Martín Miguel Güemes Arruabarrena
Conocí al Dr. Eduardo Astesano, en el año 1988, en el Círculo del Plata. Donde todos los jueves se realizaban almuerzos, cuya comida central era un puchero. Los asistentes a esa tertulia criolla, abarcaban un amplio abanico de lo nacional. Siempre teníamos un invitado de fuste, como orador. Casi todos de temperamento conservador, y sentimiento nacionalista. ¿Qué hacia un historiador proveniente del pensamiento socialista, allí? Cuyos títulos más significativos, por ejemplo: “Nacionalismo Histórico o Materialismo Histórico”, “Historia Socialista de América” o “Manual de la Militancia política” integraban la biblioteca de muchos militantes de la denominada Izquierda Nacional. Parecía una contradicción ideológica (como le gustaba resaltar a la juventud de los 70); pero en una personalidad como Astesano, esto era parte de su amplitud de criterios y de búsqueda nacional. De su parábola montaraz, originalmente suramericana.
Invitado por Sánchez Sorondo, el 4.04.88, hablé sobre: “Martín Güemes, libertador de América”. La conferencia fue apreciada, y también soslayada por algunos contertulios. En el aspecto patriótico, nadie discutía a Güemes. Lo que algunos no estaban dispuestos a otorgar, era la visión de un Güemes Suramericano. Eduardo Astesano y Jorge Julio Greco (Director de la revista Política Internacional) se me acercaron para saludarme (no todos los presentes acercaron sus cumplidos, por cierto). Este último–Greco–fue diputado nacional (1973–76) y hombre enlace del Presidente Perón con Omar Torrijos (Presidente de Panamá). Reconocido–Greco–como cercano a la URSS, por esos años 70 y 80. ¿Que hacían juntos–Astesano y Greco–en esa particular tertulia, donde Güemes era centro de la escena nacionalista? Lo concreto, es que así comenzó la amistad con Astesano. Esa noche, estando en casa (vivía en Villa Adelina, provincia de Buenos Aires) suena el teléfono. Al atenderlo, una voz me dice:–¡Coronel Güemes, habla José de San Martín!–Por supuesto, tomé la llamada como una broma de algún conocido. Pero no, era Astesano en una de sus tantas invenciones históricas, de sus quimeras. Al darse a conocer, conversamos sobre la relación historia y política. Quedamos en juntarnos en una confitería de la estación de Martínez, dos días después. Al encontrarnos, volvió al saludo anterior:–¡Coronel Güemes, soy el General San Martín!–y se cuadró como hacen los militares, llevando sus manos a la frente. Los parroquianos estaban ante una escena insólita, producida por dos desusados locos por la historia. No nos importaron las miradas y sonrisas cómplices. Disfrutamos la escena. Mantuvimos una larga conversación histórica, con referencias a San Martín, y Güemes, que la resumo en una sugerencia deslizada oportunamente. Astesano me aconsejó estudiar de memoria el pensamiento de Güemes, para transmitirlo en los años por venir. Me aseguró, que con el tiempo tendría más importancia que cualquier pensamiento político contemporáneo. Con esa actitud apasionada, basada en traer la historia a la vida, comencé a conocer a Eduardo Astesano. Debo decir, que yo había leído “Bases Históricas de la Doctrina Nacional. San Martín, Rosas y el Martín Fierro” editada por Eudeba, en 1973. Libro prohibido por el proceso de desorganización nacional. Esta recopilación de ensayos históricos de Astesano, me sedujo por muchas de sus originales interpretaciones, y proyecciones históricas. “La Nación Sudamericana. Indianidad – Negritud – Latinidad” publicada en 1986, me la dedicó con la siguiente esquela: Al gran amigo Martín Güemes, en la gran perspectiva cultural y política que iniciamos juntos. Hoy, valoro en toda su dimensión, esta dedicatoria fraternal. ¿Cómo continuó nuestra relación intelectual? Casi podría decir: ¿de maestro a discípulo? Por entonces, frecuentábamos amigos comunes. Osvaldo Guglielmino, Fermín Chávez, Francisco Figuerola, José María Castiñeiras de Dios, Juan Oscar Ponferrada, Eduardo Azcuy, Graciela Maturo, Antonio Nella Castro, César Marcos, Héctor Tristán, entre otros. En el caso de Astesano, eran compañeros de luchas políticas, de combates por la cultura, la historia, en tiempos de la resistencia (1956). En mi caso, fueron maestros de lo nacional. De la militancia cultural. Es casi imposible separar en los nombrados, la militancia política de la actividad intelectual. Es lo que diferencia, en lo fundamental: la búsqueda de lo nacional.
