El día de ayer el diario Clarín publicó una nota sobre la dificultad de las mujeres maltratadas para dejar a sus parejas. A pesar de la desvalorización permanente y los golpes, a las mujeres les cuesta separarse. La dependencia emocional, económica y los hijos las atan.
«Vivo con la seguridad de que la próxima ‘Ni una menos’ puedo ser yo. Y si aparezco muerta, que se sepa que fue un femicidio anunciado». Feliciana Bilat habla pausado, con aplomo. Hace siete años que dejó a su marido violento y aún teme por su vida, porque a pesar de la separación, las causas judiciales y la restricción de acercamiento, las violencias siguen. Como todas estas mujeres, cuenta lo difícil que es cortar la relación con un varón manipulador y controlador que seduce, maltrata, pide perdón, golpea, amenaza, amedrenta, llora, empuja, ahorca. Han estado alienadas, incapaces de tomar una decisión, pero algo las despabiló: una certera amenaza de muerte, golpes que obligaron una internación, un cuchillo en la cabeza de un hijo.
Las mujeres, de edades, barrios y condiciones socio económicas diversas, se unen en un relato que parece único: hablan de varones en un principio encantadores, y que luego, de a poco, las alejan de sus familias, sus amigos, sus trabajos. Cuando ya las tienen solo para ellos, empieza el hostigamiento mental, el maltrato, los insultos. Ya minada la autoestima, es poco lo que queda de ellas, de lo que solían ser. Y entonces llegan los golpes. Ellas gritan que se irán, pero no pueden. Ellos apelan al perdón, y si no funciona, a las amenazas, de muerte, de quitarles a los hijos. Y así.
El domingo, en la revista La Nación, la guionista Carolina Aguirre contó cómo le costó dejar a su novio: “Me la paso llorando y queriendo dejarlo todo el tiempo. Con los meses, mi angustia crece y las peleas son cada vez más dramáticas. En Cariló, una noche lo dejo en el medio del bosque y me bajo del auto. Me vuelve a meter por la ventana. En Buenos Aires lo dejo y me encierra en su casa hasta las nueve de la mañana. Dice que soy mala. Al final siempre me convence, le pido perdón y volvemos”. Si bien su relato es tremendo, la separación nunca es tan simple. Hay relaciones violentas que duran muchos años. Las mujeres a veces no tienen trabajo ni dinero, no tienen una red social y tienen hijos a los que proteger.
“Vivís muerta de miedo. Te mato a vos, mato a las nenas y me mato de un tiro”, le decía el marido a Corina Fernández. Lo denunció 80 veces. Javier Weber se disfrazó, la esperó en la puerta de la escuela de las hijas y le disparó seis veces. A Corina le entraron tres balas pero no murió. El sí, en prisión, fue condenado a 21 años.
Karina Andrea Vázquez soportó de todo: “No podía dejarlo porque me amenazaba con lo que podía pasar si me separaba”. Su límite fue la violencia contra los hijos: le partió una botella en la cabeza a uno. Pero cuando lo denunció, él redobló la violencia: quiere sacarle a los hijos.
“Los golpes empezaron a los dos meses. El me decía que iba a cambiar, yo sabía que no, lo tenía asumido, pero quería darle una vida mejor a mis hijos…”. Karina Abregú terminó incendiada. El está preso, pero pide la prisión domiciliaria y la sigue amenazando. Karina vive con su cuerpo quemado y un custodio en la puerta.
“Me celaba. No me dejaba ni hacer las compras sola. Me hizo sacar a la nena del jardín para que yo estuviera todo el día encerrada en casa con ella”, cuenta Fernanda Chacón. A esa hija él le puso un cuchillo en la cabeza. Está preso, pera la hostiga desde el teléfono del penal.
Luciana Lago le hizo 30 denuncias a su ex, un policía bonaerense. Antes, aguantó nueve años con él: “Me crié en ese modelo de familia en la que había que aguantar y ser sumisa”.
“No servís para nada, todo lo hacés mal, sos un parásito”. Todo eso le decía desde que se levantaba hasta que se iba a dormir su ex, un gendarme, a Karina Gonella. “Y yo llegué a pensar que sin él no era nada, que sin él no podía respirar…”.
