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Con el lucero amasaba

Foto: Huelga del gremio de panaderos 1911.

Juan Riera, el panadero anarquista que inspiró a Manuel Castilla, alguna vez debió soportar las prohibiciones absurdas que el municipio salteño imponen durante los días del Milagro. Aquí, el recuerdo de una leyenda urbana de Salta. (F.A.)

El martes pasado comenzó una nueva Novena del Milagro. La plaza 9 de Julio es, otra vez, el epicentro de la fe en nuestra provincia. Miles de fieles se acercan cada día a la catedral para honrar al Señor y a la Virgen, patronos salteños, representantes y guardianes de una de las expresiones más emblemáticas de Salta.

Ese mismo día, Nicolás Avellaneda, subsecretario de Control Comercial de la Municipalidad, dio a conocer la prohibición de la venta ambulante en el microcentro de la ciudad durante los días del Milagro. Dijo que los vendedores, artesanos y otros serán reubicados en el Parque San Martín de manera temporaria. Agregó que quienes vendan claveles, rosarios y estampitas serán asignados en lugares del macrocentro donde no perturben el acceso a la catedral. Informó que la Policía será la encargada de controlar que se cumpla la medida.

La medida es una de las tantas que se aplican en estos días de fe. Como la Ordenanza 9.945, sancionada por el Concejo Deliberante el 22 de marzo del año 2000, que prohíbe, entre el 6 y el 15 de septiembre de cada año, “los bailes, espectáculos públicos en confiterías, café concert, pub y afines” en la zona de la plaza. O la Resolución 002, del 13 de agosto de 2015, que ordenaba que no se realizaran “espectáculos ‘eventuales’ de cualquier género, en todo el ejido municipal” entre las mismas fechas. Decisiones que intentan preservar “el clima de oración” y permitir el “normal desarrollo de las actividades de la Festividad del Milagro”.

Las medidas, por actuales, no carecen de historia. Algo similar sucedió hace muchos años. Tantos, que ya es una leyenda urbana que tiene como protagonista a Juan Riera, panadero, anarquista y sindicalista, que en algún septiembre del Milagro intentó poner un puesto en la plaza 9 de Julio para vender bizcochuelos a los feligreses. No pudo hacerlo, porque las autoridades municipales, al igual que en este 2016, prohibieron la venta callejera, a excepción de las tradicionales cédulas que se canjeaban en los kioscos autorizados.

Riera es el protagonista de la zamba “Juan Panadero”, de Manuel Castilla y Gustavo Leguizamón. Fue creada en homenaje a ese español que había llegado a Salta cuando tenía 22 años. En nuestra provincia creó una familia, también un sindicato, y sobre todo, dejó en la memoria popular una actitud ante la vida que parece opuesta a la de las autoridades municipales. Una filosofía de solidaridad, no de prohibición.

Así lo relató alguna vez el Cuchi Leguizamón: “Manuel Castilla todas las mañanas le compraba el pan calentito, pero una vez al barbudo lo dejaron sin trabajo en el diario El Intransigente y entonces no fue más. Pero al poco tiempo Rierita comenzó a llevarle personalmente el pan de la mañana. Manuel le dijo que no lo aceptaba porque no podía pagarlo y ¿sabe qué le contestó Rierita? ‘Antes, cuando usted podía, venía y compraba el pan, pero ahora que no puede es mi obligación llevárselo todos los días’. Mire qué filosofía”.

Castilla, entonces, tuvo mucho para inspirarse. Así fue que escribió “Qué lindo que yo me acuerde / De don Juan Riera cantando / Que así le gustaba al hombre / Lo nombren de vez en cuando. // Panadero don Juan Riera / Con el lucero amasaba / Y daba esa flor del trigo / Como quien entrega el alma. // Cómo le iban a robar / Ni queriendo a don Juan Riera / Si a los pobres les dejaba / De noche la puerta abierta // A veces hacía jugando / un pan de palomas blancas / y harina su corazón / al cielo se le volaba. // Por la amistad en el vino, / sin voz, querendón cantaba, / y a su canción como al pan / la iban salando sus lágrimas”.

Juan Riera murió a mediados de los setenta, pero trascendió más allá de la canción y la poesía. En los últimos años la panadería se instaló en la Independencia al 800. Su legado también se percibe en las actitudes que sobrevivieron al olvido, como la que utilizó para sortear prohibiciones absurdas de municipales temerosos. Lo contó Juan Ahuerma: Riera, sin perder tiempo, fabricó el cartel de la «Iglesia Nuestra Señora de la Libertad», se colocó en un brazo la banda papal, los colores anarquistas en el otro, y vendió cédulas que pudieron canjearse por una porción de bizcochuelo.