El relato de Astesano sobre su ingreso al Peronismo, tiene que ver con Eva Perón. Fue ella quien citó y habló a un centenar de dirigentes provenientes del partido comunista. Los principales nombres: Rodolfo Puigross, Juan José Real, Esteban Rey, Eduardo Astesano, Ernesto Giudice… Contaba–Astesano–que la reunión comenzó con una serie de interrogantes, de dudas, planteadas por nosotros en torno a la doctrina peronista, al accionar justicialista. Eva les preguntó: ¿no estamos haciendo obra social? ¿No reivindicamos a los obreros? ¿No hemos mejorado la situación social? ¿No luchan por lo mismo en relación a la cuestión obrera? Bueno muchachos, déjense de joder, y trabajen con nosotros. Palabras más, palabras menos, ese fue su recuerdo… Astesano decidió trabajar dentro del peronismo. Así lo hizo, hasta la muerte de Perón. Siempre subordinó su pensamiento, su accionar, sus estudios históricos, a esos ideales nacionales y populares. Que se resumían en la defensa de la Patria Grande. Creía profundamente en la posibilidad de incidir en la vida política, a través de la elaboración intelectual, cuya principal tarea estaba relacionada a la cuestión Suramericana. Cuya columna vertebral era la historia patria, y la toma de conciencia social de la misma.
Ante la revolución libertad dura, levantada contra la Segunda Tiranía (la primera era la de Rosas), prohibido nombrar al Dictador Depuesto (Perón), perseguidos los obreros y los dirigentes peronistas, Astesano tomó partido por los vencidos. No se escondió, ni transó, luchó. Según me contara, cuando lo llevaron preso en Rosario de Santa Fe, el militar que lo interrogó, le dijo: “Dr. Astesano, Perón no vuelve más ¿para que defiende a estos negros de mierda? Su contestación fue tajante: “Mire, no sé si vuelve o no, lo que si sé es que cada uno de nosotros será un Peroncito que les romperá las bolas permanentemente.” Marchó preso… Sobre la valentía en la vida pública, en el infortunio, Astesano siempre expresó: “nadie sabe si es valiente o cobarde, hasta que pasa una situación extrema. La cárcel es una de ellas.”.
En tiempos de Frondizi, del pacto con Perón (¿tácito o escrito?), Astesano se acercó a esta opción entre dificultades. Según me contara, y me regaló una carpeta como prueba, preparó el tema agrario del gobierno frondizista. Luego, con el plan Conintes volvió a la lucha… Escribió sus libros militantes, que entusiasmaron a la juventud de los 70. Ante los lamentables sucesos de las dictaduras facciosas (1966, 1976), siguió predicando, publicando. Se nutrió de las utopías creativas de Belgrano. Una y otra vez, en San Martín.
La reconquista de Malvinas (2.04.1982) lo entusiasmó, y la rendición de nuestras tropas (14.06.82) lo conmovió, no se resignó a desmalvinizar. Se produjo un giro en su pensamiento y en su acción. Comenzó hablar de las Malvinas Suramericanas, de la Antártida Suramericana. Su posición sanmartiniana, lo llevó al Partido Suramericano. Creía profundamente en la creación de Los Estados Unidos de América del Sur. El largo camino iniciado por Astesano, desde el comunismo, desde la interpretación marxista de la historia (influenciada por la historiografía liberal), pasando por el revisionismo de la izquierda nacional (influenciado por el revisionismo nacionalista), asumiendo la Tercera Posición (desde el Tercer Mundo), lo llevó a Santo Tomás Moro, a la Utopía nacida en América. La Virgen de Guadalupe fue su guía espiritual, hasta su paso a la eternidad.