Lucrecia Martel estuvo por todos lados en las últimas semanas. Como nunca antes, la cineasta tuvo un rol protagónico en la vida pública de Salta. En esta entrevista nos cuenta qué la motivo. Critica a la cultura oficial y habla sobre su alejamiento de la religión católica. (Mariano Arancibia)
Busca dónde hay un saquito de té para convidarme mientras me dice que le gustaría que Salta amanezca nevada. Estamos en la cocina y hay tres chicas que la acompañan; repasan los compromisos con otros medios y los dichos del gobernador, por momentos parece un bunker feminista donde se analiza la situación al detalle. Sin demasiados lujos, la casa que nos resguarda del invierno tiene todo lo confortable: dos plantas, calefacción, un living, una cocina comedor y un amplio patio con jardín. Unos minutos antes me preguntó si quería tomar algo y seguramente ahora se lamentaba por dentro de haberlo hecho: no encuentra un saquito de té y ya abrió todos los cajones de la alacena; entonces agarra el celular y consulta a su hermana que le indica donde encontrar la cajita que busca, me sirve una taza grande de té y me invita a pasar al living.
Es difícil presentar a Lucrecia Martel sin caer en el elogio fácil o la devoción. La crítica cultural la ubicó en un lugar de privilegio en el mundo del cine y mucho se ha escrito sobre sus películas, pero actualmente cabe hacerse una pregunta crucial: ¿qué piensa la mujer que llevo al cine una mirada crítica, sobre la religiosidad salteña y sus valores? Qué piensa esa mujer, la misma que ahora es parte de la ola verde que reclama la legalización del aborto y que meses atrás salió a cruzar al “gauchaje” que despintó los pañuelos en plaza Güemes.
Desde el principio de la charla, Martel deja en claro que no acepta la provincia tal como se la presenta ante el mundo. Cuenta que decidió intervenir porque “ya no soportaba las noticias que llegaban de Salta”. Reflexiva, sentada en unos sillones, asegura que no esperaba tanta repercusión y confiesa que no es feminista. “Yo tengo una formación clásica, hay feministas que vienen estudiando hace años”. Y agrega: “Solo pensé que lo escrito iba a ser leído pero nunca pretendí liderar nada. Son los medios los que me colocaron en este lugar como lo hacen con las personalidades públicas”.
Lucrecia Martel es delgada y habla con envidiable aplomo; lo único extravagante que se destaca en su apariencia son sus anteojos de puntas angulosas, pero por fuera de eso está vestida de manera sobria: pantalón negro y un saco azul. Al gesto de amabilidad que tuvo al principio se suma su predisposición al dialogo. Para empezar resalta que en los debates busca demostrar que el problema es la iglesia. “Yo quiero que digan lo que verdaderamente piensan”, asegura.
Un día antes, había debatido en La Gaceta con Rosa Zacca. Se la notaba conmocionada con lo que escuchó. “Lucrecia yo te quiero pero… no te puedo acompañar a un hospital (imita a Zacca) ¡Pero que aprecio por la humanidad es eso que voy a dejar que la pases mal! Es un horror ese pensamiento”, se indigna y señala que “los referentes de la Iglesia Católica quieren por la fuerza detener a una mujer que ya ha decidido interrumpir su embarazo pero lo disfrazan, no lo cuentan por completo”.
Lejos de una posición posmoderna, no admite medias tintas en esta discusión. “Si bien hay dos posiciones, no se puede decir que todos tienen su verdad”, asegura convencida. Entonces le preguntó por qué la legalización es la opción válida. “¿Cómo haces para saber que una idea es mejor que otra? Las ideas mejores son las que hacen feliz a más gente”, define introductoriamente y agrega: “La ley de aborto legal no le va a impedir nada a los otros, en cambio a las mujeres que no tienen acceso a la salud les va a permitir estar más cuidadas, no es tan difícil darse cuenta: una sociedad sino se encuentra atada a dogmas puede definir qué idea es mejor”.
El distanciamiento
Formada en el Bachillerato Humanista y en la militancia católica, su mirada expresa en cierto modo la perdida de fe de una persona que ha pasado buena parte de su vida bajo la influencia clerical. En La Ciénaga y la Niña Santa, Martel ya se mete con la religión y la alienación perturbadora que produce en la clase media salteña. La diferencia es que antes lo expresaba solo desde sus películas y ahora lo hace como una de las caras de la campaña nacional por el derecho al aborto legal.
