Icono del sitio Cuarto Poder

El eslabón más débil

Una desenfrenada hostilidad electoral se avecina. Lo anuncian las palabras de Romero en la presentación de un pacto y la respuesta de Urtubey ante el mismo. Se acusan, uno al otro, de ser un peligro para esta Salta que en lo fundamental, fue igual durante los veinte años en que estos hombres gobernaron. (Daniel Avalos)

Una matriz productiva extractivista que arranca nuestras riquezas naturales para ser ubicadas en el mercado externo; una ingeniería jurídica que favorece a esa matriz y explica porqué, por ejemplo, Urtubey sigue haciendo lo que hacía Romero: desmontar bosques a mansalva; un mismo aparato burocrático que consiste en que hoy gobiernen funcionaros que gobernaron con Romero; y hasta una misma concepción ideológica: pensar al gran agente económico como el generador de la riqueza y a quien, por lo tanto, no hay que importunar con leyes indeseables y de la política que los dificulten. De allí algo más extraño aún: que dos personas, que comparten y defienden intereses fundamentalmente similares, protagonicen una disputa virulenta como si encarnaran proyectos distintos. Extrañeza que se disipa un poco si al análisis sumamos otro tipo de elementos: la convicción de uno –Romero– de que el otro administra mal lo que él estaba seguro de administrar bien; y, centralmente, el interés de ambos por reducir esa administración a un colectivo que siente que debe sofocar a cualquier otro que ambicione lo mismo.

Lo increíble de la situación es otra cosa: que representantes distintos de un mismo modelo sean los que por ahora, cuentan con posibilidades reales de polarizar las elecciones del 2015. Es esa situación la que obliga a estas líneas a intentar bucear en las estrategias que esos protagonistas emplearán en la contienda. Un ejercicio que no es del todo fácil, entre otras cosas porque, careciendo como lo hacemos de información precisa al respecto, uno no puede más que arrojarse al análisis con elementos incompletos aunque irrefutables que permiten pincelar el tablero: los resultados de las elecciones legislativas de octubre del 2013, las fuerzas con las que cuentan esos personajes y la política de alianzas que las sustentan. Son esas variables, además, las que confirman que las estrategias ya están diseñadas y que las maniobras podrán multiplicarse, adicionar elementos o restarlos, pero siempre en un marco ya trazado.

Urtubey, por ejemplo, se concentrará en mantener su alianza fundamental con los intendentes. Su objetivo de máxima es que esos personajes abracen la causa “U” con el mismo entusiasmo con el que Urtubey la abraza. El objetivo de mínima es que, simplemente, ese bloque no se disgregue. En uno y otro caso, precisa de lo mismo: seguir proveyendo los recursos que desde el 2009 provee y garantizar a esos intendentes más de lo mismo: impunidad en el manejo de los mismos. Eso le abre esperanzas de que el interior seguirá desequilibrando los números que la capital provincial le mezquina: desde el 2009 que ese interior le da triunfos electorales y desde el 2011, el 70% de los votos oficialistas provienen de tal lugar.

Romero también tiene su territorio conquistado. Ese territorio es la capital. Su problema, sin embargo, es otro. Si las derrotas de Urtubey en Capital quedan en un segundo plano por la avalancha de votos del interior, las magras cosechas de Romero en ese interior son suficientes para hacer impotentes sus triunfos en Capital dentro del marcador global. De allí que su alianza fundamental no puede ser más que con alguien que le tribute votos en ese escenario. Esa pieza, ya lo dijimos y ahora lo dicen todos, es Alfredo Olmedo. Ese sojero que el año pasado ganó en la ciudad de Orán y perdió por escasos dos puntos con Urtubey en todo ese departamento, además de haberse impuesto en municipios menores.

Lo hasta aquí dicho nos permite asegurar que en sus áreas de influencia, Urtubey y Romero abrazarán estrategias defensivas. Es lo lógico. Después de todo, desde que el mundo es mundo y en él surgieron las disputas, siempre ha resultado más fácil preservar los dominios que conquistar otros. Ese principio es el que explica que cuando Romero habla con los capitalinos les recuerda todo lo que Urtubey ha dejado de hacer y lo que todavía no hace; y que cuando Urtubey habla con los intendentes les recuerda todos los recursos que él transfirió y que Romero no transfería. Las estrategias defensivas son así: sirven como escudo protector de los propios dominios. Y aunque también buscan dañar al adversario con algún que otro golpe que se arroja mientras se despliega la defensa, casi nunca esos golpes defensivos sirven para desmantelar definitivamente al adversario. Los pugilatos y malabarismos verbales respetarán esos límites ya trazados. Los primeros ya comenzaron, los malabarismos empezarán pronto. El exgobernador los ejercitará para explicar que los dinosaurios que convocó en el Alejandro I vienen a renovar la política, o que su aliado Olmedo no es lo que efectivamente es: un millonario que lucra con riquezas del estado y que es dueño de ideas estrafalarias y antediluvianas. El actual gobernador, mientras tanto, hará malabares para insistir en que los recursos que transfirió a los municipios del interior eran para beneficiar a los postergados pueblos; cuando en realidad sólo servían para que los intendentes se convirtieran en cabezas de un aparato clientelar que transformó el derecho a la asistencia en favores personales que se otorgan a cambio de dependencia política. Una mecánica perversa porque funciona entre salteños que en muchos casos sólo pueden sobrevivir si la ayuda sigue llegando.

