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Hasta donde les da el cuero

Moksha sacará su primer disco: tres vagos talentosos que no quieren una etiqueta y apelan a la libertad como máxima musical. Conversamos acerca del devenir de la banda, las influencias del jazz y el proceso de grabación en un ambiente en el que no tener un vocalista significa que no te escuche ni tu mama. (R.E.)

Si bien la historia de la banda es corta hay un motivo fundamental para conocer un poco más de lo que hacen Darío Arroyo (guitarra), Ángel Flores (bajo) e Inti Jorge (bata); y es que los tres son parte de un escena emergente que se despega de cierto tradicionalismo rockero para apelar a la fusión de ritmos que hace de su música algo casi inclasificable, y de la banda una de escucha obligatoria para quienes están interesados en lo que las nuevas generaciones de músicos menores de 30 años tienen para aportar a los sonidos locales.

No juntamos en un bar del paseo de los poetas, afuerita, en una noche medio fresca que para no desentonar se tenía que bajar con un par de frescas. Mientras los perros se acomodan bajo las sillas para huirle a las gotas que caen del cielo, Darío nos cuenta un poco de la historia de Moksha que empezaba allá por el 2013 y con otra formación: “Con Inti nos conocimos hace unos años y comenzamos a tocar, teníamos otra banda pero era otro concepto musicalmente hablando, hacíamos canciones. En un momento el bajista (Serrucho, un personaje mítico a estas alturas) se va de la banda. Al mismo tiempo Inti tenía otra banda con Ezequiel Koss, era más de fusión con folclore y varios estilos (La Verde Coca) el violero se va de esa banda y ahí nos juntamos. Yo tenía un par de temas, los comenzamos a tocar y se fue armando. Fue todo muy natural, no sé si pensamos qué es lo que íbamos a hacer, cada uno tocó desde el palo de donde venía. Yo en esa época no estaba tan copado con el jazz y venía de otro lugar, de la canción y al juntarme con los vagos que estaban más en lo de la fusión empezó a salir lo germinal de los temas, los fuimos armando y con el tiempo nos fuimos volcando cada vez más hacia el lenguaje del jazz”.

Con esta formación inicial -Arroyo en viola, Koss en bajo y Jorge en bata- hacen la primer tocada en el ahora casi extinto galpón del Aristene Papi, en un festival del que casualmente participaba la banda (Tucuta Cachulomni) de quien luego sería el bajista de los Moksha: Ángel Flores más conocido como Duende. Darío recuerda esa primera presentación y la resume en un par de palabras “la primera tocada fue con el nombre Pulpo Sílfide, tras ensayar un mes, y fue horrible; justo yo tenía un pedal del año del pedo y tenía que configurarlo con el ampli y como no toqué con el mío no sabía que era para tanto, lo fui a conectar y hacía un ruido terrible, la guitarra parecía chatarra sonando”. Tras esa sesión de noise en vivo cambian el nombre y un tanto el repertorio, un poco más alejados de la canción y metidos más en la fusión se fueron presentando en algunos lugares un tanto insólitos, pero no mucho si uno considera la movida local: desde un concurso para telonear a Perro Ciego, pasando por tocadas que agrupaban a varios en una casa (Los sábados sustanciales del oeste), el bar La Musa y el tugurio sonoro más conocido como El Pasillo, son algunos ejemplos.

Precisamente en ese concurso para hacer de teloneros es que toca por primera vez el Duende cubriendo la ausencia por viaje de Koss, y nos cuenta: “Cuando ellos me hablan, ya nos conocíamos porque ellos nos venían a ver o nosotros a ellos, y tocamos juntos un par de veces”, de ahí quedó la formación actual de la banda, tras la partida del bajista el año pasado, “lo que me gustó mucho -nos dice Ángel- fueron las posibilidades de recursos armónicos. En un tema cada uno tenía su momento y tenía eso que es lo que nos atrapa y es el hilo conductor: la improvisación. Los temas son un desafío y ahí toco al 100% de lo que puedo tocar, porque me exigen técnicamente y eso pasa con cada uno de nosotros. El lenguaje que cada uno ha ido adquiriendo en este tiempo es lo que nos termina de unir, porque vamos todos por el mismo lugar, ese es el sonido de Moksha y lo tocamos hasta donde nos da el cuero”. A esto Darío agrega que “es muy importante escuchar los recursos que maneja una música, tal vez vos sabés dos acordes y podés tocar un tema, pero yo estoy buscando otra cosa. La música uno la puede hacer de distintas maneras y ver de distintas maneras, el jazz es una de esas; una manera de entenderla, que al menos yo no la encontré en otras músicas, aunque estoy seguro que la tienen. Pero bueno, ya estoy hablando cualquiera”.

