Si comparásemos el proselitismo presidencial con un partido de fútbol, concluiríamos que los contendientes se apegan a esquemas defensivos que buscan impedir que los otros jueguen: Scioli y Macri sólo buscan preservar lo que tienen mientras Massa ejercita pequeñas audacias cuando los errores ajenos lo permiten. (Daniel Avalos)

Las encuestas grafican bien esos esquemas congelados: todas muestran que los candidatos poseen una intención de votos más o menos  similar a lo recolectado por cada uno de ellos en las PASO del 9 de agosto y a sólo un mes de las generales. Semejante quietud, puede explicarse por el escenario y las características de los contendientes. Ya hablaremos de lo primero, precisemos ahora lo segundo: personalidades que han renunciado a la audacia, a esa  desenvoltura de espíritu que suele elevar a las personas por encima de los peligros para ir en búsqueda de objetivos no garantizados de antemano. Falta de audacia que evidencia indecisión; e indecisión que revela perdida de equilibrio ante lo que ya interpretan como una amenaza que mal sorteada les puede hacer perder todo.

Sobre la naturaleza de la amenaza, todo es opinable aunque hay algo que se impone: la propia potencia del kirchnerismo que aun preparando su partida del poder formal sigue ocupando un rol central. He allí un problema para Macri, Massa y hasta el mismo Scioli. Los dos primeros porque habiendo diseñado una campaña que los mostrara a ellos como las fuerzas del Bien que luchan contra el Mal K, descubren que por más que sus aliados políticos aseguren despreciar el oficialismo, por más que todos los días se refuten los posicionamientos K, y por más que las pantallas, radios, periódicos y hasta libros busquen ridiculizar y mostrar las políticas de la Casa Rosada como una cadena de sinsentidos; ellos precisan los votos de quienes pudiendo tener sus desencuentros con el oficialismo aprueban muchas cosas de lo actuado por el mismo. El problema de Scioli no es menor: es parte de un justicialismo ortodoxo que desea desempolvarse del mismo kirchnerismo aunque también precisa de los votos de la nada despreciable porción de la sociedad que se declara kirchnerista aun sin considerarse peronista o justicialista. Sectores sociales que tolera la inclinación del gobierno a querer conquistarlo todo aun cuando la ambición los enceguezca y le arrebate el sentido común porque, en el fondo, se preguntan si alguna vez se cambio algo sólo con sentido común. Los tres candidatos en definitiva padecen un misma frustración: la de no haber podido aniquilar o ayudar a aniquilar a ese actor político para así poder recuperar la confianza en sí mismos.

Las consecuencias proselitistas que ello supone son evidentes: ninguno de los tres candidatos puede desplegar plenamente su verdadero yo. De allí la falta de osadía, de allí también la incapacidad de despertar fantasías populares. Precisando mantener el favor de los fanatizados que poseídos por el odio anti K echan espuma por la boca y juran lealtad electoral a quien garantice la aniquilación del adversario, se ven obligados a recurrir a terceros que digan lo que ellos no pueden (Carrio en el caso de Macri, Felipe Sola en el de Massa o el propio Urtubey en el caso de Scioli) porque deben buscar el favor de mayorías electorales electoralmente volátiles y con el corazón quemado, que pueden no entusiasmarse con las elecciones pero sí mostrarse dispuesta a analizarlo todo hasta el momento mismo de la elección.

Las características de la propia época hacen el resto: una política devenida en espectáculo que como todos están rigurosamente guionados por gurúes de la comunicación, tendencia irreprimible a no exponer ideas sino opiniones personales que lejos de demostrar algo se esfuerzan por crear un eslogan pegadizo o una imagen personal determinada; candidatos que encuentran su lugar ideal en programas como los de Leuco padre e hijo u otros de espectáculos en donde exponen su intimidad y aseguran que a pesar del miedo, odio o del dolor que sus políticas pueden generar o remediar, son padres o madres de familias en donde maravillosamente todos sus miembros se apoyan sin necesidad de un motivo distinto al de ser parte de esa familia. Candidatos, en definitiva, que desaniman al elector alerta que asiste al magro espectáculo de entrevistas que resaltan infinitos detalles de anécdotas de campaña que dejan al espectador con la desoladora sensación de que el reportaje puede durar horas, pero que de allí no saldrá una sola y verdadera información. Semejante superficialidad parece buscar un objetivo preciso: ocultar la debilidad de la propuesta clara ante la sociedad. Debilidad que explica esas campañas defensivas en donde los protagonistas están seguros que ganara el que menos errores cometa. Lo insólito del caso es que ante tamaña prudencia, los involucrados cometan tantos y enromes errores: que Scioli haya viajado a Italia en medio de una inundación o que Macri diagrame una campaña basada en un discurso anticorrupción mientras elige candidatos que luego deben renunciar por casos de corrupción, simbolizan bien la cuestión.

No menos insólito resulta otra cosa: la prudencia de los candidatos es tanta, que son actores ajenos a la política quienes van en busca de la información o la maniobra que dañe a un bando para luego transferir los beneficios al bando aliado. Las consecuencias de esa práctica son abiertamente peligrosas. Políticos que a cambio de esas ventajas inmediatas de las que se ven privados por impericia personal, terminan desvalorizando la práctica que reivindican como propia: la política. Y mientras ello ocurre, ensalzan al operador mediático, al juez, al cura, al empresario o al consultor a quienes la historia institucional le ha mezquinado mandatos representativos y por ello mismo inventan fantasías que repitiéndola una y otra vez, terminan internalizadas en los que la invocan: la de seres que se presentan como atónitos ante los estragos que produce la política y que asumen la trascendente misión de salvar, como sea, algunas de las muchas esencias con las que identifican a la nación. Cualquier parecido con situaciones de épocas anteriores, es pura realidad.