El escritor tartagalense Mario Flores vuelve al ruedo con dos extrañas novelas, Cacería y Queridos Terrícolas, con las que deja bien de lado el realismo. El autor de Hikaru muta y presenta artefactos narrativos que, una vez más, desafían al lector.

Lucas Sorrentino

Mario Flores es un escritor impredecible. Imposible de encasillar. Acaba de publicar dos novelas o artefactos narrativos que llamaremos “novela” por comodidad. Cacería (editorial Nudista) es lo más experimental de autor y sumerge al lector en un oscuro mundo, donde hay personajes como el Hombre Carnero o el Hombre Búho. En Queridos terrícolas (Kala Ediciones) hay un extraterrestre y una chica y no se parece a nada de lo que se lee o ve bajo el rótulo de Ciencia Ficción.

La publicación de estos libros ha sido la excusa para mantener esta charla con el autor. 

Si uno pudiera ponerles un rótulo a tu novela Hikaru y a los cuentos de  Necrópolis sería el de «realismo», sobre todo en esos cuentos con los que ganaste el Concurso Literario Provincial: las historias dan cuenta de un Tartagal actual y se nota, a veces, la molestia de los personajes con esa realidad. Pero Cacería y Queridos Terrícolas no podrían estar más alejados. Sé que en tu poesía ya habías habitado la ciencia ficción, pero no en tu narrativa. ¿Por qué este viraje?

En Hikaru ya había algo de ciencia ficción, desde el punto de vista del animé (la serie que lleva el título de la novela trata sobre una personaje que puede controlar los elementos de la naturaleza), aunque es cierto que los parámetros narrativos, como en los diez cuentos de Necrópolis, son de genética realista. Siempre está esa cosa de distopía, de futuro aciago, de oscuro presente alternativo. Diseccionar la realidad a modo de crónica a veces me resulta insuficiente, por lo que siempre trato de insertar algún elemento de extrañeza que permita que el texto habite más de una dimensión posible. Me interesa lo sobrenatural y lo oculto: no necesariamente entender la ciencia ficción desde lo futurista o lo tecnológico como es habitual, sino desde lo desconocido, lo innatural, lo simbiótico, lo especulativo. Hay poemas (de los libros Cuando llegue el fin de los tiempos y Tu fuerza primitiva) que escribí pensando y sintiendo eso: cómo habitar un mundo que no es del todo lineal pero tampoco fantástico. Se trata de un intersticio entre lo realista y lo ocultista. Creo que es ese el viraje, pero también es una continuación: está bueno que esas zonas de rareza te pongan a prueba. Podría seguir escribiendo cien Hikaru’s más, con el mismo tono y enmarcados en el mismo universo, sabiendo que funcionaría y «caería bien», pero no podría hallar ningún mérito artístico en eso. Repetirnos a nosotros mismos todo el tiempo es retroceder, y yo necesito escribir hacia adelante. Cacería y Queridos terrícolas son dos libros completamente distintos, pero que aparecen justo en un momento en el cual trato de plantear un quiebre y una continuidad, una especie de escritura que no coaccione a lo inmediato sino que se trate de un desafío. El libro debe ser un desafío, no hay nada peor que lo predecible.

Probablemente después del éxito de Hikaru, muchos lectores deben haber pedido y esperado un Hikaru 2, Hikaru 3… Pero en cada uno de tus libros hay mutaciones, nuevas búsquedas. Esto se hace más evidente si se compara, por ejemplo, Cacería con tu primera novela. ¿Esta es la obligación de un artista, nunca repetirse?

Nunca repetirse o, al menos, no buscar convertirte en un sello o firma inmutable. La búsqueda de un estilo particular y de un rythm característico no tiene nada que ver con la reiteración y el copypaste. Hikaru planteaba la disfuncionalidad y la falta de responsabilidad por parte de los progenitores, pero para muchas personas era una novela «linda» sobre el encuentro de un padre y su hija. Es decir, una apreciación cómoda y lineal: y pueden darse múltiples ejemplos porque la novela no explica, no alecciona, no regurgita lo ya digerido a través de bajadas de línea que tienen que ver más con el autor que con la historia. Este juego con lo no dicho, con una narración sin descripción estruendosa, es algo que se mantiene en otros libros míos, pero funciona a partir de la posibilidad de habitar diversas dimensiones de lectura. Una vez, en un colectivo, una persona me contó toda la segunda parte que se había imaginado después de leer Hikaru, casi exigiendo que fuera escrita, como una necesidad de leer una continuación. En lugar de eso, preferí ir hacia atrás: me dediqué a narrar una especie de novela precuela, que es la historia del animé (junto con el guión de sus capítulos). Es decir, ir en contra del lugar común y de las zonas de confort. Precarizar a tus personajes por cinco, diez tomos o más, es canallesco. Sin mencionar cuando eso sucede por emulación, copiando tonos y giros de lenguaje de libros ajenos y de otros autores, para ver si te sale algo mejor. No hay honestidad alguna en un ejercicio de escritura masturbatorio que intenta sólo agradar y buscar reconocimiento. Saber estar dispuesto a configurar una búsqueda estética bajo un marco de experimentación y mutación, hace del proceso creativo una instancia de diálogo abierto y no una torre de marfil. Algo que en nuestro contexto de localidades feudales no suele suceder ya que no todos están dispuestos a repensar su posición a la hora de enfrentarse a un texto (repito: al texto, no a la persona). Siempre habrá nexos y referencias que dan cuenta de la evolución de la forma de escribir o de las decisiones artísticas o teóricas que se toman a la hora de escribir (sobre todo, al narrar), pero la comparación es otra cosa: si la comparación es difícil o imposible, es señal de que fue un acierto.

