antes de la creación de esta institución. 

Ellos tomaron el hecho de haber bautizado a su club con la fecha en que ocurrió la Batalla de Salta como la primera contribución de Salta en las guerras independentistas. Necesitaban construir una historia que los legitime como herederos del heroísmo y las glorias de quienes habían combatido en las guerras independentistas. 

A partir de la creación del «Club 20» se fueron imponiendo nuevas prácticas a familias salteñas que estaban enfrentadas por luchas políticas históricas. Se buscaba que ése espacio se convierta en «disciplinador» y «pacificador», donde se puedan resolver de forma “civilizada” los conflictos y rivalidades.

En ese momento el viejo dicho “nobleza obliga”, tomo cuerpo para este Club que, como único poseedor de títulos nobiliarios, grandes extensiones de tierra y respaldados por la fidelidad de la sangre, del suelo y del pasado, lograra legitimarse y autoproclamarse como la “gente decente” y los más capacitados para llevar las riendas de los destinos de la provincia. 

Ya desde 1865, la plaza principal de la ciudad de Salta, fue rodeada por un vallado de madera de un metro y medio de alto. Únicamente los señores de galera y damas de alcurnia podían acceder al interior de la plaza y pasear por las sendas diagonales, descansar y socializar. Esto sucedió hasta 1918. «Los cuatro lados de la plaza fueron un dominio exclusivo de quienes se autodenominaban “la sociedad”. Los demás estuvieron completamente excluidos y sus cuerpos no podían ser vistos ni transitar por el paseo principal”. El poder altamente simbólico y estigmatizante que ejercían los miembros de esta elite, incluida la cúpula eclesiástica, llegó al extremo de la pretensión de invisibilizar a los cuerpos en los espacios públicos. 

Para fines del siglo XIX, los grupos de elite se vieron obligados a desplegar todo un trabajo de construcción simbólica y material para mantener las distancias social e históricamente construidas. Del otro lado, los “otros”, «el populacho» o la gente común, era estigmatizada “unidos por el mismo color de la piel, están desde el analfabeto hasta al educado, desde el peón hasta al tendero, desde el asalariado hasta al cuentapropista”. 

Por esa misma época se produjo un aluvión inmigratorio, pero las elites locales estuvieron abiertas y dispuestas a integrar a esos europeos “blancos” recién llegados. El color de piel y la estima hacia lo europeo, siguió marcando un principio diferenciador y de distinción social. Algunos de ellos lograron convertirse en nuevos ricos y vincularse, vía matrimonial, con los locales. Aunque se estableció una verdadera puja entre los viejos y nuevos socios ricos. A tal punto que debieron refundar el Club para conciliar los intereses de las viejas familias empobrecidas y los nuevos ricos salteños. 

Así, luego de 165 años, las tradiciones de la «gente decente» que forman este distinguido club siguen vigentes. La prueba esta en la celebración del baile de las jovencitas del Club, con sus presentaciones públicas, lo que en aquella época venía a significar el hecho de que esa joven ya estaba lista para un selecto y restringido mercado matrimonial.

Dejando de lado al Club 20 y sus tradiciones, en una lista de apellidos repetidos en cargos públicos nacionales, se identificó a cuatro familias de actuación determinante en el orden político provincial: los Güemes, los Uriburu, los Ovejero y los Ortiz. La elite local estaba condicionada a cohesionarse y a coaligarse para preservar un espacio de poder propio, bajo la premisa de que la portación de un mismo apellido no garantizaba la existencia de estructuras nepóticas; pero sí el dominio y el poder a lo largo del tiempo en la región de pertenencia. 

Para el estudio de la elite salteña, algunos especialistas consideran más apropiada la categoría de «clanes familiares» para la lucha entre familias, que en este caso, se daba entre los Ovejero y los Patrón Costas.

La familia Ortiz, por otra parte, logró establecer que una red de relaciones de parentesco y matrimonio vinculó a numerosas familias pudientes en la Salta de 1800 a 1880. Estas alianzas favorecieron la formación de una elite local sólidamente estructurada, con miembros que en su desplazamiento por las nuevas repúblicas de Bolivia, Perú y Chile crearon una red de parentesco y matrimonio capaz de superar los límites geográficos y politicos. Uno de sus miembros, Francisco Ortíz Alemán, ostentó el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores durante la primera presidencia de Julio Argentino Roca y a su primo hermano, Miguel Ortíz Viola, le tocó el cargo de Ministro del Interior durante la presidencia del también salteño Victorino de la Plaza, quien anteriormente se desempeñó como Ministro de Relaciones Exteriores, durante la presidencia del cordobés José Figueroa Alcorta. 

Los Figueroa son otra familia de elite que detentó cargos públicos nacionales. Benjamín Figueroa Ávila, primo hermano de José Figueroa Alcorta, ocupó el cargo de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario ante el Gobierno de Bolivia, después de haber sido tres veces interventor federal en las provincias de La Rioja, Santiago del Estero y Catamarca. 

Los Uriburu ejercieron la dominación política, económica e ideológica en la provincia y escalaron a posiciones descollantes en la esfera nacional con seis de los once ministros nacionales y con José Félix Evaristo Uriburu, el segundo salteño que fue presidente de la Nación. 

Si de situación económica y social hablamos, a partir de 1880, la Argentina comienza a insertarse en los mercados internacionales, en base al desarrollo de un modelo agroexportador que, por supuesto, benefició principalmente a Buenos Aires y al Litoral, lo que, como era de esperarse, acentuó los desequilibrios regionales en el resto del país. La Pampa húmeda dio lugar a la «Argentina granero del mundo» y Salta, que no quería quedarse atrás, poco a poco fue desarticulando sus tradicionales circuitos económicos. Hasta ese momento, las principales fuentes de ingresos en la provincia eran la ganadería y las curtiembres, con la consiguiente venta de suelas al Litoral, lo que constituyó el principal ingreso y la comercialización del 18,75% del ganado en pie a Tucumán, Chile y Bolivia, quedando para el consumo interno el 81,25% restante. Pero como los balances no cerraban, ni con las entradas de dinero aportadas por los diferentes impuestos sobre guías, marcas y escuelas, papel sellado, los que resultaban bastante difícil de cobrar; el Ejecutivo provincial tuvo que recurrir a la venta de tierras públicas y a empréstitos para equilibrar las deficitarias cuentas de la Provincia. Empezaba a generarse la deuda provincial…

Los pensadores de la época tenían el convencimiento que la solución para la deprimida economía provincial era la construcción de caminos y de vías férreas. El gobernador Juan Solá reflexionaba de esta manera en 1883: «Me refiero, señores, al Ferrocarril Central Norte. Al gran motor impulsivo que desarrolla el comercio y las industrias de los pueblos con rapidez asombrosa. Ya ese elemento de vida incomparable, está á nuestras puertas, haciendo oír su poderoso silbato y afanándose por aproximarse cuanto antes a nuestros grandes centros sociales, conduciendo para el porvenir, prosperidad, bienestar y progreso».

A la par, un cronista de la época advertía: «…si el ferrocarril nos encuentra en el estado de pobreza y miseria en que nos encontramos hoy, en vez de ser un beneficio para nosotros, nos será perjudicial; pues nos empobrecerá más».

Cualquier parecido con la realidad actual, es mera coincidencia…