Tres policías intentaron suspender un partido de fútbol ilegal, en el que había 200 hinchas.

Tres efectivos terminaron internados, el domingo, tras intentar suspender un partido de fútbol clandestino, en barrio Unión.
Además de los 22 jugadores, que corrían detrás de la pelota borgeanamente, alrededor de la cancha había más de 200 personas que alentaban a su equipo, insultaban a sus adversarios y que, de a ratos, se acordaban de la madre del improvisado árbitro.
Los polis fueron sin casco ni escudos a frenar el partido. Ese primer despeje salió bien: los jugares se guardaron la pelota y se fueron. Pero al rato volvieron. Unas vecinas, molestas por el bochinche de los cantos y los gritos, llamaron al 911 y los policías retornaron. Esta vez todo salió mal. Inocentes, como jugadores inexpertos del Age of Empires, se desplazaron hasta la cancha. Los hinchas, más numerosos y mejores armados (Piedras tremebundas vs. Balas de goma) no lo dudaron y atacaron. Fue como la batalla de Agincourt, sólo que en vez de franceses había policías y en vez de ingleses, vecinos de barrio Unión y en vez de arcos y flecas, cascotes de cemento. Es decir, no se parece en nada a la batalla de Agincourt, pero el desenlace sí fue parecido: los de azul terminaron destrozados.
Más allá del forzado parangón, lo importante es que uno de los polis terminó con hundimiento de cráneo y está grave y por eso la fiscalía ya caratuló la causa como “intento de homicidio”.