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  ¿ESTADO, QUÉ ESTADO?

En una reciente columna Sergio Berensztein  señala y analiza, en una breve síntesis, las prestaciones que un Estado moderno debe brindar. Más aún, dice que ningún país que pretenda ser soberano y autónomo puede carecer de un aparato estatal capaz, eficaz y eficiente para brindar esos bienes públicos. Eso incluye, según ese autor, garantizar la integridad territorial y la facultad para responder a viejas y nuevas amenazas como el narcotráfico, el terrorismo, la ciberseguridad,  y otras redes de crimen organizado. Abarca también, obviamente, la educación, la salud, la justicia, el cuidado del medioambiente y la infraestructura.

Si uno considera con objetividad las prestaciones de nuestro Estado, las mismas dejan mucho que desear. Aún más, si partimos de las contraprestaciones que el mismo exige, impuestos y demás contribuciones,  realmente asombra que aún no se haya planteado seriamente  en el campo social una rebeldía fiscal ante la ausencia total de las mismas. El caso de los incendios de campos en Corrientes es un claro ejemplo de ello. Si no hubiese sido por la lluvia torrencial que cayó en las últimas horas, el millón de hectáreas calcinadas hubiese sido nada más que una parte de ese infierno. El episodio de Santiago Maratea en el mismo contexto sirve nada más que para reconfirmar lo que decimos. Por berretismo, o por lo que sea, la dirigencia política se dedicó a desnaturalizar, debilitar, prostituir a nuestro Estado argumentando, muchos de ellos, la necesidad del mismo.

Cuando hablamos de berretismo nos referimos igualmente a las lamentables actuaciones en el campo de la política exterior  del presidente argentino, Alberto Fernández, en su reciente viaje a Rusia y a China. Vergonzosas. Me llama la atención que nadie haya hecho un parangón de esas actuaciones con el afamado pacto Roca –Runciman de la década de los 30 del siglo pasado. Se entregó en ese pacto el negocio de las carnes a los frigoríficos británicos a cambio de seguir usufructuando los negocios con ese imperio. Acá, en cambio, hubo una gratuita y repugnante bajada de pantalones a cambio de nada. Sólo para quedar bien personalmente. Otra manifestación del patrimonialismo que afecta a la gran mayoría de la clase gobernante que pone de manifiesto sus falencias psicológicas en sus funciones. La falta de continencia verbal es una de ellas.

 

De entre todas las oportunidades perdidas por nuestro país, las que puso en evidencia el viaje de Fernández, son sólo una muestra de ellas. En efecto, en su visita a Rusia y su encuentro con Putín, un estadista hubiese planteado en un tiempo adecuado, atento las circunstancias que rodearon al mismo, la conveniencia de que su interlocutor respete las normas del derecho internacional. Al contrario, tuvo frente al mismo una actitud servil y alcahueta que dejó mal parados a todos los argentinos. Realmente no se puede seguir votando cualquier cosa.

Algo semejante pasó en su incursión en China, la potencia emergente, y segunda economía mundial. Nos comprometió unilateralmente a varias cosas, al menos las que se conocen, que hipotecarían nuestro futuro.  Por ejemplo en cuanto a la denominada Ruta de la Seda y la supuesta licitación internacional respecto del dragado del Río Paraná, ruta obligada y principal de nuestras exportaciones primarias.

Uno fácilmente se da cuenta de que no hay que pedir peras al olmo, como decían nuestras abuelas, pero es necesario darse cuenta también de que un presidente representa al país y obliga a todos. Es el caso de Fernández, el cual ya cumplió su sueño: impensadamente el tipo tiene ya asegurado su busto de mármol en la casa de gobierno, la histórica Casa Rosada. Quién lo iba a decir. Ni él lo debe poder creer.  Y bien, sigamos eligiendo monigotes y la marcha hacia la profundización de nuestra decadencia estará asegurada.