El columnista del diario La Nación, Carlos Pagni, asegura en su clásico escrito de los lunes que los dos desafíos que enfrenta Mauricio Macri en adelante son las fallas de gestión y un PJ más duro.
Mauricio Macri enfrenta, a un año de haber asumido el poder, una crisis relacionada con la imposibilidad de alcanzar algunos objetivos de gestión. La falta de una estrategia judicial definida no sólo está agravando el conflicto con Elisa Carrió, una de las fundadoras de la coalición gobernante. También desnuda los problemas de funcionamiento del Consejo de la Magistratura, que inquietan cada vez más al Presidente.
En el Senado, el PJ sometió al oficialismo a dos derrotas simultáneas. Liquidó la reforma electoral y un nuevo régimen de cobertura de los riesgos del trabajo.
En este contexto, Macri y sus colaboradores se internarán el jueves en Chapadmalal con un doble desafío. Por un lado, identificar las razones por las cuales el propio sistema de trabajo conspira contra la eficacia de la gestión. Por otro, diseñar una estrategia para enfrentar una novedad que acaba de irrumpir: un peronismo que ha pasado de su fase servicial a otra dominada por la disputa de poder.
Carrió sigue desafiando a Macri a definir una agenda institucional. Encarna esa exigencia denunciando a dos personas: el presidente de la Corte, Ricardo Lorenzetti, y el presidente de Boca y gestor del Presidente en Tribunales, Daniel Angelici. La tensión con Lorenzetti no decae. Su última manifestación ocurrió el miércoles, en la Recoleta. Carrió llegó al funeral de Carlos Fayt, se plantó frente a Lorenzetti y, quitándose los lentes negros que llevaba, le clavó la mirada durante varios minutos, para incomodidad de los que asistían a la escena mientras esperaban la llegada del féretro. El entredicho con el presidente del máximo tribunal promete convertirse en uno de los ejes principales de la campaña electoral.
Las denuncias de Carrió llenan el vacío de una gestión judicial sin logros. Macri está molesto con la falta casi absoluta de renovación. Después de almorzar con la diputada, consultó a Germán Garavano y Ernesto Sanz. Fue el martes pasado. El miércoles, dialogó en Olivos con Pablo Tonelli, representante de los diputados de Cambiemos en el Consejo de la Magistratura. El Presidente está frustrado con los escasos resultados de esa institución. Le explican que se debe a las dificultades de Juan Mahiques, el representante del Poder Ejecutivo promovido por Angelici, para formar una mayoría homogénea.
Macri puso a Mahiques bajo la lupa. Pero el problema no es Mahiques, sino la multiplicidad de gestores de la política judicial. Garavano compite en su trabajo con Mahiques, Angelici, Rodríguez Simón, Torello, Clusellas y hasta Sanz. La diversidad refuerza el enigma que propone Carrió: ¿cuál es la propuesta institucional de Macri?
El interrogante se extiende a muchos otros planos. El método de Macri es la fragmentación. Es fóbico a la delegación de autoridad. Por eso su equipo prescinde de dos roles. Carece de un jefe de Gabinete y de un ministro de Economía. Marcos Peña es un dirigente valiosísimo. Honesto, talentoso, profesa una concepción original de la política. Pero es un ministro de comunicación estratégica. No alguien en quien el Presidente delegue la gestión cotidiana. Es decir, no es un Larreta. Y es probable que no lo quiera ser. Macri intentó compensar esta peculiaridad subordinando a Peña a Mario Quintana y Gustavo Lopetegui. Dos semi-Larreta. Son excelentes managers. Y trabajan hasta la extenuación. Pero su papel es, hasta ahora, confuso. Para los ministros, que son 20, no está claro si Quintana y Lopetegui son jefes o facilitadores.
Este fraccionamiento se agudiza porque Macri debe superar innumerables dificultades económicas renunciando a tener un ministro de Economía. Es por el temor a que Alfonso Prat-Gay se convierta en una estrella. «Ya lidié con demasiadas estrellas en el fútbol, de Maradona a Riquelme», suele explicar. Es una visión candorosa: en países inestables, es inexorable que los que resuelven las crisis se transformen en Maradona o Riquelme. Corresponde a la sabiduría de los líderes administrar ese fenómeno. Salvo que, a lo Franco Macri, el Presidente prefiera sacrificar metas estratégicas con tal de no ceder autonomía a sus colaboradores.
La cautela frente al peso específico de Prat-Gay aconsejó a Macri pulverizar la política económica. Prat-Gay maneja las cuentas públicas y su financiamiento. Pero los precios están en manos de Francisco Cabrera y Miguel Braun, en Producción. Las tarifas son fijadas por Juan José Aranguren y Guillermo Dietrich. Y las relaciones con las provincias, que se regulan con recursos del Tesoro, pasan por Rogelio Frigerio. El ministro del Interior tiene en su organigrama Obras Públicas, a cargo de Daniel Chaín. Y Susana Malcorra gerencia el comercio exterior a medias con Cabrera.
