Al «Oso» Leavy le sobran motivos para quedarse callado. Junto a José Vilariño apañaron a Juan Ameri. Nora Giménez, por conseguir un carguito, se quedó en el molde y hoy es responsable, en parte, de nunca haber hablado “en nombre de sus compañeras». ¿Cuántos años más deberán pasar para que alguien ponga freno al desbande del kirchnerismo?

La cálida noche del jueves en Salta, tuvo todos los condimentos. Hasta los de la calentura. Y de paso cañazo puso más en evidencia o, puso definitivamente en evidencia, el abismo que separa a la clase política y a la clase gobernante, de los ciudadanos de a pie. Ahora sí se vino el baile. Todo el mundo, literalmente, sabe qué hizo Juan Emilio Ameri. Así también un importantísimo grupo de rufianes, salieron a pintarse la cara de moralidad como si hubiésemos vuelto a los tiempos del impiadoso Girolamo Savonarola. Hablamos del monje florentino que mandaba a quemar a los inmorales, según quien él considerase que lo fuere.

Pero no deben caber dudas que lo de Ameri es indefendible (pese a algunas defensas), pero ya está. Apareció en cámara en todos los televisores del planeta y rajó. También era lo más fácil. Porque mientras Ameri intentaba infructuosamente esgrimir una vergonzosa defensa, el acaparador jefe del Partido de la Victoria, Sergio Napoléon “soy el Oso y quiero todo para mi” Leavy estaba en silencio. Silencio de radio. Motivos le sobran para quedarse mudo.

De haber denunciado de puro pico, sin hacer nada más, en las escalinatas del Juzgado Federal al entonces candidato Gustavo Saenz; a ser una suerte de mantecoso subsidiado, no le ha provocado mucho rubor. Pero hablamos, del único responsable de que Ameri haya integrado la lista de diputados nacionales, porque implantó en su partido la practica estalinista del “nada se discute, todo es mío, todo decido yo”. La única un poquito más digna fue la senadora Nora Giménez, pero que también es otro tapón que no deja surgir.

Es más, conseguido el carguito, me quedo calladita, nunca un “en nombre de mis compañeras, voy a exigir que se nos escuche”. ¿De dónde lo sacó el Oso a Ameri? Nadie sabe, y ahí están las consecuencias. ¿Cómo llegó al podio? Porque el Oso fue candidato a todo: diputado, senador y gobernador, sin renunciar a la intendencia de Tartagal al principio. Colgado de la boleta de Cristina se creyó Perón. Solo para él solo, pero se comió una paliza como perro huevero, según el dicho popular.

A pesar de que los televisores ardían con las imágenes hot del “chichigate”, la única maniobra inmediata de Leavy, fue posicionar al médico Justino Ustares, quien sigue en la lista a Alcira Figueroa. La diputada Verónica Caliva, tuvo que salir a cruzarlo, sin nombrarlo, para aclarar que sería Figueroa la diputada. Al oído dicen, “lo que pasa es que el Oso es facho”. Pero el tema es que desde el orden nacional se sabe, que la furia de Cristina no se hará esperar; y entonces puede pasar que hasta José Vilariño se quede sin cigarrillos, que es lo mismo que decir que los más de 300 palos que recibe para distribuir por el Fondo del Tabaco, se conviertan rápidamente en humo. La realidad es que el Partido de la Victoria tiene muchos dirigentes postergados en Salta, y la furia contra Leavy es muchísimo mayor que la que ocasionó el “chichigate”. Como por ahí dijo la ex titular del INADI, María Rachid: no se hagan los boludos ni los moralistas, porque si nos ponemos a escarbar no queda ni uno en pie.

La responsabilidad de Leavy tiene otro matiz. Igual, o más escandaloso que el “chichigate”. Trató de aprovechar los niños muertos de la comunidad Wichi para hacer política a su favor, durante todos los años en que estuvo al frente de la intendencia de Tartagal.  Ni siquiera se preocupó por saber que había pasado cuando “Juana” la niña wichi, fue violada en manada. Pero sí le preocupaba salvarle el pellejo a la asesora Eugenia María Celeste Hernández Berni, una de las responsables de no haber hecho nada en el caso “Juana”. La misma que posteriormente fue impugnada por el gremio judicial, acusada de actos reiterados de violencia laboral, cuando concursó el mismo cargo para venirse a Salta, donde sigue ejerciendo el mismo trato impiadoso.

Leavy  también fue acusado por sus opositores locales, de aprovecharse de la pandemia para hacer política en contra del gobierno provincial ¿Qué hizo Leavy por la salud de los tartagalenses y de la comunidad wichi? Absolutamente nada. Y cuando alguien le fue a pedir que haga, le rajó una puteada, sin ningún problema.

Pese a la gran cantidad de dirigentes jóvenes que tiene el Partido de la Victoria, Leavy se preocupó de que en la lista de diputados nacionales estuviese Ameri, nacido en la provincia de Buenos Aires, donde vivió toda su vida. Nadie sabe cómo aterrizó en Salta, después de la crisis del 2001 y lo que es peor, fue el principal fogoneador de que se tomen tierras y se generen asentamientos, para desestabilizar al gobierno provincial. Nadie sabe qué mérito tenía para ser candidato, y parte de una estrategia de corrimiento, donde sabía que después que el Oso y Nora Giménez se fueran de senadores, el asumía la banca. Estaba cantado. Su agrupación denominada “El Aguante”, bien podría llamarse “El Apriete”, y apretando a militantes kirchneristas, fue escalando posiciones. Todo tipo de aprietes, cariñosos y de los otros ¿No sabía todo esto el Oso Leavy o se hizo directamente el boludo?

En realidad, lo que hizo Ameri tiene su lógica. Con la cámara prendida, fue el espejo de su jefe el Oso, quien chupa los pezones del Estado impunemente, y a la vista de todos. Todo lo que estuvo a su alcance se lo apropió. Y el catastrófico resultado electoral del Frente de Todos en Salta, es la consecuencia directa de un dirigente que hizo de la prepotencia, el lucro personal, y la ganancia fácil un estilo de vida. Si hoy hubieran elecciones, sabe que si sacara un 5%, sería como ganarse la lotería, porque los putean propios y ajenos, en un momento donde el Covid arrasa no solamente con vidas humanas, sino con la economía de Salta y del país.

Lo de Ameri, todos lo sabíamos en Salta. Lo del Leavy también. Entonces nos quedamos preguntándonos ¿Cuántos años más, o cuantos “chichigate” deberán pasar, para que alguien ponga freno a la crónica angurria del Oso?