Todos sabemos, sin embargo, que en contiendas de este tipo los empates son imposibles. De allí que la pregunta sobre cual sería el terreno que permita desequilibrar lo que en principio parece equilibrado. Un razonamiento de este tipo siempre corresponde a aquel que pretende conquistar lo que todavía no domina: es decir Romero. Y lo que esa fuerza debe estar viendo es que hay un departamento dominado por Urtubey que reúne las condiciones que lo convierten en conquistable. Ese departamento es Orán. Un departamento que por su peso electoral resulta clave. Uno en donde las condiciones de existencia son un ejemplo extremo del fracaso de la política tal como se la práctica, y también un espacio en el que un estilo de política ha mostrado sus límites insalvables. Para hablar de lo primero, hay que concentrarse en las condiciones de vida de los oranenses. Para hablar de lo segundo hay que observar al intendente de ese lugar: Marcelo Lara Gros.

Sobre lo primero, aclaremos rápido que el deterioro social no es de ahora ni exclusivo de Orán. La aclaración nos inhabilita a enfatizar que allí ciertas circunstancias hacen todo más explosivo. Una de ellas es su condición de frontera apta para un narcotráfico que aprecia mucho esos cientos de kilómetros con déficits estructurales de control; un departamento donde el monocultivo y la tecnificación expulsa mano de obra en un lugar con más de 140.000 habitantes, población en la cual -según el censo 2010- un 46,8% tiene entre 0 y 19 años, colocándose así por encima de la media provincial (41%) que ya es superior a la media nacional (39%); distrito, además, en el que el desempleo es un problema estructural; que posee 31.859 familias habitando 29.100 viviendas de las cuales 22.436 son casas, 562 departamentos, 2.164 ranchos y 3.588 casillas; 24.974 de esas viviendas no poseen computadoras; 26.226 no cuentan con teléfono de línea; 10.082 carecen de descargas de agua; 7.355 de heladeras y en donde el acceso a armas de fuego se convirtió en algo fácil de conseguir.

Esas condiciones, combinadas con un conducción política como la Marcelo Lara Gros, hacen de Orán un hervidero, el eslabón más débil de la red de poder territorial “U”. El lugar en donde la cadena puede romperse para descalabrar el plan general que precisa de un triunfo en Orán y Tartagal para así suponer que la derrota en Capital no pondrá en peligro el resultado final. Orán ya encendió la luz roja al respecto. Ni todo el aparato estatal, ni los miles de millones de pesos acumulados por el Fondo Federal Solidario, la descentralización de la ayuda social o el Fondo de Reparación Histórica, le sirvieron para lograr un triunfo cómodo en las legislativas del año pasado: 34% contra el 32% de Olmedo y el 16% de Romero en todo el departamento; y triunfo del segundo sobre Urtubey en la misma ciudad de Orán. Todo lo contrario del departamento de San Martín en donde ni la suma de Olmedo y Romero incomodaron la performance de Urtubey que fuera comandada por el intendente de Tartagal: Sergio “Oso” Leavy.

Esos comportamientos políticos distintos no obedecen a que las condiciones sociales de Orán y Tartagal sean diferentes. Todos sabemos que las condiciones sociales, históricas,  geográficas y hasta climáticas son bien similares. Pero en Orán, esas condiciones combinadas con un tipo de conducción política, explican la noción de ese lugar como eslabón más débil. Lara Gros y su concepción de mando gerencial que reivindica más su paso por el ingenio azucarero que por un partido político; que sólo cree en los mecanismos en donde él mismo se percibe como correa de transmisión entre lo que la cúpula dice que hay que hacer sin que importen los impactos ni las reacciones que ello pueda generar en los de abajo. Una concepción que atora cualquier canalización de los problemas generando un tipo de cerrazón que de tanta presión acumulada, sólo puede estar destinada a estallar de cuando en cuando. Lara Gros, en definitiva, carece de los atributos de la política que por principio se subordina a la búsqueda permanente de interlocutores con los cuales resolver los conflictos. Lara Gros es lo otro de la política. Lara Gros es lo otro del “Oso” Leavy. Y es que este, independientemente de las valoraciones políticas que se puedan tener de él, sabe algo que todo político que se precie como tal sabe: que siempre conviene que los conflictos se canalicen en alguna forma de organización, a fin de que el desencanto no devenga en un odio que busque destruirlo todo.

Es esa ausencia de canales la que posibilita que en Orán, cualquiera con los recursos y la voluntad necesaria pueda lograr lo que el otro no: administrar y hasta capitalizar el descontento. Puede ocurrir aun cuando esos recursos y esa voluntad estén al servicio de un interés inmediato, de una razón instrumental que no necesariamente se propone resolver el desquicio que la sociedad de exclusión ha provocado.