Una periodista uruguaya realizó una investigación sobre las denuncias por abusos sexuales de niñas y adolescentes wichí en el norte provincial.
Cecilia Osorio periodista uruguaya publicó un reportaje -investigación sobre la denuncia colectiva de las mujeres de ruta 81 en el norte salteño que fueron violadas por criollos. Es un seguimiento del caso hasta la actualidad.
Aquí compartimos parte de su trabajo:
A 400 kilómetros de Salta capital, un grupo de mujeres indígenas denuncia lo que
desde hace siglos es un secreto a voces en el Gran Chaco argentino: los criollos
abusan sexualmente de niñas y adolescentes wichí mientras el Estado no investiga
y los culpables siguen impunes. Este reportaje fue realizado con el apoyo de la
International Women’s Media Foundation.
La tarde del 15 de febrero de 2022, cuando Moni* firmaba la carta, sabía que no lo
hacía solo por ella. “Acá no se salva nadie, ni la hija del cacique”, dice esta mujer
wichí de 30 años, estatura pequeña y cabellera larga. Vive en la comunidad
indígena Misión Kilómetro 2, emplazada frente a Pluma de Pato, un pueblo de
apenas 200 habitantes del departamento salteño de Rivadavia.
Hace tres años, ella y un grupo de mujeres firmaron una carta pública en la que
denunciaban los abusos sexuales que sufrieron cuando eran adolescentes. “Por
suerte yo no lo vi más, pero mi mamá se vivía topando con ellos porque vivían ahí
enfrente”, dice Moni, señalando la entrada de la comunidad, mientras pastora sus
siete cabras. En el horizonte, después de una lomada de arbustos, se ve la ruta
81. “Solo hay que cruzarla. Son diez minutos a pie”.
Despojados de sus tierras, los wichí —uno de los 14 pueblos originarios de Salta—
sobreviven a la sombra del pueblo criollo. De un lado de la carretera, cercados
por enrejillados con restos de maderas, están sus ranchos de techos de chapa
sostenidos por horcones de palo santo y paredes construidas con retazos de
plástico y ramas. Del otro, las casas de cemento y bloques de las familias criollas,
población que se define como blanca y descendiente de europeos.
Moni lleva sus cabras hacia el rancho de su familia. Son las siete de la tarde y el
sol tiñe de dorado el terreno poblado de chanchos, gallos, gallinas, perros y más
cabras. Apenas la ven llegar, sus hermanas salen a su encuentro. A un costado,
su madre está concentrada dándole de comer a cinco loros que tiene en un
balde negro. Son muy pequeños y al no tener casi pelo parecen muñecos de
hule. La escena hace reír a las mujeres de la familia, que miran con complicidad
mientras traen sillas para armar una ronda en un rincón del patio.
Durante más de una hora, sentada en el centro del círculo, Moni cuenta lo que
ocurrió hace tres años en Pluma de Pato. Dice que ahora las mujeres que
firmaron la carta no quieren hablar: “Se arrepienten de haberlo sacado a la luz.
Tienen miedo”. En medio de la conversación, su sobrina más pequeña se sienta
en su falda. Está llorando porque uno de los loros le picó la mano. Moni le seca las lágrimas del rostro, la aprieta contra su pecho y susurra: “Yo quiero advertir y
orientar a las que vienen atrás”.
Nehuayiè-Na’tuyie thaká natsas-thutsay-manses
El 16 enero de 2022, Moni junto a otras mujeres de la comunidad Misión
Kilómetro 2 cruzaron la ruta 81 y marcharon por las calles de Pluma de Pato. Iban
en filas ensambladas unas con otras. En sus manos llevaban una amplia pancarta:
«Justicia por Pamela”. Habían perdido el miedo.
Un día antes, el cuerpo de Pamela Flores, una niña de 12 años de la comunidad,
había aparecido tirado entre pastizales al costado de la carretera. Hacía días que
Moni no dormía. “Ella venía a casa, la cuidábamos. Ahora cuando veo a una niña
en la carretera enseguida pienso en ella”.
40 años atrás, en épocas de lluvias y crecidas, la ruta 81 era intransitable. Pasar
de la tierra al asfalto fue el sueño del progreso para salteños y formoseños. Pero
no para los wichí. Desde su pavimentación, sus miles de kilómetros son tierra de
nadie: de trabajadores zafrales que en época de siembra y cosecha aprovechan
su cercanía con pasos fronterizos, de camioneros que se orillan a su costado
buscando niñas y adolescentes indígenas.
Las mujeres de la comunidad wichí estaban cansadas de ver desaparecer a sus
hijas. El día de la marcha se reunieron y convocaron a Octorina Zamora, referente
de las luchas de las mujeres indígenas de esta zona. En 2015, Octorina acompaña la familia de Juana*, una niña wichí de 12 años cuyo cuerpo también apareció
tirado, esta vez, en una cancha de fútbol en Santa Victoria Este, en el extremo
noreste de la provincia de Salta.
Juana había salido a comprar pan con dos amigas cuando ocho hombres criollos
las interceptaron y empezaron a perseguirlas. Sus amigas lograron escapar, pero
a Juana la arrastraron hasta una cancha de fútbol. Allí la drogaron y violaron
varias veces. Su abuso conmocionó a la provincia: la niña tenía un retraso
madurativo y estaba embarazada de un abuso sexual anterior. Fue el primer caso
de violación grupal a una niña wichí que llegó a juicio y en el que los agresores
fueron procesados.
“Ellas estaban decididas. Querían tomar acciones, pero necesitaban esa fortaleza
que Octorina de alguna manera les brindaba”, dice Tujuay Gea Zamora, hija de la
lideresa indígena. Desde la muerte de su madre, en junio de 2022, Tujuay
acompaña a las mujeres de la zona.
Octorina se puso al frente. Convocó a autoridades nacionales y provinciales para
participar de la Primera Asamblea de Mujeres Indígenas de la ruta 81, organizada
bajo la consigna “Nehuayiè-Na’tuyie thaká natsas-thutsay-manses”
(acompañemos a nuestras infancias y adolescencias)