Emiliano Estrada: “Perseguido” por el espejismo de la verdad

 

El diputado camporista se presenta como víctima de una persecución judicial mientras se desentiende de las pruebas que lo vinculan a la creación y difusión de fake news para atacar a sus rivales políticos. A pesar de las desgrabaciones que lo comprometen, el diputado se aferra a su rol de “perseguido” por la justicia, mientras maneja una caja que rondaría los $700 millones desde su nuevo rol de Secretario de Economía del PJ. A ese lugar habría llegado a instancias de una de las nuevas interventoras del partido, María “Luchy” Alonso, con quien mantiene una relación carnal.

 

El diputado nacional de Unión por la Patria, Emiliano Estrada, ha logrado en los últimos días llevar a cabo una de las performances más deslumbrantes del teatro político: la de convertirse en víctima. Pero no una víctima cualquiera, sino en un “perseguido” por la justicia, una figura que no solo parece pertenecer a otro tiempo, sino que, a medida que avanza el caso en su contra, se vuelve más absurda. El diputado se ha empeñado, con la tenacidad de quien no tiene otra opción, en presentarse como una víctima de una conjura orquestada por la fiscal de ciberdelitos, Sofía Cornejo, y el gobernador salteño Gustavo Sáenz. La ironía, claro está, es que en lugar de asumir la responsabilidad por sus actos, ha decidido culpar a los demás por un pecado que, por más que insista en negarlo, es evidente: su implicación en la creación y difusión de fake news.

A estas alturas, la historia de Estrada, junto a su colaboradora Florencia Bustamante Arias, orquestando una red de cuentas falsas en redes sociales, es bien conocida. Las pruebas, que descansan en más de 185 fojas de desgrabaciones judiciales, son claras como el agua. Conversaciones en las que Estrada y su equipo no solo fabricaban información falsa, sino que se regodeaban en el daño causado a sus rivales políticos, especialmente a aquellos que, por alguna razón, no encajaban en su visión del poder. Pero a pesar de la contundencia de las pruebas, el diputado ha optado por una narrativa muy distinta: él es el “perseguido”, el hombre cuyo único pecado ha sido desafiar al sistema. La narrativa de víctima, por supuesto, es tan conveniente como inverosímil.

El diputado ha elevado su “persecución” a la categoría de un gran complot judicial-político, como si la fiscal Cornejo, en su afán de hacer justicia, tuviera alguna motivación personal para involucrarse en un caso que involucra a Estrada. Pero, claro, en el teatro de Estrada, todo tiene que ser visto a través de su lente distorsionada, donde los que exponen sus mentiras son los malos de la película. Un verdadero ejercicio de escapismo que más bien parece sacado de una novela de suspenso. ¿De qué forma puede el diputado justificar que, ante las pruebas contundentes de manipulación de información, su respuesta sea no aceptar su responsabilidad, sino victimizarse frente a los demás?

Las desgrabaciones y las pruebas no mienten. Las conversaciones son claras y evidentes: las cuentas truchas en TikTok y otras plataformas digitales no fueron creadas por un error, ni por una casualidad. Fueron concebidas con un fin específico: alterar el curso de la opinión pública. Estrada sabía perfectamente que la información que estaba siendo diseminada era falsa. Él mismo era consciente de la naturaleza fraudulenta de las publicaciones que se tejían desde esas cuentas, pero lejos de detenerse, las alentó, las promovió, las hizo suyas. Y, a pesar de la magnitud del daño provocado, el diputado salteño prefiere seguir aferrándose a su papel de mártir.

Es fascinante, y hasta algo patético, observar cómo Estrada ha transformado un caso de corrupción digital en una cruzada personal contra la “mafia judicial”. En lugar de reconocer que su estrategia fue un desliz moral y político, prefiere adoptar la postura del héroe incomprendido. Este tipo de reacción no es nueva en la política argentina, por supuesto. Pero resulta particularmente reveladora en el caso de Estrada, cuya carrera ha estado siempre marcada por una serie de disputas que, en muchos casos, no parecían tener una base legítima, sino simplemente un afán de mantener una imagen intocable ante el público. El “perseguido”, en su mente, siempre será el que, a pesar de todas las pruebas, siga insistiendo en su versión de la historia.

Caja gorda

Lo más interesante del asunto, sin embargo, es que esta actitud no se limita únicamente a la causa de las fake news. Emiliano Estrada no solo se ha convertido en el protagonista de un escándalo judicial por difundir mentiras, sino que, para sorpresa de muchos, también ha sido recientemente designado como secretario de Economía del Partido Justicialista en Salta. Y no estamos hablando de un cargo decorativo. En esta nueva función, Estrada tendrá en sus manos el manejo de una caja de ٧٠٠ millones de pesos, cuyo destino final parece ser la financiación de la campaña electoral del PJ en la provincia. ¿Quién, en su sano juicio, podría confiar en alguien con tal historial de manipulación y desinformación para manejar semejante cantidad de recursos? La respuesta podría encontrarse en una de las interventoras designadas por Cristina, con quien mantiene una relación muy íntima: María “Luchy” Alonso. La economista Pampeana habría sido quien introdujo a Estrada en las filas de La Cámpora, cuando el ex ministro de Urtubey se encontraba desahuciado.

Mientras tanto, los ecos de su designación resuenan en los pasillos del justicialismo salteño. La gran pregunta en el aire es si este nombramiento es una forma de premiar su capacidad para manejar las sombras de la política o si simplemente refleja la indiferencia de un sistema que, por lo visto, no tiene reparos en confiar en quienes se sienten cómodos en el juego sucio. En cualquier caso, la designación de Estrada solo añade más leña al fuego. Un hombre que ha demostrado sin lugar a dudas su falta de escrúpulos para manipular la verdad no parece ser el más adecuado para manejar la economía de un partido con la magnitud del PJ.

Pero no se engañen: Estrada no es un político común. Él no solo busca posicionarse como una pieza clave dentro del justicialismo salteño, sino que está construyendo una imagen de invulnerabilidad. Una imagen de alguien que, pese a la corrupción y las pruebas en su contra, se mantiene firme y casi impune. Si alguien tiene dudas sobre lo que realmente está en juego, basta con observar cómo las mentiras se tejen con facilidad, mientras la verdad se arrastra por el suelo. La estrategia es clara: si el poder se obtiene a través de las fake news, no hay razón para frenar esa máquina de desinformación.

Este, sin lugar a dudas, es el gran problema de la política argentina. Y Emiliano Estrada, con su talante de “perseguido”, solo es un síntoma más de lo que está mal en el sistema. No se trata solo de un diputado que crea cuentas falsas o difunde mentiras. Se trata de alguien que cree que el fin justifica los medios, que no tiene reparos en distorsionar la verdad para salvar su imagen y sus intereses personales.

El caso de Estrada nos pone frente a un espejo que, lejos de reflejar una imagen de honestidad y compromiso, muestra la cruda realidad de un sistema político donde la mentira y la manipulación son herramientas tan válidas como cualquier otra para ascender. La pregunta que queda flotando, como un interrogante sin respuesta, es si realmente estamos dispuestos a permitir que la política se siga desarrollando bajo estas premisas. Y más aún: ¿cuánto tiempo más podremos soportar que, mientras el circo de las fake news sigue funcionando, los responsables se sigan escudando en su falsa condición de víctimas?