Captada con tan solo 17 años, Amelia fue explotada en más de cuarenta prostíbulos españoles, y lucha ahora por la abolición de la prostitución.
«La prostitución es violencia machista, es violencia de los hombres hacia las mujeres por el mero hecho de serlo», afirma.
«Comprendí que mi historia personal era algo más, era una cuestión profundamente política, era la historia de las mujeres que el patriarcado pone a disposición de los hombres como mujeres públicas», asegura.
«El proxenetismo se ha convertido en una industria que no tiene fronteras, que mueve la economía de países», denuncia.
Lamenta también la falta de una educación afectivo-sexual para los jóvenes, que muchas veces se suple con la pornografía.
Fue violada con 13 años y, a los 17, la captaron en su país de origen, Rumanía, para traerla a España. La explotaron durante cinco años en más de cuarenta prostíbulos —en cuarenta «campos de concentración», que es como se refiere a ellos— del Estado. Hace doce años que Amelia Tiganus consiguió salir del sistema prostitucional y ahora lucha en pos del abolicionismo desde una perspectiva feminista, la misma que le ayudó a liberarse, a descubrir que la culpa no era suya. Asegura que el proxenetismo es un problema muy amplio, relacionado con el neoliberalismo y la globalización, y que entre sus principales actores se cuentan los «puteros», pero también los Estados como España, que se aprovechan económicamente de todo el dinero que mueve la industria. «Si luchamos para conseguir la igualdad real, tendremos que pensar en esas mujeres a las que realmente no se les ha dejado ser más que ese cuerpo», propugna.
A pesar de haber pasado por un infierno, o quizá precisamente por eso, la voz de Amelia resuena con fuerza. Es didáctica, sus palabras son pequeñas dosis educativas que abren los ojos del que sepa escucharla y ayudan a comprender un sistema que parece muy alejado, casi irreal, pero que, en realidad, está ahí, a la vuelta de la esquina. Y es de magnitudes considerables. Amelia comienza relatando su historia personal:
—A los 13 años fui violada en grupo y, a partir de ese momento, toda mi vida se quebró y me convertí en una mujer desechable, que es el destino de muchas mujeres que sufren la violencia sexual. En esa situación, la propia sociedad me rechazó y me marginalizó, me estigmatizó y me victimizó. Todo cambió, porque, a partir de ese momento de mi vida, me convertí en una adolescente muy vulnerable, cosa que los proxenetas supieron aprovechar. De hecho, es así como funcionan las redes de trata en los países de origen. Rumanía, donde nací, es uno de los mayores exportadores de la materia prima que utiliza la industria del sexo, que somos nosotras, las mujeres, mayoritariamente procedentes del sur del mundo o del este de Europa. Con 17 años y medio, me captaron allí, y me vendieron a un proxeneta español por 300 euros, acumulando una deuda de 3000 entre pasaportes, viaje, ropa… es el sistema de acumular deuda que suele haber. Fui explotada durante cinco años en más de cuarenta prostíbulos del Estado español.
—¿Te sirvió el movimiento feminista de soporte para avanzar después de atravesar esa dura situación?
—Hace doce años, conseguí salir del sistema prostitucional. Uso ese término cuando quiero afirmar que estoy en contra, porque si digo que estoy en contra de la prostitución, hay gente que entiende que estamos en contra de las mujeres prostituidas, cuando no es así. En el imaginario colectivo, prostitución parece ser que es sinónimo de prostituta, cuando realmente nos estamos refiriendo a todo un sistema. Es una institución patriarcal, que define el lugar de unas y de otras y de los hombres y las mujeres en el mundo, pero también es un sistema que lo conforman los Estados —algunos exportadores y otros importadores de esta materia prima—, los proxenetas —a los que en el Estado español se les suele dar el nombre de ‘empresarios’, cuando no son más que proxenetas que explotan sexualmente a las mujeres— y los hombres que demandan la prostitución, que son los puteros; nunca los llamo clientes, porque pienso que no puede tener el mismo nombre un hombre que va a comprar el pan y otro que penetra por todos los agujeros a mujeres en situaciones de extrema vulnerabilidad. Es un matiz fundamental.
Hablando de estar en contra de este sistema prostitucional, me defino como superviviente de él: hace doce años que salí físicamente de él, y digo físicamente porque aún a día de hoy, todos los días estoy saliendo de la prostitución, ya que las heridas psicológicas que deja el paso por ese campo de concentración son muy profundas. El feminismo lo descubrí hace cinco años y fue un momento liberador, porque descubrir la existencia del patriarcado me permitió liberarme de la culpa, de la vergüenza, del miedo… y comprendí que mi historia personal era algo más que eso, era una cuestión profundamente política, era la historia de las mujeres que el patriarcado pone a disposición de los hombres como mujeres públicas. A raíz de eso empezó mi activismo, puesto que conocer la experiencia vivida y también la teoría me obligó, de alguna manera, a convertirme en un sujeto activo de lucha en contra de lo que pienso y creo con todas mis fuerzas que es algo que no podemos permitir. No se puede permitir que siga habiendo espacios libres de feminismo en los que los hombres se puedan resguardar y en los que las mujeres no tienen otra opción que dejarse hacer porque no se les ha permitido ser otra cosa que no sea un cuerpo.
