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Feminización del pauperismo

 

La política incorporó en los últimos años la discusión en torno al patriarcado, la agenda impuesta por el movimiento de mujeres. De cara a unas elecciones llenas de candidatos machos, la situación de las trabajadoras de Salta se mantiene igual que años atrás: ominosa. (Franco Hessling)

Uno de los temas que se ha instalado en la agenda política, más por prepotencia del movimiento de mujeres que por artera inteligencia colectiva, es la problemática acarreada por el sistema de dominación patriarcal, en su peor faceta materializado en los femicidios, pero sigilosamente pringoso en instituciones, órdenes sociales, protocolos, imaginarios, y varios etcétera de lastre machista. Entre ellos, el campo laboral, adonde la mujer tiene menos oportunidades, peores condiciones y disimilitud con los salarios de sus compañeros varones.

Esta semana, la senadora provincial por capital, representante del Partido Obrero (PO), Gabriela Cerrano, fue entrevistada en una emisora local y aprovechó para rememorar datos sobre la situación de la mujer en el mundo laboral local. La legisladora apuntó que “en Salta hay más mujeres desocupadas (9,5%) que varones (8,5%)”. Los datos corresponden a las estadísticas laborales de 2016 publicadas por el Indec (Instituto Nacional de Estadística y Censos).

La tasa de empleo provincial, teniendo en cuenta que las mujeres representan el 50,7% de las personas en edad de trabajar, es ampliamente desfavorable para cualquiera que sea salteño, pero doblemente adversa para las mujeres. La tasa de empleo entre las féminas es del 42,8%, contra un 59,4% en los hombres. El desempleo en general es significativo y el trabajo en negro de la capital y los municipios aledaños secunda en el país a la surrealista capital de Santiago del Estero, que tiene porcentualmente más empleo irregular que trabajo formal (52%); Salta tiene un 42,5% de masa laboral no registrada. El panorama laboral global es de pauperismo, y se acentúa si se posa la mirada exclusivamente en las mujeres.

Consultada por Cuarto Poder para ampliar sus declaraciones radiales, Cerrano recuperó datos de años anteriores para demostrar que es una problemática sostenida: “A fines de 2015, el Ministerio de Trabajo de la Nación publicó que en la provincia había alrededor de 15 mil empleadas de casas particulares, de las que sólo 500 se encontraban registradas; eso representa nada más que el 3%”.

Cerrano añade que en sectores clave de la economía informal, como la gastronomía, el comercio y los puestos de ferias, la presencia de mujeres se acrecienta, llegando a superar la de los hombres. En las sandwicherías, indicó quien defenderá su banca en el Senado provincial este año, las mujeres ocupan el 52% del reparto laboral. Sobre el total de mujeres con trabajo remunerado, el 35% tiene el privilegio de estar registrado. Módico.

La mano ciega

Pese a su importancia para que la maquinaria productiva se mantenga activa, el trabajo en el hogar y los cuidados, en muchos casos no es remunerado. El mercado no es una mano invisible, es ciega.

Un informe de Fundara (Fundación para el Análisis y la Reflexión de la Argentina), publicado en abril de este año, enfatiza que: “En la provincia de Salta se calcula que un 66,9% de los mayores de 18 años realiza actividades no remuneradas. Cuando se diferencia por sexo, se puede ver que el 46,6% de los varones realiza tareas vinculadas a los quehaceres domésticos, el apoyo escolar o el cuidado de personas, dedicándole un promedio de 3,5 horas diarias. En el caso de las mujeres, esta proporción asciende al 85,2%, con un promedio por día de 6 a 7 horas”.

El equipo de Fundara se cuida de dejar estos guarismos a la libre interpretación aclarando su posición al respecto: “Los datos permiten evidenciar que el trabajo doméstico y los cuidados no se distribuyen equitativamente entre ambos sexos. El hecho de que la carga horaria y la participación femenina duplique a la masculina por una jornada laboral que resulta invisibilizada, tiene importantes implicaciones para la autonomía de la mujer, con oportunidades limitadas para participar en el mercado laboral, restringida la posibilidad de independencia económica para la satisfacción de sus propias necesidades”.

