Por Mily Ibarra

Inicia un nuevo año, y el espacio de nuestra escuela—la sala y el patio—vuelven a resignificarse. Los “abrimos” y nos preguntamos: ¿cómo y para qué? Para reflexionar sobre esto, me permito citar a Laura Singer y repensar juntos el sentido del espacio físico a través de estos interrogantes: ¿Cómo acoge el espacio al que llega? ¿Cómo se dispone para abordar la heterogeneidad y la diversidad en la escuela? Estas preguntas nos invitan a buscar sentidos y entramados en el uso del espacio.

Si pensamos en un espacio que verdaderamente “aloje” nuestras propuestas, la planificación y organización del mismo deberían tejerse colectivamente, construyéndolo con los niños y las familias, no solo concibiéndolo para un momento de apertura. Abrir una puerta para “pasar” y “jugar” significa dar lugar al otro, y ese otro no es solo el niño o la niña, sino también su familia. El juego es central, tanto como la palabra en ronda, como la invitación a poner el cuerpo.

Sabemos lo que implica poner el cuerpo al comenzar un nuevo año: surgen llantos, miedos e inseguridades, tanto en las familias como en nosotros, los educadores. Porque educar y enseñar no es una tarea sencilla, implica entregarnos, poner una gran parte de nosotros mismos en ese espacio que es la escuela. Recordarnos humanos nos coloca en un lugar humanizante.

Por ello, es recomendable pensar este momento a través de canciones y juegos en ronda que inviten a las familias a expresar sus expectativas sobre el año escolar, convirtiendo la música y el juego en un momento de placer compartido. No debemos olvidar que esta etapa es una transición para los niños y niñas: pasan del entorno familiar a la escuela, al encuentro con los “otros”, y la docente es, en principio, un “otro” desconocido. Qué mejor que aplicar la ternura en este proceso, siempre desde el juego y el canto.

Volviendo al espacio, sería interesante “crearlo y co-crearlo colectivamente”, para que ese transitar lúdico se convierta en una referencia para quienes pasen por allí. Como plantea Singer, debemos construirlo progresivamente, reflexionarlo y conceptualizarlo en el camino.

Sin dudas, invitar a cantar y jugar es un acto multiplicador que deja huella en el transcurrir. No es solo un año más, es un año lleno de posibilidades para transformar y construir caminos al andar.