Hablemos de Cacería. Me cuesta etiquetar el libro (lo cual es una de sus virtudes). Tiene algo de fantástico, de mitológico… ¿Cómo definirías el libro?

Sin duda es lo más experimental que he hecho hasta el momento. Tiene algo de mitológico, de ocultista, de ritual. Ya la ficha técnica del libro, en los datos de catalogación, incluye “mitología” y “pueblos originarios”, lo que en mi caso no es nada esperable. Este es el segundo libro que publico con Editorial Nudista y, desde el principio, puede verse que el libro no se parece a Hikaru ni a ningún otro, se entiende que mi búsqueda parte de escrituras experimentales. Se trata de una novela, que es corta pero que incluye distintas partes y actos, incluso una introducción que es un poema largo. Hay personajes, de alguna manera místicos o sobrenaturales (el Hombre Carnero, el Hombre Búho y el Hombre Lagarto, por ejemplo) que pueden parecer fantásticos o de índole oculta, pero al final la novela ocupa zonas temáticas que también son realistas: el abuso y la violación, la trata de personas, el tánatos, la salud mental, la conexión con lo salvaje. Pero el hecho de que sea difícil de definir ya es algo muy positivo. Sencillamente creo que es un libro así, raro.

¿Cómo surgió la idea de un libro así?

Cacería era, en sus inicios, una especie de obra teatral con elementos visuales y electrónicos. Es decir, no lo tenía pensado para que fuera interpretado en vivo sobre el escenario. Lo que me gusta del formato guión, es que permite que las voces se diluyan con las imágenes: mi escritura es principalmente visual, casi cinematográfica. No es importante lo que yo tenga para discurrir, es necesario abandonar ese sitio cómodo de autorreferencialidad donde estás divagando todo el tiempo pero sin contar nada. Esa clase de libros son un embole. Lo que importa es la historia. No hay tiempo para frases de reafirmación personal o escrituras sentimentales sobre el yo, que pertenecen más al didactismo que a la literatura. Lo único verdaderamente importante es que la historia se sostenga por su propio peso. Hacer de Cacería una novela fue parte de una investigación sobre escritura y ficción que realicé con una Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes (hice un montaje de cómo sería la evolución orgánica del drama de esta historia según sus actos o, si se quiere, capítulos), y su escritura y corrección la realicé con el apoyo del Fondo Ciudadano de Desarrollo Cultural de Salta (me llevó alrededor de medio año resolver su forma final). Quería establecer una especie de upside down en el que los elementos de la yunga y los paisajes que ya conocemos pudieran ser una dimensión desconocida. Es decir, convertir lo bucólico en salvaje, lo naturalista en carnívoro, lo ancestral en actual, lo habitual en desconcierto. Una joven es desaparecida de su mundo y obligada a parir después de una violación, pero todo esto ocurre en un escenario sobrenatural. No se trata de magia o fantasía, sino de una mixtura entre lo originario y lo visceral, todo narrado a través de lo oculto. Al principio, tenía dudas sobre si podía entenderse, pero ya me ha pasado antes que, por lo general, todos mis libros deben leerse dos o más veces seguidas para captar ciertos ambientes, rítmicas, ideas. Puede parecer un proyecto extraño, pero en su núcleo narrativo están todas las obsesiones y los tópicos que he desarrollado hasta ahora.  

Queridos Terrícolas ya es Ciencia Ficción… ¿Qué te interesa del género? ¿Es raro escribir Ciencia Ficción en una provincia que parece anclada en el pasado donde la perspectiva de futuro es nula?