Este modelo es una respuesta, no la única, a la pregunta de por qué no arranca la economía. Sobre todo si se le agrega otra dificultad: la presencia de un banquero central, Federico Sturzenegger, con una visión de la dinámica económica muy divergente de la de Prat-Gay. Sturzenegger ordena la política monetaria sin otro criterio que la inflación. Prevé que la caída de los precios reactiva por sí sola la economía. En Hacienda creen que, dado que la caída de los precios parece irreversible, el Central debería haber evitado que se consolidara la recesión estimulando la reanimación con una baja de tasas, que recién se produjo en las dos últimas licitaciones de Lebac. Sturzenegger inquieta a los políticos. Hasta Carrió critica la política monetaria.
La dispersión se advierte en casi todas las materias. Y obliga a esfuerzos de coordinación casi siempre estériles. Ejemplo: el Ministerio de Telecomunicaciones aún no pudo dictar un nuevo decreto de desregulación, correctivo del que se conoció en enero. ¿Quién es el apoderado del concepto en esa área? ¿Oscar Aguad? ¿Héctor Huici? ¿Miguel de Godoy?
El verdadero jefe de Gabinete es Macri. Pero la multiplicidad de gestores plantea un interrogante que excede a su método. Se refiere a su visión, a su concepto. Quien mejor lo formuló fue Marcelo Longobardi el viernes pasado, al preguntarse: «¿Quién es Macri? ¿Es un presidente que, rodeado de personas competentes, administra una situación crítica? ¿O es el líder de una generación que decidió cambiar la historia de este país?». En otras palabras: ¿tiene un proyecto alternativo o se limitará a sacar del atolladero a una Argentina peronista a la que el kirchnerismo dejó en un atolladero? La incógnita refiere al problema que plantea Emilio Monzó: la identidad y consistencia de Cambiemos. En 2004, frente a las prevenciones de un banquero español, Néstor Kirchner contestó: «No mire lo que digo. Mire lo que hago». En muchísimos frentes Macri debe apelar a lo contrario: «Miren lo que digo. No miren lo que hago».
El problema se ha vuelto urgente porque el peronismo ha abandonado la etapa cooperativa que suele conceder cuando quien controla la Casa Rosada le es ajeno. El período en que Menem acompañaba a Alfonsín o Ruckauf a De la Rúa. Ahora el PJ adoptó un modo más agresivo que dominará al menos hasta las elecciones. La primera señal la dio José Luis Gioja al tratar de boludo al Presidente en un video viralizado. Fue la señal retórica de varias decisiones que sorprendieron al Gobierno. Una de ellas fue el rechazo de la reforma electoral sin negociación alguna. Dominado por los veteranos Gildo Insfrán y Carlos Verna, los gobernadores ni siquiera comunicaron a Frigerio que voltearían la medida. Apenas informaron a Miguel Pichetto, su gerente en el Congreso. Los tuits que Macri y Frigerio venían emitiendo mostrando reuniones con peronistas sonrientes, discutiendo una reforma «para que los argentinos puedan votar mejor», deberían ser borrados cuanto antes. Un detalle: ¿es verdad que las máquinas ya se compraron y esperan en la Aduana?
Con la misma hostilidad, la CGT instruyó a Pichetto para no aprobar la reforma del régimen de ART. Ni siquiera intervinieron los sindicalistas. Bastó con sus abogados laboralistas, afectados por una reducción del costo judicial. Gustavo Morón, el superintendente de ART, que había asegurado al gabinete que había un acuerdo, no se recupera del golpe. Macri tampoco.
Un conflicto similar desnudó la ley de emergencia social. Los movimientos sociales amenazaron con un proyecto que costaba $ 130.000 millones, para arrancar a Macri un aumento de $ 30.000 millones. La administración central tuvo que recortar programas. Y concedió algo más estructural: la transformación de esas ligas de piqueteros en sindicatos de pobres que coadministran la política social.
Los gobernadores colaboraron con Macri cuando eso significó colaborar con ellos mismos: habilitándole el instrumental del financiamiento. Gracias a esa ayuda, recibieron una masa impresionante de recursos. Aun así, el déficit consolidado de las provincias se duplicó respecto del año pasado. A los sindicalistas se les reconoció una acreencia con las obras sociales de $ 30.000 millones. Los movimientos sociales han recibido de Macri y de María Eugenia Vidal muchísimos más fondos que con Cristina Kirchner. En los tres frentes el PJ se encuentra con la misma ventaja: la dispersión de los negociadores.
Cuando era gobernador, Ruckauf le advirtió al entonces jefe de Gabinete Chrystian Colombo: «Con nosotros tenés que pagar en cuotas y cobrar al contado». Macri hace al revés. Pero es intrascendente. El enigma más relevante es si el Presidente podrá enfrentar a un peronismo que muestra los colmillos con el único recurso del manual de Durán Barba, para quien las viejas burocracias políticas o gremiales son inofensivas, entre otras cosas, porque han muerto.
Fuente: La Nación