«Los jóvenes se sienten frustrados y el único placer lo sienten denigrando, violentando mujeres»
—Entonces, ¿crees que gran parte del problema viene de los puteros, de los hombres que abusan de vuestros cuerpos?
—El problema es mucho más amplio y tiene que ver con el neoliberalismo y la globalización, porque el proxenetismo se ha convertido en una industria que no tiene fronteras, que mueve la economía de países. Lo que sí pienso es que los puteros son los que sostienen económicamente esta gran industria y, así como se fabrican putas a través del empobrecimiento de las mujeres y de la violencia sexual que se ejerce sobre nosotras desde edades cada vez más tempranas, también hay un interés en fabricar puteros para que la rueda siga girando y se siga generando muchísimo dinero. La pornografía, por ejemplo, es una gran herramienta para la fabricación de puteros.
—De hecho, hace poco publicó un estudio la Universidad de las Islas Baleares según el que uno de cada cuatro chicos consume porno antes de los 13 años.
—Sí, y el estudio apunta también que hay más casos a partir de los 8 años. Esto es problemático y está intrínsecamente ligado al consumo de los cuerpos. Ya hay adolescentes, de alrededor de 16 años, con problemas de disfunción eréctil. Estamos ante una catástrofe, porque la pornografía se consume desde edades cada vez más tempranas y es la única educación sexual, dada la falta de una formación afectivo-sexual. Así es muy fácil perder la vista la conexión que hay entre el cuerpo y el ser, porque se nos está diciendo que son dos cosas diferentes, que no tienen nada que ver. Vamos a ser incapaces de relacionarnos entre hombres y mujeres desde la libertad, desde el deseo de descubrir nuestros cuerpos, nuestro placer. Para los chicos jóvenes, se convierte en una gran frustración, que alimenta cada vez más la violencia, porque se sienten frustrados y el único placer lo sienten denigrando, violentando mujeres. Estamos fabricando agresores sexuales a escala industrial.
Esa disociación entre cuerpo y ser hace mucho daño a la humanidad, sobre todo a las mujeres, pero también a los hombres, que están absolutamente desconectados de sus emociones, de sus deseos, y solo utilizan la prostitución para reforzar esa masculinidad hegemónica. A esos espacios prostitucionales se les arrastra, sobre todo, a través de dinámicas de grupo, a través de la masculinidad heteronormativa. Y entonces tenemos un grave problema.
—Pero ellos no son los únicos responsables, ¿verdad?
—No. A pesar de que ellos son los que sostienen todo el sistema, hay muchísimos más implicados. El Estado está a la cabeza, porque permite que esto sea así y no pone los medios para que haya una educación afectivo-sexual, que no promueve políticas públicas para que las mujeres en situación de prostitución tengan a su alcance derechos reales, como puede ser una ayuda económica, acceso a una vivienda digna, formación, terapia, asesoramiento jurídico… Y, sobre todas las cosas, lo que es muy preocupante es que en este país se permite el proxenetismo, porque no se persiguen todas sus formas: las carreteras están plagadas de esos campos de concentración donde las mujeres somos convertidas en meros objetos de uso y abuso, somos la diversión de algunos hombres que no ven diferencia alguna entre quedar con los colegas para ir a jugar un partido de fútbol y acabar las fiestas o las despedidas de soltero en un prostíbulo, donde las mayoría de las mujeres son víctimas de trata, se reconozcan o no se reconozcan como tal.
Sabemos que en los prostíbulos un 60% de las mujeres son rumanas. ¿Por qué aceptamos como sociedad que a algunas mujeres se les haga aquello que otras no estamos ya dispuestas a asumir y a aceptar y que incluso es denunciable? Hay que luchar por la igualdad entre hombres y mujeres, pero parece que un sector del feminismo no ve importante combatir esos espacios prostitucionales. Mientras haya prostitución, no vamos a conseguir la igualdad, porque, entre otras cosas, jamás vamos a conseguir nuestra libertad y nuestra emancipación mientras nuestra supervivencia dependa del grado de satisfacción, sexual en este caso, que ofrecemos a uno o varios hombres a través del matrimonio o a través de la prostitución. Si luchamos para conseguir la igualdad real, tendremos que pensar en esas mujeres a las que realmente no se les ha dejado ser más que ese cuerpo. Hay que reflexionar sobre todas las capacidades, todo el talento, toda la humanidad que permitimos que se extinga, porque en esos espacios se nos deshumaniza y se nos despersonaliza, nos convertimos en mujeres en serie; somos simplemente objetos de uso, abuso y diversión. La única función que tiene la prostitución en este momento creo que es la de seguir manteniendo el orden patriarcal y reforzar la masculinidad hegemónica.
