Por Karla Lobos

Antes de adentrarnos en el escenario político que traía el nuevo siglo, es necesario reforzar algunos temas de mucha importancia histórico–política, como la influencia política de Martín Miguel de Güemes.

En 1880, Bernardo Frías describió el momento político como: “…dos partidos existían en efecto, que se rechazaban entrañablemente, y cuya vida, en todos los intervalos y cambios producidos por las circunstancias, porque había atravesado la vida pública en estos pueblos, databa de 1821. Entonces se denominaban “Patria Nueva” y “La Patria Vieja”, que lo sostenía. Luego fueron el Unitario y el Federal; más tarde el Rosista y el Urquicista. Ya en esta vez se fueron diseñando las familias dominantes: Los Güemes por un lado y los Uriburu por otro”.

El clan de los Uriburu –que había sido rosista y en la emergencia procuró el apoyo de Mitre- y el de los federales urquicistas, los Ortiz y sus allegados. Ambas expresiones captaron el componente individual o familiar por el que los grupos políticos eran identificados en la época a través de apellidos. Patria Vieja y Patria Nueva eran dos acepciones que remitían a identidades políticas colectivas.

Juan Alfonso Carrizo, estudioso del folclore argentino aseveró que “de Güemes el pueblo no recuerda nada” y agregó que no existía registro de su persona ni en la poesía popular ni en las crónicas de la época. Estudios posteriores confirmaron esta ausencia y establecieron que fue la lírica ulterior de poetas como Julio Díaz Villalba, Carlos Hugo Aparicio, César Luzzatto, Jaime Dávalos y José Ríos la que se encargó de recrear la figura de Güemes con talla de héroe. Leopoldo Lugones con La Guerra Gaucha, publicada en 1905, también contribuyó a esta posterior conversión de Güemes en héroe y salvador de la Independencia en el Norte.

Pero fueron los primeros trazos escritos por Bernardo Frías en su obra cumbre, los que pasaron a Martín Miguel Güemes, de héroe ausente o negado de la “patria”, en el siglo XIX, a ser exaltado como prócer de la Argentina en el siglo XX.

Patria Vieja o Patria Nueva se trataba de dos asociaciones configuradas alrededor del gobierno del Martín Miguel de Güemes, dos bandos enemigos que se formaron, uno para sostenerlo y otro para derribarlo. La Patria Vieja refería a los seguidores de Güemes, quien había sido proclamado gobernador por el Cabildo de Salta el 6 de mayo de 1815 y reafirmado en ese cargo tres años después. En tanto que, la Patria Nueva, agrupaba a los detractores de su gobierno, que habían impulsado una serie de ataques que iban desde el derrocamiento hasta el asesinato del propio Güemes. Este enfrentamiento fue la matriz generadora de la primera grieta salteña. Las divisiones en redes, grupos o partidos se mantuvieron a lo largo del siglo.

Las ciudades de Salta y Jujuy habían sido ocupadas por las fuerzas realistas un año antes de que Güemes fuera elegido gobernador de la provincia y muchas familias vinculadas con la causa patriota se habían visto obligadas a huir y refugiarse en sus propiedades rurales.

A comienzos de 1814, San Martín y Belgrano se encontraron en la posta de Yatasto, al Sur de Salta, cerca de la frontera con Tucumán, donde el primero se hizo cargo del Ejército Auxiliar y el segundo regresó a Buenos Aires para rendir cuentas de su actuación tras derrotas de Vilcapugio y Ayohuma a fines de 1813.

La tarea de Güemes en este nuevo contexto consistió en tomar el “mando general de la línea del Pasaje” y sostenerla con los gauchos de la región. Esta situación llevó a afirmar a Frías que: “La guerra se hacía sólo con Salta. La sangre, las vidas perdidas, las armas, las caballerías, el vestido y monturas del jinete; los forrajes, los víveres, los tesoros, todo fue de ella; siendo así la campaña libertadora toda a costa suya”.

Casi al mismo tiempo en que Güemes abatía al coronel realista Saturnino Castro, en el Tuscal de Velarde, Juan Antonio Álvarez de Arenales lograba importantes triunfos sobre las tropas imperiales en el Alto Perú. A mediados de la década de 1810 Güemes y Arenales eran las dos figuras relevantes del escenario político y militar salteño.

El 8 de octubre de 1814, el gobierno revolucionario decidió el desmembramiento de la Intendencia de Salta del Tucumán. Por un lado, formó la Provincia del Tucumán, integrada por los pueblos de Tucumán, Santiago del Estero y la Villa de Catamarca, y por otro instituyó la nueva Provincia de Salta, integrada por las ciudades de Salta, Jujuy, Orán, Tarija y Santa María, cuyos límites estaban fijados por los de las jurisdicciones respectivas de los pueblos que la integraban.

