Era la hora del atardecer y el museo de arte contemporáneo de la ciudad (MAC) se viste de negro y dorado. La artista Soledad Sánchez Goldar da inicio a una acción performática, los objetos son láminas de oro volátiles, el instrumento el propio cuerpo. (May Rivainera)

De las últimas ideas que ha dejado el arte contemporáneo entre les aficionades, hay la que propone al público un objeto para contemplar. De éste cada quien se apropiaría al modo en que le sea accesible; a través de un esfuerzo del pensamiento en busca de la aprehensión de la idea que animó al artista a la producción de obra, por ejemplo. Tal vez, dejándose conmover por la obra, otros. Los hay quienes pueden pagar el precio del objeto, incluso, y coleccionar piezas únicas.

También circula por el ambiente un aire que estima del arte que sirve para comunicar o bien, que usando como medio materiales, dándoles a los mismos una forma nueva, sabría representar la vida para los vivos y así enseñar el sentido esencial del mundo.

Algunos artistas ofrecen materialmente un momento de su obra, partiendo de una noción de la misma como proceso antes que como producto acabado y definitivo. Entienden que la obra es más bien el modo en que un pensamiento va tomando forma y consistencia material, aunque también estética, en el transcurso de lo que dure la vida del hacedor de objetos artísticos.

Quizá decir hacedor en lugar de creador explica algo de lo que presentó la artista como acción performática. El acto consistía en no dejar que unas laminillas de oro toquen el suelo, a fuerza de soplidos. El material es una pieza bella en sí misma, se trata de hojas doradas porque de oro, leves con un peso tal que la fuerza de un soplo las impulsa, para descender luego dando giros en el espacio. Material que, en composición con la muestra Problemas Irresueltos, de Soledad Dahbar, dialogaba muy armónicamente.

Uno de los temas que subyace a Problemas Irresueltos es los descubrimientos en minería de la escultora, urbanista e inventora Lola Mora; reconocida artista plástica y pionera en prácticas relativas a la liberación femenina. En aquélla muestra, que funcionó durante el periodo Agosto – Septiembre en la planta baja del MAC, se trabaja con materiales extraídos de las entrañas de la tierra. Oro, en particular; en diferentes versiones: el más conocido dorado, rosa y blanco. Entonces las láminas suspendidas en el aire durante la obra Hasta el último aliento (Soledad Sánchez Goldar, 2019. Salta) resultaban afín al ambiente del museo en donde sucedía.

Ciertamente, por momentos daba la impresión que el museo como soporte institucional de la acción performática pasaba a formar parte del fondo, tornándose figura las láminas de oro sopladas. El  arte de accionar en tiempo presente y hacer de ello la obra, aunque ya tiene algunos años de historia y grandes artistas como representantes; sigue apareciendo, si no como novedoso, sí como extraño. Algo raro, que deja al público en un lugar en el que tiene que decidir si mirar, retirarse, compadecerse del artista, dejarse llevar por la situación y sentir lo que ésta le provoca, y esto último: sin dejarse distraer del aquí y ahora con los inevitables juicios de razón que van apareciendo en la mente mientras dura la performance.

Por ejemplo, en Hasta el último aliento no faltó quien dijo: ah, me pone tensa… ¿Qué estaba sucediendo? Que la artista soplaba la hoja dorada cada tres o cuatro segundos y, al parecer, la idea era mantenerla suspendida en el ambiente, que no toque el piso. Esto, durante una hora, lo que demoró en terminarse el block de hojas. Lo bello del material era que al soplarlo, en función de la intensidad con que arrojaba el aire la performer, se resquebrajaba y abría en el aire en varios fragmentos. De éstos, la artista debía decidir cual seguir soplando y cuales dejar caer, por lo general optaba por aquel fragmento mayor, que aún caía a una altura por encima de la cabeza. Había tensión, cierto, cuando el papel bajaba y ella soplaba desde el suelo en posiciones que difícilmente estemos acostumbrades a ver desplazarse un cuerpo. Sánchez Goldar reptaba, se arrodillaba, corría, caminaba hacia atrás, trepaba escalones de treinta centímetros, casi en automático. Instrumentalizada por el azar de los movimientos de los retazos de la hoja en los diferentes espacios de la planta baja. A veces la hoja finalmente tocaba el suelo y, acto seguido, otra hoja era puesta a flote.

