El doctor Juan Carlos Bidegaray, un reconocido empresario de la biotecnología argentina, quedó envuelto en una denuncia por presunta estafa turística en una finca ecológica de Jujuy. Jacuzzi, picada, cortes de luz y un remisero apodado “Nano” protagonizan la insólita crónica de una mini estadía que terminó en papelón y fiscalía.
La biotecnología, según nos explican sus cultores, es la intersección virtuosa entre ciencia, innovación y mejora de la vida humana. Todo muy sofisticado. Sin embargo, la semana pasada, ese universo se vio sacudido por un episodio tan mundano como pintoresco: una denuncia penal por un conflicto en una casa de campo. ¿El protagonista? Nada menos que el doctor Juan Carlos Bidegaray, nombre consagrado en el ámbito farmacéutico, coordinador de la Comisión de Salud de la Cámara Argentina de Biotecnología, director institucional de BioSidus y voz autorizada sobre medicamentos biosimilares. La acusación: haber abandonado una finca jujeña sin pagar más que el 30% de lo pactado.
El incidente, que podría figurar sin problema en una edición jujeña de Historias de turistas infames, ocurrió en la finca “La Fe”, una casa de campo ubicada en el corazón de las Yungas, donde se promueve un turismo ecológico con “jacuzzi privado”, “excursiones guiadas” y, aparentemente, tolerancia cero a la picardía urbana. Bidegaray y su esposa, la señora María Elena Méndez, arribaron el 22 de abril, pidieron una picada, cenaron con cierto entusiasmo y decidieron ignorar la excursión guiada. A las 21:00 se cortó la luz, una circunstancia que en cualquier otro contexto sería anecdótica, pero que aquí se convirtió en catalizador de una fuga silenciosa.
Al día siguiente, tras desayunar puntualmente a las 9:00, los ilustres huéspedes solicitaron un remis para retirarse. “Que alguien los ayude a cargar las valijas”, fue el mensaje. Una petición que activó todas las alarmas del dueño de la finca, quien creyó estar ayudando a clientes satisfechos cuando en realidad presenciaba una elegante retirada estratégica. La tensión emergió cuando, al cobrar lo que restaba de la estadía —unos 252 dólares—, el doctor se negó a pagar, aduciendo que el corte de luz había arruinado la experiencia. Lo que siguió fue una discusión verbal subida de tono, pero sin lesiones, como se encargó de aclarar el denunciante ante la fiscalía. Porque aquí nadie golpea a nadie: todo se resuelve con palabras y remises.
La fe, la ley y el contrato
La denuncia, presentada formalmente ante el Ministerio Público de la Acusación de Jujuy, detalla con precisión casi quirúrgica el itinerario, las comidas y hasta la identidad de los testigos del altercado: Herminia Mares, esposa del denunciante, y el infaltable “Nano”, el remisero, figura clave sin la cual esta historia perdería su matiz folklórico. Ambos habrían presenciado la discusión cuando se intentó cobrar lo adeudado. Para evitar suspicacias, el propietario adjuntó copia del contrato de reserva, enviado por correo electrónico, donde se especifican las condiciones del hospedaje y las posibles eventualidades —léase: cortes de luz por lluvias—. Es decir, los riesgos del turismo selvático estaban previstos. No se trató, precisamente, de un sabotaje energético.
“El doctor tenía conocimiento de todo. Se le explicó lo de los paneles solares, que esto no es un hotel cinco estrellas en Recoleta”, se lamenta el dueño. En efecto, el turismo rural se basa en la experiencia rústica, no en la garantía de voltaje permanente. La inmersión en la naturaleza incluye, ocasionalmente, el regreso a las tinieblas premodernas. Pero al parecer, ese pequeño detalle fue el argumento perfecto para iniciar una retirada sin liquidar la cuenta.
Del otro lado, Bidegaray ha optado por el silencio. Ni declaraciones, ni comunicados, ni siquiera un correo de cortesía. Algunos cercanos al entorno del científico lo defienden, sugiriendo que todo fue un malentendido amplificado por la verborragia de un anfitrión ofendido. Otros, más cínicos, ven en el episodio una muestra de la desconexión entre el universo del poder técnico y la realidad de quienes viven de ofrecer servicios reales, tangibles, con picadas de verdad y sábanas recién lavadas.
¿Un biosimilar para el alma?
Más allá de lo anecdótico, el caso invita a una reflexión menos pintoresca: ¿qué imagen proyectan nuestras figuras públicas cuando, por un conflicto doméstico, acaban denunciadas en una comisaría rural? ¿Es que la erudición profesional otorga impunidad para no pagar una estadía acordada? ¿O se trata simplemente de un científico sobrecargado que no tolera la incomodidad ni siquiera en sus vacaciones?
Lo cierto es que el escándalo, si bien menor en montos, ha hecho ruido en círculos donde el nombre Bidegaray suele aparecer en otro tipo de documentos: papers científicos, convenios institucionales, disertaciones internacionales. Que ahora figure en un parte policial de Jujuy por una disputa sobre un desayuno y un corte de luz tiene algo de grotesco. O quizás de simbólico: aun los sabios más brillantes, si olvidan sus principios básicos de convivencia, pueden perder la fe… y el respeto de un remisero.
En “La Fe”, mientras tanto, el jacuzzi ecológico se recalienta, las excursiones continúan (con o sin biólogos célebres) y el dueño ya imprime nuevas versiones del contrato, ahora con una cláusula especial: “En caso de que se corte la luz, la picada no será reembolsada”. Una advertencia clara, precisa y, al parecer, más efectiva que cualquier discurso sobre biotecnología.