La exintendenta de Salta reapareció en un medio afín con un mensaje cínico y desentendido: como no tiene candidatos propios ni familiares en la carrera electoral, ahora impulsa el voto en blanco como castigo al sistema que ya no puede manipular.
Bettina Romero, exintendenta de la ciudad de Salta y heredera de una de las dinastías políticas más persistentes y convenientes de la provincia, decidió romper su silencio preelectoral para dejar una opinión que, lejos de sumar, desvela su frustración personal: como no tiene ningún familiar ni aliado directo compitiendo por cargos en estas elecciones, ahora llama a votar en blanco. Lo hizo desde la comodidad de un medio amigo, sin asumir responsabilidades, sin autocrítica y con una liviandad alarmante sobre el impacto de su mensaje en la ciudadanía.
En una entrevista que más pareció un monólogo autojustificativo, Romero pintó un panorama de confusión electoral donde, según ella, los oficialismos se mezclan y manipulan partidos “en laboratorios” para confundir al electorado.
«Mucha gente va a ir a votar y mucha gente va a votar en blanco. Y yo considero como positivo la opción del voto en blanco en capital», disparó.
No obstante, lo que no menciona es que su propia gestión y la estructura familiar que representa han sido históricamente pioneros en ese tipo de prácticas: sellos de goma, reciclajes políticos, alianzas funcionales y operaciones mediáticas al servicio de intereses patrimoniales, no ciudadanos.
“Decidimos no presentar candidatos en la capital”, dijo con tono de renuncia voluntaria, cuando en realidad la ausencia de su apellido en las listas no responde a una decisión estratégica sino al desgaste de su figura política, cuyo paso por la intendencia dejó más marketing que gestión y más blindaje que resultados. Ahora, sin fichas propias en el tablero, Romero opta por dinamitar la legitimidad del proceso alentando la apatía electoral, una postura irresponsable en el marco de una democracia ya desgastada por la desconfianza.
Llama la atención que quien invirtió fortunas en imagen y propaganda mientras fue mandataria comunal, ahora critique a los que, según ella, hacen “campañas de marketing”. Y resulta casi insultante que proponga el voto en blanco como forma de “descontento” justo en una elección donde, por primera vez en años, su apellido no está en disputa. ¿Dónde estaba ese espíritu crítico cuando su familia manejaba los hilos del poder municipal con impunidad y favores cruzados?
Bettina Romero no se corre del escenario político, simplemente queda afuera. Y, desde esa marginalidad forzada, busca teñir de deslegitimación un proceso electoral que ya no puede controlar. El llamado al voto en blanco no es una reflexión cívica, sino un berrinche disfrazado de análisis. La ciudadanía salteña merece algo más que caprichos familiares travestidos de posiciones políticas.