En este punto valía preguntarse qué era lo importante, si la acción de soplar o la hoja. Porque al momento en que la primer hoja tocó el suelo y se vio a la artista ir en busca de otra… ¿El fin era soplar o que la hoja no cayera? Porque si era soplar, entonces era soplar para que la hoja no toque el piso, porque nada impedía que se sentara a soplar sin más. Sin hoja. Por el solo fin de soplar. Pero no, existía la hoja. Sin embargo, ¿era importante la hoja en sí? Porque cuando se fragmentaba en varios pedazos y éstos caían, hasta que luego el último caía… para después empezar con otra hoja, ¿todas las hojas eran la misma hoja? Es decir, tal vez no eran diferentes hojas y toda vez que una se fragmentaba y el último retazo finalmente caía, tal vez en ese momento la misma hoja volvía a aparecer en un block de hojas más bien cuántico, que abría un agujero temporal justo al primer instante. Al segundo en que había empezado la obra y loopeaba así el tiempo de la hoja y de la artista mas no el de les que estábamos allí presentes.

O tal vez era una forma de explicar que en el arte los números naturales y fragmentarios no existen, entonces la artista no elegía cuál fragmento seguir sosteniendo en el aire sino que cualquiera de éstos era la hoja toda. Tal vez la hoja toda no exista como noción en el arte y la hoja sea siempre unidad insumable, con lo cual tendríase que cuando el soplo atentaba contra la fragilidad del material y lo dispersaba, en realidad era destrucción para la mirada corriente pero inocuo para la naturaleza de la hoja, que no dejaba de ser hoja aún cuando un abismo se abriera en el plano de su existencia material como hoja de oro rectangular y volátil…

En fin, nadie de los allí contemplando se atrevía a irrumpir en la obra, ni para ayudar a soplar, ni para prestar aire, pulmones o un cuello para la artista. Una hora durante la cual estuvo inclinando el peso de la cabeza hacia atrás al tiempo que soplando y recorriendo los espacios de Problemas irresueltos. Excepto un niño que sí hablaba con la performer, le acercó una botella de agua y dejó próxima al lugar a donde ella recurría a buscar más hojas, se acercaba a ese cuerpo accionando e intentaba soplar. O también, manteniendo la distancia decía soplá Sole, soplá!  Y una se sonreía porque en realidad, él era parte de la obra. Porque el azar es parte de la obra en las artes performáticas, más aún, el azar es la obra. Lo inesperado, lo no planeado es la obra. Vale la aclaración, cada artista decide sobre este punto, si la acción estará permeable a lo inesperado (como en este caso) o no.

Como durante los primeros minutos de Hasta el último aliento, que una mujer encargada de la limpieza en el museo pasó con un limpiador de piso recogiendo los retazos de Hasta el último aliento que habían desprendidose con los primeros ímpetus del soplo… Hasta que preguntó ¿es basura, no era basura? Y eso también era la obra. Una pregunta del arte para el arte, ¿es basura, no era basura? Ese vilo en donde algunas obras nos dejan, cuestionándose una (íntimamente) si lo que está presenciando es arte. Qué de eso. Dónde. Porque es difícil pensar sin asiento material la realidad, a la vez que ante esa sensación incorpórea de estar siendo capturada una misma por una situación incomprensible, no es posible ya negar que algo de fascinación envuelve a la mente. Momentos en los que la razón falla en su deber de explicar la realidad para abordarla, para hacerla vivible. Sensación soportable, la de estar fascinado, quizás… sólo a condición de que del lado de lo que pregna la atención, se valore como vacío de intenciones. Ausencia de intención para con una, que está allí presente y no deja de estar aunque tampoco se explica muy claramente qué le retiene… Debe ser la experiencia estética, muy lejana a lo socialmente admitido como lindo y lo personalmente admitido como gusto.