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En Salta reina el pollo: ¿debemos preocuparnos por «pollos ideológicos»?

Salta, como el resto del país, se rinde ante el pollo. Sí, ese ave modesta que ahora lidera las mesas argentinas, desplazando al mítico asado de vaca. Quizás el dato sorprenda menos que el hecho de que el consumo de carne vacuna ha caído a su nivel más bajo en 28 años: apenas 48,5 kilos por habitante en 2024, contra los 84 kilos promedio que se devoraban entre 1950 y 1980. El pollo, mientras tanto, se alza triunfante con 49,3 kilos per cápita. Parece que la austeridad llegó al plato.

El motivo del auge avícola es tan obvio como los precios en el mercado: un kilo de pollo fresco cuesta unos $3.600, mientras que el de carne molida, ese que solía ser la salvación del menú diario, ronda los $8.000. Y ni mencionar la tortuguita, que supera los $9.000. Ante estas cifras, el pollo no solo parece barato, sino casi una ganga.

Por supuesto, la creatividad en la comercialización de pollo no se queda atrás. Se vende en cualquier esquina, verdulerías, kioscos y hasta por Marketplace o Mercado Libre, como si fueran las figuritas del último Mundial. ¿Y quién controla? Nadie, claro. Eso sí, los polleros legales, con sus cadenas de frío impecables y balanzas reglamentarias, miran de reojo a esta competencia desleal que prolifera en heladeras improvisadas y tratos de palabra.

Para los tiempos modernos, además, el pollo se reinventa con «productos elaborados». Albóndigas, milanesas y patitas de pollo se posicionan como el santo grial del menú rápido: cocinar sin esfuerzo y, de paso, complacer a los más chicos. Eso sí, a $4.500 el kilo de albóndigas y $6.000 el de milanesas, tampoco es que nos salga gratis.

En los mayoristas, las familias hasta se organizan en cooperativas de consumo: una caja de 20 kilos de pollo a $45.000 (o sea, $2.225 el kilo) parece el nuevo sueño argentino. Allí conviven los comerciantes de parripollos y los padres desesperados por llenar el freezer sin vaciar la billetera.

Pero, ¿será que hay algo más detrás de este reinado avícola? Recordemos, con un guiño a cierta afirmación pintoresca, que hace unos años se le atribuyó al pollo el poder de influir en las preferencias… digamos, personales. ¿Qué diría el ex presidente boliviano Evo Morales al ver que Salta, como el resto de Argentina, se ha entregado con tanta devoción al pollo? ¿Nos estamos «desviando» como sociedad?

Bromas aparte, mientras el precio de la carne vacuna siga por las nubes, el pollo seguirá siendo la estrella del menú. Eso sí, si empiezan a aparecer teorías conspirativas sobre los «efectos secundarios» del pollo, no digan que no les advertimos.