Entre las continuas invasiones y tomas de ciudades por parte de los realistas y de los sitios y avanzadas de los patriotas, la población estaba en permanente vilo. La posibilidad siempre abierta de un retorno o triunfo realista fortalecía a los adictos al rey y favorecía la consolidación de un bando realista que contaba con el apoyo de familias influyentes de la sociedad local.

Frías remarcó este posicionamiento de Salta respecto de Buenos Aires y expresó: “fue cosa notable que de todas las provincias que componían la nación, resultaba ser Salta la única que no rompiera la subordinación a las autoridades supremas constituidas. Pese a que no había tenido representantes en el Congreso Constituyente, Salta fue una de las pocas provincias del Interior que aceptó la nueva carta magna, mientras que Santa Fe y Entre Ríos no sólo rechazaron el documento, sino que le declararon la guerra al Directorio. Su derrota en la batalla de Cepeda, el 1 de febrero de 1820, inauguró el auge de las tendencias autonómicas de las provincias. El caso más cercano fue el de Tucumán, cuyo gobernador, Bernabé Aráoz, declaró a esa provincia como república. Con una corta vida, ya que Araoz fue derrocado en agosto de 1821.

El entonces gobernador de Salta fortaleció y animó las tendencias centralizadoras, aunque en su práctica política también se arrogó concepciones autonómicas. Los opositores llamaron a su particular forma de ejercer el poder sistema infernal o sistema de Güemes. Fueron tiempos de migraciones voluntarias y destierros, de uno y otro bando.

El trabajo en las sombras de un sector importante de adherentes a la causa realista y de contrabandistas que se beneficiaban con el comercio de pertrechos no permitidos con los partidarios del rey, sumaba tensiones y motivos de represalias.

Por un lado, Güemes contaba con un respaldo casi unánime del Cabildo de Salta, situación que generaba descontento entre los vecinos de la ciudad de Jujuy. Por otra parte, el gobernador de Salta detentaba un apoyo permanente e incondicional de los hacendados y los sectores rurales de la región de la Frontera y el Valle de Lerma, lo cual producía malestar entre los grupos pudientes de la capital provincial, aunque éstos en más de una oportunidad lo habían visto recuperar la plaza salteña de manos de los realistas”.

El fuero gaucho causó aún mayor recelo, ya que intervino allí donde la costumbre había estatuido, en la mente de los hombres de la elite, la relación de sumisión del peón-campesino frente al patrón-terrateniente. La figura del patrón fue desplazada por la del gobernador y jefe militar, en tanto que el campesino se convirtió en soldado de una causa trascendente para el conjunto social.

Había una gran distancia entre la población campesina de estas regiones y la de los valles Calchaquíes. Las primeras formaban un conjunto mestizo, heterogéneo, fragmentado con disponibilidad de circulante y acceso a tierras propias o a su arriendo. Los vallistos, en cambio, descendían de las antiguas poblaciones indígenas, estaban menos mestizados y eran objeto de una explotación servil.

Al inicio de su gobierno en 1816, Güemes ya había advertido a los vecinos reunidos en Asamblea que resultaría imposible cumplir con la paga de los gauchos que servían como soldados. Para suplir esta falta de recursos propuso liberar a los campesinos de sus compromisos en materia de arriendos y obligaciones personales. Los sectores terratenientes convinieron en apoyar esta medida que constituía más una tabla de salvación de la elite que una respuesta de agradecimiento paternal para con los campesinos devenidos en soldados.

“Güemes, en verdad, conservó y respetó las bases fundamentales de las instituciones sociales. No ofreció a la plebe en recompensa de su adhesión personal nada, a no ser la conquista de sus derechos dentro del progreso futuro; de esta suerte, no les ofreció dar las tierras del Estado, ni los sobrantes de las tierras de los ricos, no obstante poseer éstos leguas y leguas de campos sin cultivos, ni les repartió la fortuna mueble de los enemigos acomodados despojándolos, no los colocó en la altura dirigente de la sociedad, superponiendo, así, a los nobles los plebeyos; no siendo, por tal manera un revolucionario en este orden, mostrando más bien en esto un espíritu conservador”, explica Bernardo Frías.

En Salta, como en ninguna otra sociedad, las elites patriotas o realistas convivieron y se identificaron como tales. A las mujeres, que integraban al cuerpo familiar y estaban bajo la autoridad del padre o del esposo, la guerra las convirtió en espías o en correos. Algunas incluso llegaron a intervenir en el campo de batalla, como Juana Azurduy. 

