En este día de celebración, desde Cuarto Poder recordamos algunas frases respecto al oficio periodístico que escribiera Hunter Thompson, el padre del periodismo Gonzo.

El doctor en periodismo Hunter S. Thompson dejó su marca particular en el periodismo de finales del siglo XX con el estilo “gonzo”, una forma de cobertura periodística que borra la barrera entre corresponsal e información, volviendo al periodista un protagonista dentro del contexto, o para mayor ilustración, un personaje más en la historia.

Aunque Thompson está asociado en la cultura de masas con la película “Pánico y Locura en Las Vegas”, los numerosos tomos de sus Gonzo Papers siguen dando de qué hablar respecto a sus posiciones sobre el arte del periodismo, especialmente sobre el periodismo visto como herramienta de empoderamiento político, además de atacar la vaga noción de objetividad periodística (una contradicción de términos, según él) y sobre sus referentes para la escritura.

A continuación ofrecemos algunos extractos que nos permiten conocer las ideas de un periodista peligroso no tanto por la leyenda negra en torno a sus excesos y aventuras, sino en cuanto a su particular enfoque informativo, el cuál duda de la naturaleza objetiva de la información y la reporta con un mecanismo acorde: en primera persona y sin miramientos de ningún tipo.

Hay muchas formas de practicar el arte del periodismo, y uno de ellos es usar tu arte como un martillo para destruir a la gente correcta —los cuales, por lo regular, siempre son tus enemigos, por una u otra razón, y quienes usualmente merecen ser destrozados porque están equivocados. Esta es una noción peligrosa, y muy pocos profesionales del periodismo la apoyarán —llamándola «vengativa» y «primitiva» y «perversa» a pesar de qué tan seguido lo hagan ellos mismos. ‘Esa clase de cosas son opinión’, dicen, ‘y el lector es engañado si no se etiqueta como opinión’. Bueno, eso puede ser. Tal vez Tom Paine engañó a sus lectores y Mark Twain era un fraude ladino sin morales del todo quien usó el periodismo para sus propios fines perversos. Y tal vez H.L. Mencken debió ser encerrado por tratar de hacer pasar sus opiniones frente a los lectores ingenuos como periodismo ‘normal y objetivo’. Mencken entendía que la política —como se usa en el periodismo— era el arte de controlar su entorno, y no tuvo reparos en hacerlo. En mi caso, utilizando lo que modestamente puede llamarse ‘periodismo de defensa’ [advocacy journalism], he utilizado el reportaje como un arma para incidir en situaciones políticas que se ciernen sobre mi entorno.

Cabe recordar que Thompson no sólo utilizó el periodismo para impulsar acciones políticas en torno a la legalización de las drogas o para atacar a personajes políticos de la arena nacional de los 70: durante esa década, el escritor se postuló también para alguacil del condado de Pitkin, en Colorado. Sus prerrogativas están basadas palmo a palmo en su visión de la escritura, de lo que extrajo que las condiciones objetivas del poder sólo pueden darse en ciertos contextos:

Mucho se ha dicho sobre el Periodismo Objetivo. No se molesten en buscarlo aquí ni en ningún lugar donde yo firme; o en nadie más en quien pueda pensar. Con la posible excepción de cosas como puntuaciones de box, resultados de carreras y tabuladores del mercado de valores, no hay tal cosa como Periodismo Objetivo. La frase misma es una pomposa contradicción de términos.

Thompson traza la estirpe del periodismo comprometido o subjetivo hasta el novelista Mark Twain, realizando una importante distinción sobre lo que debemos entender sobre subjetividad:

Mark Twain no era objetivo. No entiendo bien esta alabanza a la objetividad en el periodismo. Ahora bien, la simple mentira es muy diferente a ser subjetivo.

La mentira sería más bien algo que Thompson asocia al uso profesional del poder, es decir, a los políticos, a quienes no teme describir en los términos clínicos de la adicción a las drogas:

No todos están cómodos con la idea de que la política es una adicción culposa. Pero lo es. Son adictos, y son culpables y mienten y engañan y roban —como cualquier adicto. Y cuando entran en calor, sacrificarán cualquier cosa y cualquier persona para alimentar su hábito cruel y estúpido, y no hay cura para ello. Eso es el pensamiento adictivo. Eso es la política —especialmente las campañas presidenciales. Eso es cuando los adictos se apoderan de los terrenos elevados. No les importa nada más. Son salmones, deben subir. Son adictos.

Fuente: Brain Pickings