“Cuando uno milita en la Iglesia tiene la ilusión de transformar el mundo. Pero hay un momento que te das cuenta que estas yendo a un lugar complejo, donde hay muchas personas con vidas muy distintas a las tuyas y vas a ir a decir lo que te dijeron que digas sin hacer una pregunta, sin tener una conversación, es brutal eso, ahí te das cuenta que es una gran mentira porque te impones sobre el otro; yo jamás tuve una actividad que implicara sentarse a hablar con alguien”, explicó.
Después, recuerda el día que se dio cuenta que tenía que alejarse de la iglesia. “Tenía que decirles a unas chicas que trabajaban de día, y que de noche hacían un gran esfuerzo para ir a la escuela, como tenían que vivir. Ese día se me cruzó por la cabeza por un momento: estas chicas saben mucho más de la vida que yo, que a los 15 años no sabía lo que eran las relaciones sexuales; y ahí estaba evangelizando sin hacer ninguna pregunta, me habían mandado a eso y ese día fue humillante ”, contó.
Le consulte por qué si es tan crítica se reunió a almorzar con monseñor Cargnello. Respondió: “Yo me puedo sentar a comer con el diablo, mira sino me voy a sentar con un obispo aunque sea por curiosidad. Fue un almuerzo lindo que fui con mi novia”.
La identidad
La idea de la entrevista es aprovechar el momento para hablar sobre un concepto que se suele discutir en estos tiempos: la salteñidad. Sobre el asunto sostiene que hay una mitificación. “No se puede hablar de modo general sobre esta provincia, si fuera tan religioso como dicen, se hubieran inscriptos más estudiantes para tomar clases de religión y no solo un 8%, además si te fijas bien en el interior la religiosidad se mezcla con otras creencias”, señala.
Martel resalta que la idea de una cultura homogénea es una ficción y que en particular la salteña tiene diferentes procesos y se conformó de manera compleja. “No es una idea falsa desde los 90 sino desde que llegó Hernando de Lerma. Salta nunca fue homogénea, antes de la colonización acá había gente muy distinta, no es lo mismo la gente del Chaco que la Andina, tené en cuenta que después vinieron muchas culturas, hay inmigrantes de hace 200 años y de hace 80, no podes homogeneizar, en esta tierra hay judíos, hay árabes, hay descendientes de españoles, hay una gran diversidad”, marcó.
Después de desmoronar la tesis oficial, ya apasionada frente a la charla, dice: “Que haya gente que se presente y diga: somos tierra de gauchos (exagera la tonada salteña) somos la tierra de las tradiciones ¿Qué es eso? ¡Eso es una poesía de cuarta!”.
Al parecer se hartó de tolerar zonceras. Lucrecia comenta que pudo “percibir lo diverso que es la provincia porque si Salta fuera solo el desfile de los gauchos de Güemes, me pego un tiro”.
A la vez caracterizó: “El status quo puede establecer algo e imponerlo pero solo durante un tiempo, tal vez con alguna dificultad lo continúe porque viene desde arriba, pero las cosas cambian y hay un momento donde no se puede ocultar, con la homosexualidad paso eso y ahora estamos en un momento histórico”.
Me advierte que la prensa tiene una gran responsabilidad en desmitificar la realidad. “La calidad de la prensa habla de la educación de un pueblo, necesitamos una prensa que investigue y que se pregunte de donde salen las interpretaciones que circulan”, manifiesta. En ese sentido subraya que el debate respecto a la legalización del aborto obligó a discutir problemas de fondo. “Esto ha llevado a otra discusión”, indicó y expreso: “ha desnudado la pobreza del ejercicio de la política, todos ven que miden y no que se necesita, esa cultura, ver oportunistamente que mide para la campaña del año que viene dejó de manifiesto, también la maldad de estos sectores”.
Inevitablemente, volvemos a hablar sobre lo que puede pasar el 8 de agosto en el Senado. Martel confía en que “hasta último momento puede reflexionar un ser humano” y también se muestra esperanzada con la irrupción de la ola verde. A los senadores le advierte: “los que demuestren estar ciegos dejaran en evidencia que no sirven como dirigentes”.
Antes de que vengan a avisarle que tiene que ir a otra entrevista, busco hablar un poco sobre qué tiene en mente producir a futuro y si llevaría la lucha de las mujeres a la pantalla grande. Me dice que su cine no es feminista sino que busca dejar en evidencia los “abusos de poder” y “ser critica con gente que es muy mezquina”.