La omnipotencia del jefe máximo de la iglesia católica salteña está llegando a su fin. La presión por los numerosos casos de abusos sexuales, intenta tirar abajo la trama de silencio cómplice en la que el monseñor actuó, respaldado por el poder político y judicial. Esboza un protocolo y pide perdón, pero las víctimas no le creen. Nuestros niños, continúan desprotegidos.

Por A. Bogado

Según el libro del Génesis, al principio era la palabra. Y es precisamente ese pasaje bíblico, el que trae a la memoria aquellos tiempos en donde se erigía como una fuente de consulta, ni bien llegado a Salta procedente de Orán -donde era obispo- el catamarqueño Mario Antonio Cargnello. Hubo hasta quienes auguraban que sería un nuevo Tavella, recordando al primer arzobispo de Salta. Aquel fundador del ahora Bachillerato Humanista Moderno y la Universidad Católica de Salta bajo la premisa de que sus beneficios refluirían sobre la provincia, para que vuelva, “como en épocas gloriosas, a ser la capital intelectual del norte”. Pero el aura del arzobispo duró solo un tiempo, para luego apagarse más rápido, que gallina pasando por Venezuela. 

Andanzas

El misterioso asesinato del sacerdote Ernesto Martearena, un hombre carismático vinculado al poder y al Club Juventud Antoniana, lo dejó en situación incómoda. Primero, esbozó liderar un movimiento para el esclarecimiento del crimen a cargo del entonces juez, Aldo Saravia. Después, nunca se supo por qué se llamó a silencio, reduciendo el caso a la categoría de amenaza: “Ojo, que si abro la boca…” 

Por algún motivo incierto, llegó el distanciamiento con el ex gobernador Juan Carlos Romero. A punto tal, que en las últimas procesiones del Milagro en las que participó en su calidad de mandatario, las autoridades dejaron de acudir al Palacio Episcopal. Después, llegó Juan Urtubey y los contactos se acentuaron a tal punto, que la Iglesia recibió numerosas donaciones, como nunca antes. Su operador pasó a ser el ubicuo Felipe Medina, con pasos tan aceitados en la curia, como en su librería apostólica (frente a la Plaza 9 de Julio), o en los salones del Club 20 de Febrero. Para todos y en todas partes, es considerado el hombre de confianza de monseñor. 

En la Universidad Católica en tanto, el arzobispo tuvo una innumerable serie de tropiezos y vaivenes. Desde causas impositivas por falta de pago de impuestos, a internas feroces y conducciones erráticas. El hecho de que numerosos abogados egresen de su Facultad de Ciencias Jurídicas para después ser jueces, fiscales y demás yerbas, le permitió tener profundos contactos en la justicia. Dicen, que a punto tal, de que le “saquen» fallos a gusto de su paladar… las veces que lo solicitó. Hay certeza sobre una jueza que integra la Corte que le responde obedientemente cual penitente, y al menos otros dos jueces más. Así las cosas, todo funcionaba a pedir de boca, habilitando que se tomara la licencia el monseñor, de manifestar discursos críticos -cuantas veces se le dio la gana- a la dirigencia política, aprovechando la renovación del pacto de Fidelidad en la fiesta del Milagro. Por supuesto, nunca esbozo ninguna autocrítica a lo que pasaba dentro de casa. 

Debacle

Como dice el viejo refrán español: a todo chancho le llega su San Martín. Y es así que la omnipotencia de la que hacía uso y abuso el arzobispo, empezó a complicarse con las cada vez más frecuentes denuncias de abusos sexuales cometidas por sacerdotes pertenecientes a su grey. Cuentan que recibió a familiares y víctimas del cura abusador Emilio Lamas, y hasta se permitió hacerles bromas y referirse a esos hechos aberrantes en tono jocoso. No se entiende si producto de la falta de capacidad para manejar la situación, como consecuencia del nerviosismo que imprimía bajar al llano y tener que reconocer errores y omisiones, o como simple producto de la estupidez humana. Lo cierto es que la estrella de Cargnello empezó a perder brillo, hasta convertirse en un agujero negro

El colmo de toda esta situación vergonzosa, se produjo cuando el pasado Viernes Santo, el arzobispo acudió a visitar a la cárcel al cura José Carlos Aguilera, defendido por el abogado y profesor de la Universidad Católica, Juan Casabella. El domingo de Pascuas, aprovecho para ensayar una defensa abierta de las reprobables conductas de Aguilera y ¡oh sorpresa!, al poco tiempo la afamada “Sala Violín” del Tribunal de Impugnación bajo la firma del obediente juez jubilado Adolfo Figueroa prescribió la causa, criticando incluso la impecable actuación de la fiscal Luján Sodero Calvet. Aguilera había sido denunciado por dos personas, por hechos de abusos ocurridos cuando eran menores y el sacerdote estaba al frente de la parroquia del pueblo de Campo Santo, en el departamento General Güemes. A estas alturas estaría de más aclarar que prescribir una causa no significa negar que los hechos aberrantes hayan existido. Otro tanto pasó con el obsceno cura Agustín Rosa Torino, jefe de una poderosa congregación en la Argentina y otros países, acusado de innumerables delitos de abuso y defendido por el abogado Alberto Raymundo “El Negro” Sosa. Una vez más, el juez Figueroa obedeciendo las órdenes de monseñor liberó al cura, argumentando que la elevación a juicio oral estaba mal confeccionada. 

El problema de la hipocresía

Un dato más. Semanas atrás, el inquisidor Loyola Pinto -juez vicario de la arquidiócesis de Salta- realizó un extraño recorrido. Sin previo aviso, se presentó a visitar a algunos de los fiscales que intervienen en las causas de abusos cometidos por sacerdotes. Dicen los alcahuetes de pasillo, que el curita utilizó un tono entre irónico y amenazante, para explicarles que la Iglesia sacaría un protocolo que debían acatar, para que se les facilitaran las prueban de los abusos en las diferentes causas. Pero lo cierto es que hasta la fecha, la Iglesia se escudó en que esas pruebas fueron enviadas a Roma, siendo negadas a los fiscales. Cabe recordar que la mismísima fiscal Sodero fue la que pidió el allanamiento de la Curia episcopal, y la jueza Claudia Puertas le negó la medida, que se consideraba clave para la investigación. 

Parece que el famoso protocolo en vez de aquietar las aguas, terminó por enfurecer a las organizaciones que defienden a las víctimas. La Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual Eclesiástico calificó al documento, poco menos como de maldito. Expresaron que se trata de una nueva muestra de cómo en la Iglesia Católica se hace lo imposible por mantener el estado de corrupción que impera en materia de abuso sexual. Ese documento -dijo su abogado Carlos Lombardo- tiene la fraseología episcopal del sermón hipócrita. ¿Qué más puede agregarse? Solamente una cosa, apunte: el juez Adolfo Figueroa está feliz con el protocolo.