Mea culpa patriarcal

Cuando un fenómeno se sostiene en el tiempo se convierte en una cuestión estructural, es decir, inherente al funcionamiento del sistema vigente, no circunstancial ni contingente, sino condición necesaria. El trabajo informal, la tasa de desempleados -en alza-, la flexibilización y tercerización -también en alza-, el solapamiento de las labores domésticas -muchas veces no remuneradas-, y la desigualdad de género entre los trabajadores, son novedad sólo porque perviven a lo largo del tiempo. Los puntos porcentuales, valores más valores menos, que se contrasten con las estadísticas específicas anteriores, son puros vaivenes numéricos.

Dos de esos aspectos han cobrado valor en la opinión publicada desde hace relativamente poco tiempo. Se trata de las faenas domésticas y la desigualdad de género laboral, ambas cuestiones atravesadas por el régimen patriarcal. Los quehaceres del hogar suelen recaer en las mujeres mientras que, por igual tarea, algunos empleadores les pagan más a los “enfalados” (portadores de falo).

Esto último ocurre con frecuencia en el sector privado, aunque para estar seguros de exculpar al sector público se requeriría una labor hercúlea, hay tantas administraciones estatales -municipales, provinciales y nacionales- y de distinta estructura -ejecutiva, legislativa y judicial-, que para poder estar convencidos que no hay desigualdad salarial entre mujeres y hombres habría que contar con una tropa de investigadores que supere en número a los trols del Jefe de Gabinete de la Nación, Marcos Peña. La mitología contemporánea estima que los lugartenientes cibernéticos de Peña ascienden a millones. Lo cierto es que aún hoy, por una misma función y ejecución, una mujer percibe menos haberes.

Algunas discusiones al respecto dan cuenta de la metamorfosis que experimenta el patriarcado, un sistema de dominación vivo que, símil al capitalismo, se reinventa permanentemente. En un ejemplo práctico: la fuerza del movimiento argentino de mujeres impuso debates de resistencia que, con más o menos avance según los casos particulares, empiezan a traer consecuencias tales como la división más equitativa de las tareas domésticas o la participación paterna en los cuidados. Se ha creado consenso sobre que los quehaceres hogareños no son responsabilidad exclusiva de las mujeres, no obstante, muchos hombres sienten (sentimos) que “ayudan” (ayudamos) en vez de asumir la parte que les (nos) toca como una responsabilidad.

(Nota mental del autor para el concejal misógino, Andrés “anacrónico” Suriani: lavar los platos no es hacerle un favor a ninguna mujer. Las escobas son unisex, no de uso exclusivo de las “brujas”. Cocinar no es un hobbie eventual de gran chef patriarcal que se regodea con un asado, es una práctica necesaria y compartida, no hay privilegios en la asunción de responsabilidades alimenticias. Un abrazo y un beso a un hijo o un amigo no es debilidad, es afecto).   

Ese tipo de escenarios hace ostensibles los rescoldos del patriarcado vigente hasta hace unos años, aquel que le imponía a las mujeres bregar en soledad por lo que se conoce como la “economía de los cuidados” (contención emocional y material del núcleo familiar-afectivo, desde hacer la comida hasta estrechar un abrazo).Como complemento a los quehaceres no remunerados, hegemonizados por las mujeres, tenemos la persistente situación de precarización laboral de los contratados para la economía de los cuidados, las empleadas domésticas. Cuando una familia-unidad microeconómica opta por recibir ayuda externa, o directamente tercerizar las responsabilidades del hogar, suele contratar mujeres a las que les pagan en negro.

El pauperismo laboral sigue teniendo estampa de mujer.