Lo que nos permite la ciencia ficción o, para englobar más aún, la ficción especulativa, es poder llegar al núcleo duro de la naturaleza de lo humano y lo caótico, sin que sea necesario detenerse en esos pensamientos mundanos que, en el texto, terminan siendo ornamentos vanos propios del ensimismamiento. Queridos terrícolas es una novela que no se propone construir ningún universo en particular ni tampoco narrar una película de onda hollywoodense. A pesar de ser una historia espacial y bélica (sobre dos expedicionarias que se enfrentan a formas de vida desconocidas), trata sobre la posibilidad de dialogar con lo misterioso, con lo innatural. Disfruté mucho escribiéndola, ya que es un texto de tipo mashup, confeccionado con varias cosas: un sample de Las sirenas de Titán de Kurt Vonnegut, conspiraciones paranoicas de internet, leyendas urbanas, pasajes del cyberpunk japonés. En el prólogo, Marcelo Acevedo apunta que se trata de una historia con claras influencias pulp. Lo más insólito de este libro puede ser una parte del público al que va dirigido: nunca he publicado nada exclusivamente para jóvenes, pero Kala Ediciones (editorial de Cafayate que publicó la novela) ya tiene un catálogo con esta línea. Y sobre lo de escribir en un contexto que constantemente apunta hacia el ayer… Considero que lo más fácil y predecible (y seguramente lo más redituable) es seguir estableciendo narrativas y poéticas de lo retro: las obras que se fundamentan en una remembranza memorial sólo reproducen un discurso que apunta hacia el pasado, donde el índice de invención o innovación es escaso o nulo y reducen cualquier intento de narración a un texto alusivo y escolar. Más aún cuando el territorio en el que operan tales textos es la evocación, lo endogámico o la dedicatoria constante, para que al menos pueda funcionar en términos comunitarios. Hay libros que presumen a propósito de ser de índole social y finalmente son sólo romantizaciones de un patrón predeterminado, libros que dicen tratar problematizaciones políticas y son sólo historias de amor telenovelesco. Yo lo denomino “escritura modo selfie”: es estar escribiendo todo el tiempo desde el ombligo propio, que es el mayor sitio de supuesta autoridad (casualmente, el pasado autorreferencial), subestimando a quien está del otro lado de la página. Hay un poema de Mary Oliver, que dice “dioses de madera que cargamos en los hombros / como a tantos oscuros ataúdes / y seguimos caminando hacia el futuro”. No hay que olvidarlo.

¿Sos un lector de Ciencia Ficción? Hace unos años se hizo una mesa de Ciencia Ficción en Salta y mi impresión es que, si bien los escritores habían leído a Kurt Vonnegut, Ballard, Ray Bradbury, Ursula K. Le Guin,  Philip K. Dick, etc., sentí que la relación con la Ciencia Ficción venía más del cine que de los libros…. No sé si estoy delirando.

La mayor parte de mi biblioteca personal está apuntada al realismo, no a la ciencia ficción. Sin embargo, al leer a Vonnegut, Bradbury o algunos cuentos distópicos de Patricia Highsmith, logro emparentar ángulos de ficción con Alberto Laiseca, Marcelo Cohen o Samanta Schweblin. Y de ahí a Black Mirror, Love Death & Robots, Akira, Futurama o Dark, sin dejar de lado otras artes, como los collages de Trash Riot o la música de Pan-Pot o incluso Dillom, que es terror conceptual. Argentina (y otros países como México y Colombia) tienen una muy buena salud en el género sci-fi. En lo que respecta al NOA, ya se han publicado libros que actualizan esta visión del panorama norteño y feudal a través del lente de lo científico, lo cinematográfico y lo mágico: novelas, narraciones en verso y antologías de cuentos. A veces, es más sencillo hallar elementos del mundo fantástico y el orden de la ciencia ficción en obras que pertenecen al realismo (o que pueden funcionar como ficciones realistas), antes que en producciones exclusivamente circunscritas en el género. Quizás en estas latitudes, afincadas en lo tradicional, cueste un poco más el análisis contextual de estas narraciones, como si se tratara de tentativas locas y de puro entretenimiento sin lógica que no podrían ser “representativas”, pero hay más posicionamiento crítico en la ficción y las novelas que en el diario de cada mañana. Lo importante es no permitir que infrinjan nuestro derecho a delirar.

¿En qué proyectos estás trabajando actualmente?

He finalizado varios libros que espero puedan salir pronto, como una especie de cierre: la precuela de Hikaru que mencioné anteriormente (se llama “El poder de los elementos”), y otra novela que aborda las ciencias ocultas y el abuso por parte de gurúes (que ha sido un tema casi obsesión para mí durante años), así como dos libros de poemas que, según lo que tengo pensado, serán ya lo último que publique. Lo más próximo es el segundo volumen de Resonancia, este experimento entre poesía, música electrónica y paisajes sonoros que hice con textos de autoras y autores que seleccioné para crear un live set. Es un proyecto al que le dedico mucho tiempo y esfuerzo, porque disfruto mucho a la hora de hacerlo: experimentar con texto y sonido creando una pieza que puede entenderse (o no) desde lo musical, lo literario y también lo electrónico. Son trabajos que están listos y finalizados, pero actualmente no estoy escribiendo: para ser alguien que publicó nueve libros no soy una persona que esté escribiendo todo el tiempo… Me cuesta ser disciplinado con eso porque mi “obra” (sic) no se basa en la disciplina sino en la experimentación, no busca erigir una figura de autor sino la destrucción del mundo conocido.