Cartuccia vs. Sansone: Egos, cirugías y violencia con micrófono 

 

La diputada Laura Cartuccia denunció en plena sesión legislativa al exdiputado ferretero y actual empresario de medios Daniel Sansone por hostigamiento y violencia de género. Pero lejos de elevar el nivel del debate político, el cruce expuso una disputa personal vacía de contenido real. Mientras tanto, Salta sigue atrapada en problemas estructurales que no logran colarse en la agenda de sus representantes.

 

Lo que ocurrió el pasado martes en la Legislatura provincial no fue un gesto de madurez institucional, ni un avance en la lucha contra la violencia política. Fue, en cambio, otro capítulo del reality en el que algunos representantes transformaron la actividad parlamentaria. La diputada Laura Cartuccia, del Bloque Justicialista Sáenz Conducción, usó su tiempo de alocución para apuntar públicamente contra el exdiputado ferretero y actual empresario de medios Daniel Sansone, a quien acusó de acosarla y de difamarla desde hace cinco años. Y aunque las denuncias tienen un trasfondo preocupante, el tono y la elección del escenario volvieron a reducir la política salteña a un intercambio de vanidades.

“Hoy no voy a hablar de las cirugías”, arrancó Cartuccia, para luego avanzar en un descargo personal donde desfiló una mezcla de indignación legítima, ajuste de cuentas y egocentrismo: “¿Qué me hice las lolas con plata del Estado? ¿En serio? ¿Esa es la denuncia de corrupción que tienen para denunciar?”, ironizó, mientras el recinto oscilaba entre el murmullo incómodo y la apatía.

El blanco de sus críticas fue claro: “Hace cinco años que sufro violencia de género, política, simbólica e institucional por parte de Daniel Sansone. Un diputado mandato cumplido de esta cámara que ahora es dueño de medios de comunicación. Una persona violenta, misógina a la que esta cámara ya le hizo una cuestión de privilegio por los agravios a la doctora Liliana Mazzone”.

Sansone, fiel a su estilo confrontativo, no respondió aún públicamente. Pero su figura no necesita demasiadas presentaciones: su paso por la Legislatura fue tan ruidoso como estéril, y su conversión en “periodista indignado” se ha sostenido a base de denuncias altisonantes, campañas personales y ataques que disfrazan como crítica política lo que, en esencia, es vendetta mediática.

¿Y el pueblo, diputado?

En un contexto social alarmante, con más de 50.000 familias sin acceso a una vivienda digna, con escuelas colapsadas y con comunidades del norte provincial que siguen sin agua potable ni conectividad, resulta obsceno que la discusión legislativa gire en torno a si una diputada se hizo o no una cirugía, o a si un exlegislador le saca fotos a su camioneta. Hasta el más apático de los ciudadanos merece alguito más que el show de Cartuccia y Sansone.

Ambos comparten más similitudes que diferencias: personalismos exacerbados, uso de la visibilidad pública para disputas egocéntricas, y una preocupante desconexión con los verdaderos problemas que aquejan a la provincia. Mientras Cartuccia defiende su “dignidad política” con discursos incendiarios que no mencionan una sola propuesta concreta, Sansone continúa construyendo su personaje de francotirador mediático que dispara desde la comodidad del micrófono, sin asumir ninguna responsabilidad por el daño que provoca.

“¿Qué más vas a hacer, Sansone?”, lo desafió Cartuccia en plena sesión. “¿No te alcanza con sacarme fotos en lugares públicos? ¿Con publicar mi camioneta en todos lados?”. La escena, más propia de un set televisivo que de un parlamento, demuestra que ni ella ni su adversario están hoy enfocados en legislar para transformar la realidad.

Una pelea de sombras en medio de una provincia rota

Lo más preocupante de este episodio no es la denuncia de violencia —que debe tomarse con seriedad y abordarse en los ámbitos pertinentes—, sino el uso político que se hace de ella. Cartuccia no buscó justicia, buscó micrófonos. Sansone no defiende ideas, sino su ego herido. Y entre ambos alimentan una lógica de espectáculo que vacía la política de contenido.

La pregunta que flota en el aire es simple: ¿cuántas sesiones más se van a perder en disputas personales? ¿Cuántas alocuciones se van a usar para lavar ropa sucia entre representantes que hace años no presentan un proyecto que toque los temas profundos de la provincia? Las infancias wichís que mueren de desnutrición, las rutas provinciales que se deshacen bajo las lluvias y las familias que habitan casas de cartón en la periferia salteña no fueron mencionadas en ningún momento del cruce.

“Porque cuando una mujer ocupa un lugar con poder de decisión sin pedir permiso, el sistema no sabe cómo atacarla”, dijo Cartuccia, intentando enmarcar su situación en una contienda válida. Pero lo cierto es que tanto ella como Sansone forman parte de un sistema que no hace más que devorarse a sí mismo.

El silencio de los que deberían hablar

Tal vez lo más elocuente del martes no fueron las palabras de Cartuccia, sino la falta de reacción del resto del cuerpo legislativo. Nadie pidió orden, nadie planteó una moción para tratar temas urgentes, nadie salió a encauzar el debate hacia la agenda real. La sesión quedó atrapada en una guerra de egos que, como tantas otras veces, terminó vacía de sentido.

Y ahí radica el verdadero problema: en una política provincial que tolera el escándalo, pero no el contenido; que legitima la violencia si viene con rating; que aplaude los discursos encendidos, pero ignora las estadísticas de pobreza estructural. Ni Cartuccia ni Sansone son la causa del desastre, pero sí son el síntoma más ruidoso de una clase política que, desde hace tiempo, decidió dejar de representar para empezar a protagonizar.

El debate político salteño se ahoga en monólogos con perfume de Twitter y cruzadas moralistas entre quienes han fracasado como legisladores y triunfado como personajes. La legislatura salteña necesita elevar el debate, pero el pueblo necesita una Legislatura que esté más preocupada por el pueblo que por las tetas, las camionetas y los micrófonos.