Cada vez son más los niños señalados como hiperquinéticos. La directora del instituto de Educación y Psicología de la UNSa, advirtió al respecto.

El desorden de hiperactividad es reconocido por muchos profesionales como un invento para que las farmacéuticas tengan la enfermedad que necesitan y así poder encajar más y más pastillas en todos los ámbitos sociales. El padre se clava un ribotril para salir a laburar, la madre se manda un alplax porque le duele la espalda y al hijo le revientan el cerebro con ritalin en la escuela.

Susana Gareca, directora del instituto de Educación y Psicología de la UNSa, manifestó ve una epidemia en esto de diagnosticar a los alumnos (antes conocidos como hinchabolas) como niños hiperquinéticos, en cuyo caso la solución por la que se opta es la medicación. Además señalo que “la escuela llegó a ser una ámbito de desinterés para los chicos, porque todo lo que van a aprender en la institución ya lo saben”.

El ritalín (medicamento con el que suele tratarse este desorden) es un derivado de las anfetaminas, cuyo nombre no comercial es metilfenidato. Está químicamente emparentado con las anfetas y funcionalmente como la cocaína, es decir tiene una estructura molecular afín a la primera, pero actúa sobre el cerebro, con mecanismos similares a los de la segunda. Este medicamento puede tener efectos negativos en el cerebro en desarrollo según ha demostrado un estudio diseñado para controlar el efecto de la medicina en el cerebro de las ratas, que descubrió que se alteraban zonas del cerebro relacionadas con el funcionamiento ejecutivo, con la adicción y el apetito, las relaciones sociales y el estrés.