Güemes tuvo un entorno primario de referencia, integrado por hacendados que tenían sus tierras en la llamada región de la Frontera. José Francisco Gorriti, su hermano José Ignacio, Antonio Fernández Cornejo y Manuel Puch, hermano de Carmen, la esposa de Güemes. Fueron ellos quienes movilizaron a los campesinos, de sus fincas y de la región, al campo de batalla. Estos hacendados, que junto al cuerpo capitular habían legitimado la autoridad del gobernador en 1815 y 1818, eran los encargados de cobrar los arriendos y tenían la facultad de dispensar el fuero gaucho. De este modo el sistema de Güemes se convirtió en un instrumento de control social en la región.

A fines del siglo XVIII, la disputa por las tierras en las regiones de la Frontera y el Valle de Lerma para satisfacer las necesidades de un comercio mular en ascenso había distanciado internamente a la élite. Los intereses mercantiles con el Alto Perú, se vieron afectados. Comerciantes de Potosi y Lima, como José Gómez Rincón y Domingo Olavegoya, vinculados por matrimonio con familias salteñas, se concentraron en la compraventa de mulas y desplazaron de esta actividad a hombres como José Ibazeta, estanciero también dedicado a la actividad comercial. Esta situación también dividió aguas dentro de la elite. Los primeros adhirieron a la causa del rey y colaboraron con los realistas cuando ocuparon militarmente la ciudad de Salta, mientras que los segundos tuvieron argumentos para sumarse a las filas patriotas.

Para Gregorio Caro Figueroa, fue la prohibición de comerciar con los realistas la que condujo a la oposición a abandonar las murmuraciones de salón y llevar adelante el propósito de destruir a Güemes.

A mediados del siglo XIX y ante la lesión constante de sus patrimonios, los comerciantes promovieron la creación del Tribunal de Comercio. Las normativas establecían que, para ser considerado comerciante, el interesado debía inscribirse en la matrícula y practicar la actividad mercantil en forma habitual.

Facundo Zuviría, Juan Marcos Zorrilla y Dámaso Uriburu se contaron entre los fundadores y dirigentes de Patria Nueva, grupo político opositor al sistema gobernante. Eran jóvenes que pertenecían a familias influyentes afincadas en la ciudad de Salta. Sus padres integraban el grupo de peninsulares que se habían radicado recientemente en la región. Todos habían ocupado cargos en el Cabildo y en el caso de Zuviría se añadían grados militares. Los hijos de Marcos Salomé Zorrilla y de Agustín Zuviría integraron una red social y mercantil en la cual también participaron los hermanos Solá. Los Uriburu, también formaron parte de una red mercantil. El espacio de acción de ambas redes excedió las fronteras nacionales en construcción. Facundo Zuviría y Marcos Zorrilla ejercieron como abogados en Bolivia, donde Dámaso Uriburu, también exiliado, representó a la vecina república en la firma del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación firmado con Chile en 1833 y ratificado en 1834.

Los opositores a Güemes eligieron las vísperas del décimo aniversario de la Revolución de Mayo como fecha simbólica para deponer al gobernador. El 24 de mayo de 1821 quedó conformado un cabildo opositor bajo la presidencia de Saturnino Saravia, e integrado además por Dámaso de Uriburu, Baltasar Usandivaras, Gaspar Solá, Manuel Antonio López y Facundo Zuviría como síndico procurador. La marcada presencia mercantil determinó que los hechos de esa jornada fueran denominados revolución del comercio.

José Ignacio Gorriti ocupaba el cargo de gobernador, ya que Güemes se había trasladado hasta el sur provincial para hacer frente a las fuerzas del tucumano Aráoz, partícipe de la conspiración. El cabildo opositor se valió de la ausencia de Güemes para deponerlo y ofrecerle el gobierno provincial a Gorriti, quien rechazó el ofrecimiento y se retiró a sus tierras en Miraflores. La Junta revolucionaria designó entonces a Saravia como gobernador y encomendó a Dámaso Uriburu que redactara el comunicado que intimaba a Güemes a deponer el mando de las tropas y retirarse de la provincia. Una semana después Güemes entró con sus tropas a la ciudad de Salta y sofocó el intento de derrocamiento.

El ejército español encontró, después de estos sucesos, apoyos significativos por parte de los más encarnizados opositores de Güemes, quienes sólo 7 días después de fracasada la revolución del comercio fue emboscado por una partida enemiga y mortalmente herido.

El 21 de junio de 1821, el entonces gobernador, falleció. Tras su muerte se dio por finalizada la guerra de independencia en el territorio provincial. Salta firmó un armisticio con los jefes realistas. Para Salta se estableció el límite sobre Humahuaca, mientras que para los realistas se fijó en La Quiaca. El ascenso de la Patria Nueva al gobierno provincial quedó plasmado en la composición de la Junta Provincial de agosto de 1821, con Gaspar José de Solá, Dámaso Uriburu y Facundo Zuviría como representantes de Salta.

Cualquier semejanza con la realidad actual, es mera coincidencia…