La ley de Fomento y Promoción de la Industria Audiovisual evidencia la consolidación de un sector que produce bienes intangibles. Son los hijos de una revolución comunicacional que con políticos de la era de la imprenta como Santiago Godoy aseguran que esa producción puede tener escala industrial. (Daniel Avalos)

Si quisiéramos evitar los rodeos para ir al grano, deberíamos decir que el proyecto de Ley de Fomento y Promoción para la Industria Audiovisual busca generar un Fondo que promueva ese tipo de producciones. Pero hacer un rodeo nos permite confirmar que en esta provincia donde la industria clásica fue siempre anémica, la revolución comunicacional parió a un sector que “manufactura” subjetividades sociales para producir bienes intangibles que a través del conjunto de las herramientas electrónicas comunican imágenes y sensaciones capaces de modificar las visión que poseemos de las cosas y las formas cómo nos relacionamos con tales cosas y los otros.

Son creadores que pueden recurrir al trabajo artesanal o a sofisticados equipos de grabación en donde conviven guionistas, actores, directores y técnicos de todo tipo. Uno de ellos es Rodrigo Moscoso, el director que en el año 2001 estreno su primer largometraje “Modelo 73” que participó de festivales en Toulouse, San Francisco, Houston, Bratislava o Lisboa y que a fin de año empezará a rodar “Badur hogar”, una comedia romántica que será protagonizada por Violeta Urtizberea. Rodrigo es también fundador de Shooting Salta -la productora que desarrolló videos para seis de las nueve salas que conforman el Museo Casa de Güemes- y vocal de ARAS (Asociación de Realizadores Audiovisuales de Salta), la entidad fundada en agosto de 2011 para jerarquizar y promover la actividad profesional del cine y video y que hoy es la única del NOA legalmente constituida.

Rodrigo Moscoso.

Como referente de una asociación, Moscoso está lejos de querer conducir a las masas. Tiene sentido por razones de tipo objetivas y subjetivas. Lo último se relaciona con la horizontalidad propia de las asociaciones que siendo un rasgo que la distingue de los sindicatos tradicionales, reprime entre sus miembros la incorregible inclinación de algunos a liderar sobre un conjunto. Las cuestiones objetivas, en cambio, se vinculan con un colectivo que a pesar de imponer sus modalidades en el conjunto del mundo del trabajo está lejos de ser numéricamente hegemónico. Un informe publicado por ARAS en diciembre de 2015 lo confirma: sólo 50 socios cuyas edades evidencian la correspondencia entre ellos y la era comunicacional: el 54% tenía entre 31 y 40 años, el 31% entre 20 y 30 y el 15% restante iba de los 41 a 50 años. No obstante ello, la producción de ese colectivo entre el 2011 y el 2015 fue promisoria: 6 largometrajes, 15 cortometrajes, 7 programas de TV que incluyeron 6 Series y 1 Unitario y 312 comerciales entre spots (271), institucionales (31) y videoclips (9) que en total movilizaron un presupuesto de $24.858.840 y contrató un total de 2.959 trabajadores.

Al menos dos convicciones atraviesan ARAS: la realidad audiovisual salteña que empezó a rodar sin apoyo estatal local puede devenir en industria si el Estado provincial la promociona como lo hace con la producción primaria o turística; y la Ley de Fomento y Promoción de la actividad es la herramienta adecuada para ello.

Para enfatizarlo, Moscoso desenfunda una batería de argumentos. Desde la sentencia de la cineasta salteña más famosa -Lucrecia Martel- quien a principio de este año declaró que “no hay industria audiovisual en el mundo que no cuente con apoyo estatal”; pasando por el potencial creativo de salteños que residen en Salta y otros que no residiendo aquí pretenden volver; hasta criterios que en las teorías económicas clásicas hacen alusión a las ventajas comparativas de las regiones y según las cueles estas deben producir aquello que les resulte menos costoso.

“Hablamos de una industria liviana, que produce bienes culturales, que no requiere fletes para garantizar su distribución y exhibición en otros puntos del país y el mundo, que promueve industrias conexas que posibilitan múltiples contrataciones y que cuenta con algo que en la industria audiovisual es clave y no fácil de conseguir: un escenario natural diverso y asombroso”, precisa Moscoso quien así como apeló a la autoridad de Martel para remarcar la necesidad del apoyo estatal, recurre a Cástulo Guerra -el actor salteño que triunfa en Hollywood- y que según Moscoso cada vez que se encuentran le remarca el potencial salteño y de cómo explotará “la producción cuando el Estado se decida a apoyar”.

