Una exmonja publicó una carta abierta en medios nacionales, denunciando los abusos en la iglesia en Salta.

Valeria Zarsa, integrante de la Red de Sobrevivientes de Abusos Eclesiásticos de Argentina, tiene una verdad que contar.

En su momento creyó en dios y en la iglesia. Formó parte del Instituto Discípulos de Jesús de San Juan Bautista en Salta hasta el día en que fue abusada: el sacerdote fundador del lugar se le acercó con su cinturón, lo pasó detrás de ella y tiró hasta apoyar la cabeza en sus pechos. Entonces, le gritó, lo empujó y salió corriendo del lugar, para siempre.
Ahora que ese sacerdote va a juicio por «abuso sexual gravemente ultrajante y abuso sexual simple», Zarsa cuenta toda su verdad en una carta pública, que transcribimos de manera completa:
«Necesito romper el silencio. Muchas veces sentí la necesidad de escribirles a los exhermanos y exhermanas de la comunidad. Con los que compartimos tantos años. Pero siempre volvía sobre mí la sombra del Padre Agustín Rosa con un único pensamiento: «Si se entera, se vengará. Será peor para mí, peor para todos».

Romper el silencio es nuestro derecho. Alivia y renueva las fuerzas y es signo de salud. Porque romper el silencio nos empodera.

Ya me había hecho mal. No solamente a mí, a otros también. Me ofreció dinero. Me amenazó con los votos. Me empujó en la calle el padre Juan Agustín, un integrante de la congregación. Me amenazaron por teléfono. Llegaron a acusarme de abuso. Le quemaron el auto al padre Jotayán, un testigo importantísimo. Los amedrentamientos a los valientes declarantes fueron acompañados por la complicidad y el encubrimiento de la Iglesia.

Pero la verdad es que de verdad me cansé. Me cansé de ocultarme porque el ‘monstruo’ siempre anda cerca. Me cansé de cuidarme en lo que hablo por teléfono y con quién lo hablo. Me cansé de esconderme siempre, temiendo su venganza. Ya no quiero esconderme más. Y pido perdón si en algún momento, con el afán de proteger a los que denunciaron y se convirtieron en testigos, no busqué mayor unión entre todos.

Hace unos días, al ver las declaraciones de la fiscal Luján Sodero, se despertó en mí una alegría inmensa: recuperé una esperanza que había perdido. ¡Hubo alguien que nos creyó y nos escuchó y se movió para que hubiera justicia!
Por eso sentí que no debía tener más miedo. Tenía que ponerme de pie otra vez y pedirles de corazón que no bajemos los brazos. Debemos estar más unidos que antes. Todos sabemos muchísimas cosas. Todos necesitamos que se haga justicia.

uiero darles las gracias a aquellos que se sumaron y a pesar de presiones o manipulaciones para que desistieran de la causa se mantuvieron firmes y se animaron a romper el silencio. No queremos que nunca más jamás le vuelva a suceder esto a alguien. Ese es el motivo por el cual seguimos luchando.

Porque romper el silencio es nuestro derecho. Alivia y renueva las fuerzas y es signo de salud. Porque romper el silencio nos empodera. Nos saca del lugar de víctimas para convertirnos en sobrevivientes. Nos revela que no éramos débiles y que teníamos más fuerzas de las que creíamos. ¡Entre todos, rompamos el silencio!».