“Primero es la sorpresa, no poder creer por lo que está pasando. Luego la confusión en los que se mezclan períodos de ‘buenos’ y malos tratos, pero la mujer ya está en estado de cautividad, tiene una dependencia afectiva o incluso hijos en común, hasta llegar al deterioro, la autoestima bajísima y en general aisladas de sus familiares y amigos. Salir de esa situación implica una fuerza enorme”, explica Fernanda Tarica, de Shalom Bait, donde ofrecen apoyo psicológico, jurídico y social. Ahora asisten a 200 mujeres.
Y si llegan a denunciar, la Justicia todavía no parece estar a la altura de las circunstancias. “Es imprescindible que la Justicia empiece a actuar con perspectiva de género. Hay que entender a estas mujeres, saber escucharlas, saber que pueden pedir retractarse. Hasta no hace mucho la Justicia las denunciaba a ellas por falso testimonio”, dice a Clarín Genoveva Cardinali, fiscal especializada en género del Ministerio Público Fiscal de la ciudad. Explica que la respuesta de la Justicia es fragmentaria: “Yo puedo seguir el caso de una mujer amenazada, pero si fue golpeada o abusada interviene la Justicia Nacional. Y la Justicia Civil es la que arregla la cuota alimentaria y la responsabilidad parental. Los tiempos son lentos y las mujeres a veces deben volver con los violentos porque dependen de ellos para darle de comer a sus hijos. Se deben unificar los casos de violencia de género y tiene que haber patrocinio gratuito civil y penal para las víctimas. Se estima que una mujer debe contar su historia hasta siete veces a diferentes operadores jurídicos, es contraproducente y revictimizante”.
El temor a la muerte es real porque ocurre: sólo en diez meses este año hubo 230 femicidios. “Hay una presencia de muerte anunciada, es permanente y las mujeres están aterradas porque la amenaza es verosímil”, dice Eva Giberti, del Programa Las Víctimas contra las Violencias del Ministerio de Justicia. «A medida que se hace más visible la posibilidad de autonomía de las mujeres, más fuerte y cruel es la reacción femicida. La difusión de los hechos de violencia extrema tienen además el efecto negativo de relativizar y minimizar otras formas de violencia. Y sirven de amenaza a muchos violentos que les dicen a sus víctimas ‘mirá lo que te va a pasar si seguís haciéndote la loca'», opina la filósofa Diana Maffia. «No se ha erradicado la siniestra concepción de que el cuerpo femenino es patrimonio del deseo masculino -dice Dora Barrancos, directora del Conicet-. Además de punir, hay que prevenir. Estamos lejos de medidas integrales de prevención en la Argentina».
«Los macho-violentos son estafadores afectivos»
«Estadísticamente el proceso de desprendimiento de la relación violenta dura muchos años para la mayoría de las mujeres», dice el psiquiatra Enrique Stola.
«¿Qué es lo que dificulta que la mujer opte rápidamente por la libertad, la tranquilidad, la alegría y la esperanza de una vida mejor? Nunca llegaremos a señalar las múltiples causas: las pautas culturales que facilitan la violencia, la falta de protección del Estado Nacional y los provinciales, el sentimiento de profunda soledad e impotencia, el terror al violento, la depresión y el estrés postraumático crónico», explica el especialista.
«Pero hay algo que traspasa a miles de ellas y es el afecto. Los macho-violentos son estafadores afectivos, increíblemente egoístas que solo desean valorizarse a si mismo siendo dueños y señores de la vida de las mujeres. Ellas se enamoran y lo desean. Cuando nos enamoramos estamos sumamente vulnerables y no imaginamos que el otro puede manipularnos, generarnos culpa y confusión, agredirnos psicológicamente y llegar a golpearnos», agrega Stola.
Y concluye: «Cuando la mujer empieza a darse cuenta de que algo está muy mal ya es tarde, ya se encuentra en una posición de subordinación, de dependencia del dominante hombre violento que le hace sentir que cada conflicto es por su culpa, le dice que la ama y que ella es “su vida” y que todo lo hace pensando en lo mejor para ella. Pero lo cierto es que nada de lo que ella necesita estará presente, el dominador usará los momentos de tranquilidad para producir mas confusión y le dirá a ella “¿ves que cuando querés podemos estar bien?” Concretar la necesaria separación del varón dominante es en este clima un proceso difícil pero no imposible. Retomar los lazos afectivos con amigas y grupos de mujeres que pasaron por esa experiencia puede ser el trampolín que permita sortear con mayor velocidad las trampas del violento y de la cultura».
Fuente: Clarín