Rodeo legislativo

Que el audiovisual salteño marche hacia ese lado se volvió objetivo de una asociación que poco apegada al compromiso con la política partidaria, terminó convocando a miembros de esta última para asegurarle que el audiovisual puede resultar estratégico para la provincia por el aporte a la generación de empleo, de divisas y su contribución a la especialización de profesionales. Quien terminó sentado en una reunión de abril pasado fue el presidente de la Cámara de Diputados, Santiago Godoy.

Santiago Godoy.

“Era el único político de peso que fue aquella vez”, dice Moscoso al recordar la reunión en donde los presentes desmenuzaron las experiencias de provincia como Misiones y Córdoba que cuentan con leyes semejantes a las que aquí impulsan. Godoy, que proviene de la era de la imprenta y no de YouTube, sugirió que la iniciativa debía pensarse en clave de emprendimiento industrial más que cultural, colaboró con la realización de Foros que precisaron los qué, los para qué y los cómo, y finalmente rubricó el proyecto que en realidad es el resultado de una creación colectiva que tuvo como actores principales a los propios realizadores.

Una digresión se impone. Será para referirse al propio Godoy, quien demuestra una cualidad que muchos la silencian en público pero le reconocen en voz baja: la de ser un hombre al que los años y las polémicas de la política criolla que lo tienen de protagonista no le amortiguaron la convicción de que siendo la realidad más compleja de lo que muchos creen, es necesario navegar en medio de turbulencias que dejan ver la emergencia de nuevos actores y demandas que deben ser abordadas.

Ocurrió en el año 2014 con sectores vinculados a la literatura cuando lanzó el concurso de cuentos “Miguel Ragone” que al convocar a un jurado joven y ajeno al gastado establishment literario provincial, terminó aunando a cuentistas con intereses distintos a esa literatura que sólo resalta la singularidad de la comarca y excluye las conexiones del salteño con el todo. Godoy lo resaltó aquella vez en el prólogo del libro que publicó los diez cuentos seleccionados y del que dijo cosas como estas: “Acá se publican cuentos que, al leerlos, uno siente (…) que es propia de la época en la que vivimos: paisajes y escenarios urbanos; cuentos que usan un lenguaje no exclusivamente localista porque también presenta hábitos lingüísticos propios de una Salta que tiene sus obvias particularidades, pero también sus obvias conexiones con el todo global; relatos, incluso, protagonizados por hombres y mujeres atravesados por ilusiones y rebeldías que hacen que (…) se resistan a quedar subordinados a una realidad supuestamente poderosa e inmodificable.

Con el proyecto de fomento a la producción audiovisual, Godoy fue al encuentro de una generación más cosmopolita y que creció con paradigmas ajenos a los de la era de la imprenta. Datos estadísticos corroboran la generalización: de los 50 realizadores censados por ARAS el 31% se formó en instituciones de Buenos Aires como la UBA (15%), el Sindicato de la Industria Cinematográfica Argentina (8%) y otro 8% en la FUC que es la sigla con la que popularmente se conoce a la Universidad del Cine. Otro 27% de los censados se formó en la Universidad Nacional de Córdoba y también en La Metro de esa ciudad que es una carrera de Diseño y Comunicación Audiovisual. Los formados en Salta representan un 27%: 19% egresados de la Universidad Católica y un 8% de distintos tipos de talleres. El rasgo más cosmopolita de esa colectivo, sin embargo, está dado por la participación de los censados -entre 2011 y 2015- en rodajes filmados en Salta o fuera de ella, pero a través de productoras de Buenos Aires, San Luis, Catamarca, Entre Ríos, Córdoba, Tucumán, Jujuy. EE.UU., Inglaterra, Italia, Francia, España, México, Colombia, Bolivia y Venezuela.

Un colectivo que finalmente forma parte de una galaxia web que por lo general en vez de mantenerse leal a teorías publicadas en libros consagrados, anda en búsqueda de novedades técnicas y narrativas que posibiliten nuevos descubrimientos tecnológicos y estéticos. Una mecánica que como todas puede dar lugar a la emergencia de genios creativos, trabajadores de la cultura dedicados o aventureros improvisados que adquieren fama efímera por algún golpe de suerte, aunque, indudablemente todo se de en un marco en donde el vértigo por lo nuevo es la regla.

