La doctrina de la amenaza interna, propalada por voceros de intereses estadounidenses carece del menor asidero estadístico o casuístico. En contraste, al aglomerado de fantasmas, orcos, dragones y miedos proyectados, únicamente le corresponde una más que corpórea facturación a quienes se dedican a la seguridad. Ya sea en su variante de venta de equipos como en el rubro de prestación de servicios. “Servicios” de variada gama.

En un escenario con un público amedrentado previamente, ante una invención noticiosa sobre salto en los casos de narcotráfico u ola de robos y actos vandálicos, habrá tierra fértil para el paso siguiente: la venta de aparatos o artefactos (en su acepción sociológica de “innecesarios”) como los sistemas de video vigilancia que vimos en el caso del colegio “11 de Septiembre”. Será tarea pendiente de un estudio sociológico exponer si el grado de temor a estos fantasmas entre los salteños es equivalente al de los bonaerenses, si bien desde estas páginas creemos que no.

Los sucesos expuestos en la mencionada entidad educativa, aupados en el viejochotismo de que la juventud sería agente de la perdición mundial y batallas del Armageddon, sirvieron para asustar y después proponer salidas a estos ánimos turbados. Una de las más extremas fue la del sembrado de cámaras de vigilancia en cada aula, aunque bien podría haber sido la colocación de micrófonos debajo de los pupitres o detrás del pizarrón; o bien un sistema de intercepción de las comunicaciones por teléfonos móviles.

No debe espantar cualquier ejemplo llevado al extremo, puesto que la brutalidad suele ser el rasgo más grotesco de los negocios. “Salir a asustar” es más rentable, podría haber dicho aquel conjunto rockero de Hurlingham.

Al mismo contexto, corresponden los millones gastados en nombre del Estado provincial a otros artefactos sin mayor utilidad, como el caso de las terminales de autocarga de tarjetas para transporte masivo. Exactamente un año atrás, la empresa SAETA alegó que 4 de estos puntos automáticos y una veintena de paradores habían sido blanco de hechos de vandalismo en un solo semestre. Pero ninguna denuncia fue formalizada por este daño, y en cambio motivó pedidos de mayores subsidios e incremento en el precio de boletos.

Lo mismo vale decir para las cámaras de seguridad instaladas en los colectivos urbanos (al igual que las pantallas de TV ultrachatas y las máquinas kinesiológicamente instaladas en algunos coches para que el pago de boleto exija una contorsión por parte del pasajero), a bordo de los cuales son casi inexistentes los casos de hurto a los trasladados. Por lo que en los micros urbanos, lo mismo que en las escuelas, la pregunta es: ¿Vigilar, qué? Y ¿Para qué? Alguien gana dinero con el balbuceo que reemplaza a ambas respuestas.