El pasado viernes Violeta Osorio, una de las representantes de Las Casildas, estuvo en Salta para participar de la primera formación de doulas.  En diálogo con este semanario se refirió a las cifras de la violencia obstétrica y sus modos de invisibilización y naturalización. (Diana Deharbe)

Las Casildas es una fundación feminista con sitio en Buenos Aires que, desde el año 2011, tiene como objetivo generar propuestas que contribuyan a visibilizar problemáticas relacionadas con la violencia obstétrica y los derechos sexuales y reproductivos. En el año 2013, crearon el primer Observatorio de Violencia Obstétrica de Argentina convencidas de la urgente necesidad de recolectar y sistematizar datos y estadísticas sobre una de las modalidades de la violencia contra las mujeres más invisibilizada, la obstétrica, “el objetivo era cuantificar en números la vulneración de derechos”, especificó Osorio.

Este tipo de violencia está contemplada en el artículo 6, inciso “e” la ley Nº 26.485 (Ley Integral de Protección contra la Violencia) es definida como: “aquella que ejerce el personal de salud sobre el cuerpo y los procesos reproductivos de las mujeres, expresada en un trato deshumanizado, un abuso de medicalización y patologización de los procesos naturales, de conformidad con la Ley 25.929”.

El primer informe elaborado por el observatorio consistió en la realización de una Encuesta de atención al parto/cesárea, durante el plazo de casi un año y mediante un cuestionario anónimo auto-administrado (presencial y online), “la encuesta arroja resultados demoledores, queda bien en claro la sistematicidad que posee el modelo médico-hegemónico para vulnerar nuestros cuerpos y nuestra autonomía”, enfatizó Violeta.

Intervenciones excesivas sobre el cuerpo de la mujer o del recién nacido que superan los estándares recomendados por la OMS, elevado índices de cesáreas, episiotomías, falta de información, estigmatización además de las altas cifras de maltrato verbal referidas por las mujeres, son algunos de los datos que se desprenden del informe.

Formada como actriz, Osorio sostiene que los relatos de las mujeres en donde puede identificarse este tipo de violencia son homogéneos, “todas referimos los mismos abusos, maltratos y vulneraciones, persiste como creencia cultural que los casos de violencia obstétrica son aislados, un ‘problema de mujeres débiles’”.

Uno de los obstáculos más difíciles que obturan la reflexión sobre el tema son los relatos culturales en donde el parto se asocia a un evento traumático del cual las mujeres sobreviven gracias a la intervención médica, por lo cual, “la primera reacción consiste en poner la carga de la culpa en nosotras, en cuestionarnos qué hicimos mal y, en general, muchas mujeres no logramos deconstruir este tipo de violencia y cómo nos afecta porque no hay espacios habilitados para hablar de ella”, sostuvo Osorio.

Este año se presentaron los resultados del segundo relevamiento en donde se indagó cuál es el impacto de las secuelas que deja este tipo de violencia sobre el cuerpo de las mujeres, en la vida sexual y reproductiva posterior, en el vínculo con el hijo/a y se incluyeron las situaciones de aborto, pos-aborto y muertes gestacionales. “La complejidad del segundo relevamiento es que, para poder llenarla, debías reconocerte como víctima de violencia obstétrica, por ello solo obtuvimos 1106 casos lo que nos hace pensar en lo difícil que es para nosotras como mujeres reconocernos víctimas de la violencia machista porque estamos socializadas para tolerar y naturalizar esa violencia, creemos que está bien y que eso nos salva la vida”, afirmó Violeta.

Violencia y maternidad

Otro de los obstáculos que le impiden a las mujeres y a la sociedad toda reflexionar sobre esta modalidad específica de la violencia son los estereotipos que circulan en la sociedad sobre la maternidad en dónde “las mujeres tenemos inhabilitada la palabra para poder decir lo que pensamos, sentimos, deseamos sobre ello, porque pareciera que admitir que ‘fue el peor día de nuestras vidas’ es igual a afirmar que ‘no amo a mi hijo’ y ahí es donde actúa la estigmatización social, el disciplinamiento que nosotras mismas nos infligimos porque lo tenemos interiorizado. Ya de por sí es violento entender la maternidad como abnegación, sacrificio y sufrimiento”, destaca la entrevistada.

Osorio rescata que Argentina, a nivel Latinoamérica, es pionera y un ejemplo a seguir por otros países no sólo por sus marcos normativos sino también por la activa participación y movilización social de las agrupaciones y colectivas de mujeres y disidencias, aun así, “nosotras entendemos que el gran problema de la violencia obstétrica es que no es ni médico ni científico sino que es un problema cultural y político y tiene que ver con el lugar que ocupamos las mujeres en la sociedad. Los femicidios y todos los hechos de violencia contra las mujeres están estrechamente relacionado con lo que sucede en una sala de parto, específicamente la violencia obstétrica es el síntoma de una sociedad que es misógina, cruel e invasiva con la vida de las mujeres. La imagen de una mujer es una sala de parto es un claro ejemplo de lo que la sociedad nos exige en la vida cotidiana pero de una manera exacerbada: estar acostada, con las piernas abiertas, disponibles al varón, mirando para el techo, atadas, esto da cuenta de que cualquiera está habilitado a usar, decir, hablar, actuar sobre nuestro cuerpo atentando contra nuestra libertad y autonomía”, sostiene Osorio.

Violeta sostiene que para poder hablar de violencia obstétrica debemos, primero, poder deconstruir los estereotipos que circulan en los medios sobre la maternidad y el embarazo, “lo que vemos en publicidades y en los medios son mujer embarazadas sin cabeza, nosotros tenemos asociada la maternidad al útero, en esos discursos no hay una mujer, hay un envase cuyo destino es reproducir la mano de obra necesaria para alimentar el sistema. Estás campañas se reiteran tanto en sectores antiderechos como en los organismos oficiales que promueven los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres; y esto es muy peligroso y colabora en la reproducción de esos estereotipos e imaginarios donde las mujeres somos sólo un útero y se reafirma la veta política del problema, de que nosotras crecemos sabiendo que en estos procesos no importamos, lo único que importa es que seamos un buen envase”.