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  ELECCIONES      

Macristina

Hace ya tiempo, en una de estas columnas, decíamos que este ciclo electoral, que se inicia mañana con las PASO, tenía un doble y grave problema: Cristina y Macri o, si quieren, Cristina y Mauricio, como les gusta decir a los prosélitos de Cambiemos haciendo gala de una tilinguería importante.
Macri es el presidente de la República Argentina, aunque por ahí lo disimule. Se le debe respeto por su investidura. Esa misma que debió impedirle bailar como un payaso, el día de su asunción, en el balcón de la Casa Rosada, es decir, de la sede gubernamental de nuestro país. En esto, los macristas, tienen una alta responsabilidad. La misma que asiste a todos los fanáticos: su acriticismo, es decir, el convencimiento de que su líder era, y es, perfecto, de modo que nada podría hacer mal. Bueno, muchas cosas hizo mal. Y si no fuera que su contraparte, Fernández de Kirchner, es también esperpéntica, Macri ni siquiera podría acercarse a una nueva postulación. Precisamente, estas dos candidaturas sólo pueden justificarse recíprocamente. Fernández de Kirchner lo habilita a Macri y, a la inversa, Macri la habilita a ella. Esa es la dimensión de su fracaso. En esa contradanza está un país empantanado.


Hay una palpable característica de esta campaña: su vacuidad. Ni Macri ni Fernández, los dos Fernández, dicen algo que valga la pena. Lamentable.
Quizás a los muchachos les falte alguna imagen histórica como para que rumbeen. La que mejor se me ocurre en estas circunstancias en que tanto se habla de la grieta, y se la practica, quizás sea aquella de Justo José de Urquiza, tras la batalla de Caseros, cuando pactó con los gobernadores rosistas algo trascendente: la Constitución de 1853. Eso fue el Pacto de San Nicolás de los Arroyos. Tenemos, pues, nuestra propia Moncloa. No necesitamos ni siquiera precedentes foráneos. Buenos Aires, cuando no el buey corneta, se demoró hasta 1860 para acatarla, después de que Urquiza garantizara a Mitre el respeto a sus pretensiones. Dos grandes batallas transcurrieron: Caseros y Pavón. Nada menos. Grieta había. Pero también liderazgo y responsabilidad.
Si nuestro país, la Argentina, estuviera bien, es decir, transcurriendo mansamente por la normalidad económica y social, en una de esas estaría bien, si se quiere, que lo manejen gerentes. Pero nuestro país no está bien, y no se necesitan explicaciones como para detectar ese dato. Por eso no bastan gerentes, se necesitan líderes. Y Macri no tiene las condiciones de liderazgo. Lo decíamos en aquella columna, lo ratificamos ahora. No conmueve. No convence.
Pero Fernández-Fernández tampoco garantizan nada. Lo único que sí aseguran es que a los problemas sociales y económicos, generados por ellos y agravados por Macri, agregarían una catástrofe institucional. Ya lo anticiparon sus calificados voceros Brieva, Zaffaroni y Giardinelli, entre otros. De la sartén al fuego. Y eso que todavía no habló Diana Conti. Pero, tranquilos, ya va a hablar…

Mientras tanto, en nuestra provincia, necesitábamos que viniera la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, para que nos comunicara que Juan Carlos Romero era el cambio de Cambiemos, que era lo nuevo. Y lo dijo de corrido. Creo que en alguna parte de la historia de los últimos 35 años de nuestra provincia se perdió “La Piba”, como la apodaba Moyano.
En cuanto a que si hay algo interesante que se dirima el domingo en la provincia, desde ya que no. Esto tiene una directa correspondencia con el  peso relativo que tiene Salta, electoralmente, en el escenario nacional: 3%. Nuestra provincia es uno de esos escenarios políticos conocidos a nivel nacional como nichos feudales. Otros las denominan emiratos, por la concentración del poder y por la dinámica patrimonialista del mismo. Algunos otros las denominan directamente “curatos”. Todo, como verán, un tanto oscurantista y demodé. Pero esa es la dirigencia que supimos conseguir. Ahora nos vienen a decir que es lo nuevo…
Respecto de ésta, de la dirigencia política provincial y de los instrumentos para su formación y comunicación con la sociedad, es decir, los partidos políticos, la presentación de diversos frentes para el ciclo electoral provincial, mostró a las claras la implosión del sistema político, corporizado y mediatizado por mandato constitucional a través de ellos, es decir, de los partidos políticos.
Sucedió con el Partido Justicialista, formalmente conducido por el gobernador Urtubey, su presidente: conformó una alianza con el kirchnerismo mientras su “conductor” es candidato a vicepresidente de Lavagna y sobreactúa su lejanía con Cristina, de la que estaba tan cerca hace tiempo. Claro, era hace tiempo…

La UCR, el Partido Radical, sufrió una quebradura múltiple y expuesta mostrando a las claras la total ausencia de liderazgo y orientación. Una fracción, adelantándose a los tiempos, se sumó mansamente a las huestes de Gustavo Saenz, abriendo anticipadamente un paracaídas. La conducción oficial, que había delegado en un triunvirato la búsqueda de  inspiración divina tras un rumbo, se sumó a un frente titulado “Olmedo Gobernador”, sin sonrojarse. Y, está bien que así sea, pues hay una concordancia ideológica de una rama provincial del centenario partido con el movedizo dueño del color amarillo. La cuestión es que no hay coincidencia alguna con el histórico ideario del partido radical. Todo se agota en el aprovechamiento personal de la oportunidad. Tan minúsculo como eso.
Pero, si hasta los troskos andan como hormiguero pateado, cómo no van a andar peor los otros, tanto menos disciplinados?
En conclusión, ¿qué se extrae de esto?: el fracaso total del Estado provincial y del modelo pergeñado hace 24 años y del que se beneficiaron exclusivamente los dos patrones, los últimos dos gobernadores. Salta, la linda, la que enamora, es un páramo económico, social, institucional y, también, político. Eso es lo que habrá de quedar de ese ciclo conocido como el del feudalismo, el del emirato, el del oscurantismo, que habrá de durar, minutos más, minutos menos, un cuarto de siglo.