El Duende continúa con esta secuencia estéreo en la que tratamos de explicarnos un poco entre todos lo que pueda llegar a ser esa búsqueda: “El origen de ese lenguaje es una búsqueda, que se la puede ver desde los discos del bop hasta los discos de hoy en día, porque no termina y todo el tiempo se renueva. El giro de Moksha es parte de esa búsqueda, porque uno consciente e inconscientemente está buscando algo, esas sensaciones que se transmiten tocando”. En este sentido la pregunta por el giro del sonido de la banda hacia una búsqueda más relacionada a lo instrumental se hace necesaria, ahí Darío se hace cargo de haber dejado de cantar y nos cuenta: “no soy cantante aunque me gusta cantar y componer, pero los vagos me dicen que canto feo. El cambio viene más que nada porque por mi parte comencé a darle más bola al instrumento y el estar copado con el jazz me hizo estudiar más las posibilidades que me daba, aunque no todas porque son infinitas. Es como aprender otro lenguaje, porque el jazz tiene un lenguaje más amplio musical”.

 Con la nueva incorporación realizaron un par más de tocadas en vivo, en el ciclo La Casa por la Ventana, organizado por la empresa de birra y la Casa de la Cultura local, además de el Festival de Jazz realizado a fines del año pasado: “Juntarse con todos esos monos que vinieron estuvo muy bueno, porque eso te estimula”, dice el Duende. Además el año pasado salieron seleccionados por el Fondo de Desarrollo Ciudadano y con esa plata es que comenzaron la grabación de su primer disco en una semana con sesiones de 6 horas diarias en Eco Estudio (Vaqueros) de Diego Mamaní. “Cuando fuimos al estudio ninguno tenía experiencia grabando, pensábamos en un principio que la idea era grabar todo junto”, nos dice Darío y agrega “después de la primera toma nos dimos cuenta que no nos gustaba cómo quedaba porque le hacía falta unidad y estar conforme cada uno con lo que estábamos tocando. La música tiene que tener la frescura de la espontaneidad y eso era con lo que no estábamos contentos”. Por su parte el Duende tiene una mirada un tanto más existencial del proceso de grabación y tira una frase digna del maestro Yoda: “Básicamente nos topamos con nuestra inexperiencia y fue espectacular, porque era como estar desnudo: éramos nuestros propios conejillos de indias”.

Otro factor que influyó al momento de grabar fue el tiempo, porque los vagos no contaban con una extensión indefinida de días para terminar las grabaciones, entonces optaron por hacerla corta y grabar los tres tocando al mismo tiempo pero por secciones, para luego terminar los temas como un rompecabezas, uniendo cada parte hasta llegar a la cohesión sonora buscada, “ahí comenzamos a notar que salía mejor, concentrados en fragmentos; luego hay solos que se grabaron después por una cuestión de tiempo en el estudio”, comenta Darío y luego nos hace una confesión: “en algún momento pensamos invitar a gente que toque otros instrumentos, pero optamos por ser los tres y nada más; tocando en tiempo real a fuego”. A esto el Duende agrega: “hay momentos en la improvisación donde uno tira una soga al otro, porque los temas no tienen una forma estándar ABA sino una forma estándar para nosotros”. Ese estándar de la fusión al que refiere está dado por la mezcla de ritmos o de “aires” como dicen los vagos: “aires de funk, candombe, chacarera, rock, zamba, un power trio con mucho 6/8”, la cual sería más o menos la definición del sonido de este disco.

La fecha para la salida del formato físico que contará con 8 temas no está todavía definida, aún falta ajustar algunos detalles, pero los changos aseguran que será en los próximos meses, cuando desde Cultura de la provincia les terminen de pagar la plata del Fondo. Nuestra conversación continúa girando por otros lados, pensando el bajón que es para bandas como los Moksha no contar con lugares para tocar y las formas en que alguien, tocando un instrumento, puede subsistir en esta ciudad, pero eso ya es parte de otra entrevista. Cuando les pregunto si quieren agregar algo más, el Duende me responde: “yo lo que agregaría es una birra más”, luego se levanta y dice que va a hablar con León, el dueño del bar para organizar una “fechita”, luego vuelve sin la birra pero con la fecha lista para fines de mayo. Ahí estaremos para escucharlos.