Mientras posa de paladin libertario en redes, Pablo López protagoniza papelones legislativos dignos de archivo: vota sin leer y critica lo que aprobó. Dice combatir la casta, pero no dsitigune una ordenanza vigente de una derogada. ¿Oposión o sketch?
En el inagotable muestrario de personajes pintorescos que ofrece la política salteña, uno destaca por méritos propios: el concejal libertario Pablo López, que llegó al Concejo Deliberante de la mano del PRO y rápidamente se subió a la ola paleo-libertaria. En la vida pública intenta mostrarse como una suerte de émulo local del “león”, aunque más parecido a un gato confundido en una reunión de perros.
Desde su banca, el edil de La Libertad Avanza se especializa en dos cosas: agitar lugares comunes contra la “casta” y acumular papelones legislativos con una velocidad que ya empieza a preocupar. Porque una cosa es carecer de preparación, y otra muy distinta es militar la ignorancia con entusiasmo.
La última entrega del “López Show” directamente arribó al ridículo. Al ser consultado por los anuncios del intendente Emiliano Durand sobre medidas de alivio fiscal para el sector privado, Pablito —como lo llaman con candor sus fans digitales— salió con los tapones de punta: “Es una reacción a la acción de las urnas”, declaró, con tono doctoral, creyendo haber descubierto el lado oscuro de la política municipal. “Empiezan a querer vestirse de libertarios, rugir como leones”, gritó el pequeño roedor del bloque, creyendo que había atrapado a la casta con las manos en la masa.
Lástima que se le escapó un detalle minúsculo: esas medidas que tanto denunció… ya habían sido aprobadas por el mismo Concejo Deliberante que él integra. Con su voto. Y en algunos casos, hace casi un año.
Sí, lo leyó bien. El legislador indignado por el oportunismo electoral, en realidad, simplemente no recuerda lo que vota.
El archivo lo condena
Veamos. El régimen de promoción de empleo e inversiones “Más trabajo, menos impuestos”, que ofrece generosas exenciones tributarias al sector privado, fue aprobado en junio de 2024 mediante la ordenanza N.º 16.242. López estuvo presente. No pestañeó. Quizás ni leyó.
También fue aprobada la ordenanza N.º 16.245, bautizada como “Balcones Gastronómicos”, que permite la instalación de decks gastronómicos en espacios públicos. Fecha: junio de 2024. Otra vez, el concejal aplaudió sin saber que estaba sembrando las semillas de su propia crítica mediática diez meses después.
Más tarde, en agosto de 2024, el Concejo sancionó la ordenanza N.º 16.260, que regula el “Programa de Padrinazgos de Espacios Verdes”, fomentando la inversión privada en plazas y parques. ¿Quién estaba ahí? Sí, adivinó.
Y para coronar esta sinfonía de desmemoria, en enero de 2025 se aprobó la flamante ordenanza N.º 16.349, “Impulso Plaza”, una serie de concesiones de espacios públicos para el desarrollo de emprendimientos. Todas estas normas, celebradas con bombos por el intendente, no fueron una novedad, sino una política en ejecución. Pero para López, fueron como una revelación mariana en cadena nacional. La pregunta cae sola: ¿Qué hace Pablo López en las sesiones?
¿Tuitea? ¿Ensaya bailes para TikTok? ¿Dibuja leones mientras sus colegas discuten presupuestos? A juzgar por el desempeño de nuestro influencer libertario doméstico, parecería que su verdadera función en el recinto es dar contenido a su cuenta personal, mientras la legislación le pasa por al lado como un tren bala.
Segundo acto: derogar lo ya derogado
Como si el bochorno anterior fuera poco, López decidió redoblar la apuesta con una proeza legislativa digna de antología: pidió derogar una ordenanza que ya estaba derogada. Así como suena.
La estrella de la revolución liberal presentó un proyecto para eliminar la “Tasa de Infraestructura y Servicios Turísticos”, una contribución que nunca se llegó a aplicar y que ya había sido suprimida por decreto del Ejecutivo en diciembre de 2024. La norma fue publicada en el Boletín Oficial y fue comunicada, por todos los medios habidos y por haber, al cuerpo deliberativo.
La única forma de no haberse enterado es que el concejal no lee el Boletín Oficial, no escucha a sus colegas, no revisa las ordenanzas y probablemente no conversa ni con sus propios asesores, si es que estos hacen algo más que sostenerle el celular mientras graba.
¿En qué cabeza cabe presentar un proyecto para eliminar algo que ya no existe? Es difícil imaginar que sigue después de eso.
Entre la improvisación y el acting
Pablo López encarna como pocos el modelo de político de la era de los filtros: mucha pose, poca lectura. Mucha épica libertaria, pero cero revisión de archivo. Cobra alrededor de 3 millones de pesos por mes, tiene un equipo de asesores pagos con fondos públicos, un staff administrativo, una biblioteca legislativa a su disposición y un archivo histórico digital que haría llorar de envidia a cualquier periodista. Pero nada de eso alcanza si el protagonista ni siquiera sabe lo que vota.
Su nivel de desconexión con la realidad institucional es tan crónico que ya parece una performance. Pero el problema no es solo de él. Porque cuando un concejal se convierte en generador de papelones legislativos en cadena, el daño no es solo a su imagen personal: es al prestigio del Concejo, al respeto por la institucionalidad, y en última instancia, al vecino que —creyendo que votaba a un “opositor”— terminó regalando una banca a un hombre de cartón.
¿Oposición o cosplay?
Pablo López juega a ser un outsider, un batallador antisistema, un libertario impoluto que grita desde su banca como si no tuviera nada que ver con el aparato. Pero su conducta demuestra que no solo no revisa los expedientes, sino que ni siquiera se toma el trabajo de pensar lo que dice. Un concejal que ignora lo que vota, que no distingue entre normas vigentes y derogados, y que transforma cada sesión en una comedia involuntaria, no es un outsider: es un adorno institucional.
La libertad avanza, dicen. Pero en Salta, al menos en el Concejo, parece haber retrocedido unos cuantos pasos. Y lo ha hecho con sonrisa, celular en mano y una camiseta de leoncito en el pecho.