ALEJANDRO SARAVIA
“El canto del cisne” es una metáfora que se refiere al último acto, obra o actuación de alguien justo antes de su muerte o bien su retiro. Se basa en la antigua creencia, aunque no comprobada, de que los cisnes cantan justo antes de morir. Esa creencia era común en la antigüedad, especialmente en la cultura occidental. La leyenda cuenta que los cisnes, después de permanecer en silencio durante gran parte de su vida, emiten una melodiosa canción justo antes su muerte. En literatura y arte, se utiliza para representar un momento final y conmovedor. Se puede usar para describir el último trabajo de un artista, la despedida de un personaje, o cualquier evento que marque el final de una etapa.
La condena a Cristina Fernández a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos, ¿puede significar para ella su canto del cisne?
Antes de seguir adelante, contextualicemos el fallo dictado por la Suprema Corte de Justicia que deja firme esa condena. En el año 2006, es decir, tres años después de asumir la presidencia Néstor Kirchner, el periodista y novelista Jorge Asís, que antes que kirchnerista o antikirchnerista podría ser caracterizado más bien como un cínico, esto es, una persona que tiene una actitud de desconfianza y escepticismo hacia las motivaciones y acciones de los demás, publicó una recopilación de notas fechadas y datadas en la provincia de Santa Cruz y volcadas en un libro titulado “ La marroquinería política”, por el tráfico de bolsos, valijas y demás enseres de cuero que circulaban por esos lares, llenos, claro está, de “efectividades conducentes” verdes. Tal obra comienza con estas anticipatorias palabras: “…En cuanto se lo presiona levemente en la piel, este gobierno supura” y, a continuación, dice: “…por hombre más transitado que por viejo Ud. sabe que la impunidad en la Argentina jamás fue un redituable negocio estratégico…”. Bueno, a estas descriptivas y anticipatorias palabras les llegó su significado: la falta de estratégica redituabilidad de la impunidad a raíz del fallo de la Corte Suprema de la Nación que deja firme la condena de Cristina Fernández, por administración fraudulenta.
A su vez, tengamos presente que el Poder Judicial de la Nación fue hecho casi a imagen y semejanza del peronismo. En tal sentido recordemos que, en 1983, cuando asume Raúl Alfonsín la presidencia inaugural de la etapa democrática, quien presidía la Comisión de Acuerdos del Senado de la Nación, por donde pasan todos los aspirantes a la justicia federal, era Vicente Leónidas Saadi, quien fuera gobernador de Catamarca y senador por dicha provincia. Hombre astuto como el que más y que dejara algunos discípulos en nuestra provincia, como Julio Mera Figueroa o el propio Daniel Isa. Como presidente de esa comisión muchas cosas debieron pasar por sus manos y entendederas.
Luego, ya durante la gestión de Carlos Menem, cómo no tener presente que éste es el que transformó Comodoro Py en la cueva que es aún hoy. En efecto, de 6 jueces federales que había en la Capital Federal los pasó a 12, muchos de los cuales serían los tristemente célebres “jueces de la servilleta” de Carlos Corach. Aún más, de 5 miembros que tenía la Corte Suprema de la Nación, Menem los pasó a 9 de donde surgió aquello de la “mayoría automática”.
Incluso, muchos de los actuales jueces vapuleados por el kirchnerismo fueron designados durante los 16 años que duró la gestión de ellos, del matrimonio Kirchner. El propio presidente de la Corte de Justicia, Horacio Rosatti, fue ministro de Justicia de Néstor Kirchner entre los años 2004 y 2005, cuando renunció por cuestiones que vio un tanto opacas en las obras públicas, manejadas en ese entonces por el inefable José López, el de los bolsos con dólares en el convento trucho.
En conclusión, ¿de quién es, entonces, responsabilidad la justicia que se supo conseguir? Por ello mismo, tengan al menos cuidado en cuanto a la calificación de ésta, puede ser que estén, en definitiva, escupiendo para arriba. ¿O sólo es justa la justicia cuando nos favorece?
En cuanto a si este episodio de la condena firme de Cristina Fernández como autora del delito de fraude a la administración pública y su eventual prisión domiciliaria, habrá de ser o no su canto del cisne, tendremos que esperar a ver qué pasa en los tiempos venideros. De ser un hormiguero pateado, al igual que el resto de los partidos políticos, esa condena y la automática inhabilitación legal que conlleva, puede servir de ingrediente para la reunión de esa dirigencia atento a la connatural tendencia peronista a la victimización y a sentirse proscriptos cuando se les aplican las reglas del juego. Esta condena, en definitiva, no es más que eso, es decir, reglas del juego. Quien delinque debe ser condenado, es lo que corresponde, aunque ello escape a las inveteradas vicisitudes de nuestra historia en la que nunca los funcionarios públicos terminaron presos. Al menos que este fallo sirva para que ellos, los funcionarios, de todos los ámbitos y niveles, pongan las barbas en remojo.
En cuanto a la derivación lógica de la sentencia de la Corte Suprema, esto es, la prisión de Cristina Fernández, está claro que el sentido común -sí, ya sé, el menos común de los sentidos- indicaría que no debería ser en el domicilio de su hija Florencia en la calle San José al 1100 de la CABA, ya que ello casi sería como una beca para que se alimente el mito. En todo caso, le doy una recomendación a los que deberían definir la cosa, aunque sé que, como corresponde, no me darán pelota: el lugar natural para la prisión de la señora es su lugar en el mundo, el Calafate, para de ese modo liberar a los vecinos de la calle San José del garrón de los peregrinos y, de paso, a nosotros, los televidentes de los noticieros de los canales nacionales, del espectáculo bochornoso del absurdo histerismo que reina en esa ciudad y sus habitantes, a la sazón nuestra Capital Federal.