«España se está convirtiendo en un destino de turismo sexual»
—Has hecho alusión a la existencia de países exportadores y países importadores. ¿Podría considerarse España uno de los grandes importadores?
—Sin duda alguna. España es uno de los grandes importadores de mujeres, sobre todo porque es el mayor consumidor de prostitución de Europa y el tercero del mundo, tan solo detrás de Tailandia y Costa Rica. Además, se está convirtiendo en un destino del turismo sexual. Por cuestiones geopolíticas, no es solo un país de sol y turismo, sino que también es la puerta de entrada a Europa para los países del sur del mundo, lugares de los que provienen muchas de las mujeres prostituidas. Tampoco se nos puede olvidar que la industria del sexo (que incluye la pornografía, la trata, la prostitución) mueve diez millones de euros al día y ese dinero se incluye en el cálculo del PIB. Para nuestros dirigentes, significa riqueza, pero a costa del sufrimiento humano de mujeres y niñas.
Estamos viendo, además, que cada vez hay más demanda de niñas, sí, pero también de niños, porque la perversión no va a parar, va a ir a más. En países en los que se ha normalizado el consumo de prostitución, donde se ha legalizado el acceso al cuerpo de las mujeres, las prácticas sexuales son cada vez más violentas, más denigrantes, más vejatorias. Esto se debe a que el mensaje que recibe la sociedad, que reciben los hombres, es que no pasa absolutamente nada por tener sexo con una mujer que no te desea, a la que incluso puedes dar asco.
Esto nos tiene que preocupar a todos; también a los hombres que jamás hayan consumido ni vayan a consumir prostitución, que deben posicionarse igualmente, puesto que forman parte de la misma clase opresora, entendida dentro de lo que desde el feminismo hemos conceptualizado como patriarcado. Hay que empezar a construir un mundo en el que las relaciones entre hombres y mujeres sean placenteras, en las que las dos partes sean sujetos de derechos y sujetos deseantes. De lo contrario, si los dos no comparten ese deseo mutuo, ese placer, la relación sexual pierde todo su encanto y pasamos a hablar de otra cosa que tiene que ver más con la dominación y el poder.
—Aun así, hablando de posicionarse, hay reticencias incluso dentro del movimiento feminista, y estas dan pie a acaloradas discusiones. ¿A qué crees que se debe? ¿Por qué hay mujeres que no ven que la abolición sea el camino?
Se trata, en primer lugar, de una confusión de conceptos. Muchas veces la abolición se confunde con la prohibición, cuando realmente no tienen nada que ver. El sistema prohibicionista es un modelo teórico que está implementado en varios países, como, por ejemplo, Rumanía. Es un sistema moralista, cuyo único fin es ocultar la realidad. Supuestamente se persigue a todos los actores del sistema prostitucional, pero sabemos muy bien que la mayoría de las veces son las mujeres las que sufren las consecuencias, siendo perseguidas, multadas, estigmatizadas… Demuestra una gran incomprensión de lo que significa el patriarcado.
Sin embargo, el modelo abolicionista propone despenalizar y descriminalizar por completo a las mujeres en situación de prostitución, poniendo a su disposición todos los recursos, todas las políticas públicas y lo que haga falta, para que puedan acceder a sus derechos básicos, a sus derechos humanos. Se centra en perseguir todas las formas de proxenetismo, en criminalizar la compra de actos sexuales y también en ofrecer esa formación, esa educación afectivo-sexual a todo el personal, desde las asistentas sociales hasta los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, desde una perspectiva feminista y de género, para que comprendan que las mujeres que están en situación de prostitución son víctimas de un sistema patriarcal, capitalista y racista. Porque, como bien dice la maestra Rosa Cobo en su libro ‘La prostitución en el corazón del capitalismo’, la prostitución se encuentra allí donde están presentes estos tres ejes de opresión. Creo que ninguna mujer feminista, si realmente reflexionase sobre todo esto, estaría en contra de que se persigan todas las formas de proxenetismo y se fomenten políticas públicas reales, porque la prostitución es violencia machista, es violencia de los hombres hacia las mujeres por el mero hecho de serlo.
A partir de ahí, nos podríamos llegar a entender. El problema es que muchas veces, en nuestros debates feministas, se infiltra información que no es real, que tergiversa nuestro discurso; se nos tacha de moralistas, de puritanas… Me da la risa por no llorar, porque las abolicionistas somos las que realmente luchamos por la libertad sexual de todas las mujeres. Es, en fin, un proceso en el que están inmersas muchas mujeres feministas, ya que creo que al pensamiento abolicionista se llega, porque es muy complejo, por lo que se necesita leer mucho, profundizar, pensar, hablar… Con toda tranquilidad y sin esos altísimos niveles de violencia verbal que pueden surgir, porque es un tema que nos mueve emocionalmente a todas las mujeres. Debemos aprender a escucharnos, porque es el único camino.
Fuente: Mujeresnet