La plata

Hecho el largo rodeo que elegimos no evitar al principio de la nota, hablemos ahora del Fondo que el proyecto de ley pretende crear para promover esa producción. Nadie sabe aún de cuánto podría ser el mismo pero sí se sabe que hoy no existe. Veamos: de los casi 25 millones de pesos que entre 2011 y 2015 ejecutaron doce productoras audiovisuales censadas por ARAS, el 61% provino del sector público y el 39% restante del sector privado. Del total del dinero público registrado (unos $15.250.000), el 80% correspondió al apoyo del gobierno nacional y sólo el 20% a fondos públicos provinciales, lo que representa casi $3.000.000. De esa pequeña torta de dinero que provino del gobierno provincial, el 96% fue por pago de la producción de comerciales y spots institucionales y sólo el 4% provino de Fondos destinados al Cine. Traducidos en pesos esos fondos supusieron $120.000 en cinco años.

El pedido del sector, en definitiva, está lejos de ser descabellado. Por lo que representa hoy esa actividad que, vimos, desarrolló centenares de proyectos que implicó la contratación de casi 3.000 trabajadores en cinco años; pero también por lo que puede representar su desarrollo para una provincia cuya matriz económica está atada a la extracción de recursos naturales, la administración pública, el comercio, la informalidad y a la que en las últimas décadas se sumó sólo el turismo. Corroboradas entonces las potencialidades del sector, la pregunta obligada se impone: ¿el rasgo flexible y móvil que caracteriza a los realizadores audiovisuales no supone la consolidación de la precariedad laboral?

Rodrigo Moscoso no piensa mucho para responder. Admite que la temporalidad de los contratados depende de la concreción de proyectos gestionados por las productoras, pero asume esa condición con la naturalidad propia de quien vive en una sociedad que ya no responde exclusivamente a las modalidades de trabajo configuradas por la sociedad industrial y que durante dos siglos fue la hegemónica. Además, enfatiza, esa estacionalidad no supone precariedad: “Aunque una productora no tenga empleados fijos esta todo blanqueado. Vos no podés estrenar una película sin antes certificar que pagaste las contribuciones que el SICA (Sindicato de la Industria Cinematográfica Argentina) establece, menos si tenés deudas con el SADAIC que se encarga de pagar los derechos de los autores musicales por ejemplo, o sin rendir cuenta del uso de los recursos al Instituto Nacional del Cine. Es una falacia creer que la producción audiovisual es una hippeada”.

Cuando dice lo último, Moscoso alza los hombros y abre los ojos grandes corporizando el asombro que le produce ese inconsciente colectivo que asocia su profesión a la relajada cultura de los domingos, a la libre relación con el tiempo frente a los horarios rígidos de los “trabajos fijos” cuando en realidad  una producción requiere de un tipo de laboriosidad que siendo distinta a otras, también se ve obligada a condenar la ociosidad. Moscoso, en definitiva, habla de una actividad que genera empleo de alto valor agregado, es capaz de atraer inversiones y emplea una gran cantidad de profesionales y técnicos calificados que sin ayuda del Estado provincial ha logrado desarrollarse y que ahora demanda apoyo para dar un salto que impacte en la matriz económica provincial.

“Hace poco hablaba con una colega mía que después de venir de China me dijo ‘lo nuestro no tiene límites’ y es verdad”, dice Moscoso. Cuando uno lo escucha, sabe de lo qué está hablando: de un tipo de producción que además de generar divisas posee una capacidad de almacenamiento infinita y a disposición de las personas a través de dispositivos que van desde el cine a un teléfono móvil. Tiene razón. Esa dimensión de la realidad en la que vivimos es francamente asombrosa y lo corrobora los trabajos de expertos que han calculado que entre el 2014 y el 2016 la humanidad creo información por diez zettabytes -es decir un 10 acompañado de 23 ceros-  que representando tanto podría hundirnos en datos imposibles de utilizar aunque la capacidad cibernética para procesarla se incrementa a una velocidad no menor.

En medio de esos enormes cambios, a Moscoso le brota un provincialismo que evidencia que puede tener la cabeza en el mundo pero los pies en su tierra. “Hoy podemos filmar como se filma en todo el mundo pero la Ley tiene que ayudarnos al menos en dos cosas: filmar acá y desde acá y terminar con el complejo de sentirnos periferia para convertirnos en un centro de la actividad audiovisual”. Y entonces Moscoso vuelve a enfatizar que el audiovisual puede convertirse en una industria que dinamice la economía; y que ello es factible por lo que ya había mencionado antes: el carácter liviano de esa industria que produce bienes culturales, que no requiere fletes para garantizar distribución y exhibición, que promueve actividades conexas que multiplican contrataciones y que cuenta con un escenario natural diverso y asombroso que puede permitir a Salta dejar su rol de satélite para convertirse en un astro con luz propia sobre la que orbiten otros satélites.