De una pequeña comunidad del departamento San Martín a ser embajador de la OIT. Las palabras de Olegario Basilio Soria transcurren entre reflexiones sobre el pensamiento indígena, liderazgo comunitario, juventud, política y la unidad de los pueblos. Nicolas Bignante

 

Basilio Soria es líder histórico del grupo étnico tupí-guaraní de Tartagal, concretamente de la comunidad Yaku-i, en el kilómetro 1450 de la ruta 34. «Al no saber pronunciarla, los de afuera le dicen Yakuy», asegura. La localidad ubicada a 15 kilómetros de Tartagal, no obstante, debe su nombre a la conjunción de dos vocablos de la lengua tupí-guaraní: «yacu» (pava del monte) y la «i» gutural (laguna o agua). «Ese es mi pueblo», destaca Basilio con orgullo.

La comunidad quedó conformada en el año 1920 cuando desembarcaron los primeros emprendimientos petroleros. Inicialmente estuvo constituida por 40 familias, hoy son alrededor de 6 mil. En la actualidad cuenta con una escuela primaria, un jardín de infantes, un mini-hospital y plaza; logros que son atribuibles al liderazgo y las gestiones de antiguos líderes entre los que sobresale Basilio. «En ese momento hacía falta un colegio», remarca. «En la época que fui diputado por San Martín llevé la escuela agrotécnica con capacidad para 600 alumnos, así que en esta temporada tenemos muchos chicos y chicas técnicos agrónomos», resalta.

Cuando cursaba la escuela primaria sus ancestros lo ungieron como líder de familia, de sangre y de casta; un sistema de representatividad muy extendido entre las comunidades. Al terminar la secundaria ingresó a militar a la Juventud Peronista empujado por el sentir de sus mayores. «Cuando el general Perón hablaba desde Casa de Gobierno los abuelos observaban que en sus manos había una brisa con mucho amor y mucho fuego. Entonces el análisis de mi abuelo fue que en los brazos y en las manos de ese hombre había amor a su pueblo. En ese momento se trabajaba de sol a sol y gracias al general Perón en 1945 hubo trabajo de ocho horas, cuatro a la mañana y cuatro a la tarde. Ahí se conoció también el sueldo básico en pesos, porque antes todo era cartón pintado. Los hermanos trabajaban en aserraderos, en las fincas privadas, todo el mundo trabajaba en la siembra de tomate, pomelos, limones, sandías. Como estaba el empuje de los ferrocarriles, los paisanos guaraníes fabricaban durmientes. Lo hacían a ojo, no usaban metro, eran ‘teodolitos'», recuerda Soria.

«Hasta eso yo iba creciendo, terminé la secundaria y me vine a buscar trabajo en Salta en la década del 70’s. Un domingo, después de una semana de buscar, abro el diario El Tribuno y en la página central aparece un comunicado del gobierno que decía: ‘toda la juventud salteña con secundario completo sin adeudamiento de materias que desee ingresar en la administración pública provincial, puede presentarse mañana lunes a las 7 de la mañana. Esa noche no dormí y fui a las 6 am», destaca. «Allí nos recibieron en diferentes áreas y yo elegí Desarrollo Social de la Provincia. Había antropólogos, sociólogos, abogados… Y nos preguntaron por qué elegíamos ese sector. Yo respondí porque soy indígena y soy líder».

Entre los aportes más fundamentales a la organización y la representatividad de los pueblos destaca nada menos que la creación del Instituto de Pueblos Indígenas, en el que actualmente Soria advierte serios desmanejos. «En el año ’82 el gobernador me decía ‘no hay plata hijo, ¿cómo podemos hacer para crear un instituto indígena?’. Yo le respondí: ‘pero gobernador, todos los días pasan 180 camiones con tanques de petróleo. Creo que eso es plata, ¿cómo puede ser que no haya plata?». El IPPIS se creó por ley tiempo más tarde y, con el correr de los años, Soria comenzó a alertar sobre la desunión de los representantes.

«Eran 122 caciques y estaban todos unidos. Hoy he vuelto después de tantos años y están todos desunidos los hermanos. Se perdió la esencia del pensamiento comunitario y de amor a su prójimo y su comunidad. Nosotros decimos que desde la llegada de la democracia en el ’82 siempre hubo intendentes que, al no poder dominar a los caciques, nominaron políticamente a otros, entonces se genera una pelea. Y de ahí empezó la desunión hasta el día de la fecha. A mí me da mucha pena», se lamenta.

«Hoy no existen los cursos de capacitación en política para la juventud. Yo estoy pensando en capacitar a los jóvenes para que tengan amor a la esencia de nuestro pueblo y a estar unidos. En la época mía nunca se ha intervenido el Instituto de Pueblos Indígenas. Hoy vuelvo después de 25 años y sigue intervenido. No hay capacidad de liderazgo para poder manejarlo».

  • ¿La capacitación política puede ser una herramienta para el retorno al pensamiento comunitario?

«Exactamente. El proyecto para el futuro es reunirme con todos los líderes antiguos para brindar un curso de liderazgo. Antes no cualquiera era líder, lo era aquel que quería a su pueblo, con todo su amor y su estructura familiar para ayudar a la comunidad».

Después de su mandato como diputado provincial del departamento San Martín, Soria fue disertante internacional de Pueblos Indígenas, período en el que llamó la atención de miembros de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). «Ellos vieron mi pensamiento a través de la ONU y me convocaron para ser embajador. Me fui a trabajar a Panamá y Venezuela. Allí logramos reunir a varios presidentes del mundo para reconocer la existencia y la preexistencia del mundo indígena en América Central, América del norte, América del Sur, Asia, África, Asia Menor, Nueva Zelanda y todo el mundo. Hubo dos palabras que se reconocieron luego de un análisis con expertos en lingüística. Nosotros adoptamos la palabra ‘indígenas’ y el mundo viejo optó por ‘tribales'».

A pesar de ese reconocimiento que se volvió un instrumento legal, Basilio reconoce que hoy faltan líderes profesionales con contundencia política y corazón de cooperación. «Ellos adoptaron el pensamiento individualista y egocentrista», sostiene.

  • En cuanto a la explotación a la que fueron sometidos históricamente los pueblos ¿se logró avanzar en cuanto al conocimiento de sus derechos?

«Hay más conocimiento, muchos terminaron el secundario, buscaron trabajo en las ciudades. Pero los que quedan allí aún sufren todavía el trabajo forzoso. El problema además es de tierra y territorio, porque antes de los colonos el mundo era un solo bloque, no había fronteras. Entonces los hermanos vivían libres. Cuando llegó la colonización empezaron a dividir la madre tierra y llegaron los alambrados y las cercas».

  • ¿En el pensamiento indígena asoma una esperanza de retornar en un futuro a una sociedad sin dueños, ni jefes?

«Hay un sueño que dice que, en un momento, los poderes mágicos les van a dar más poder a los pueblos indígenas para que puedan retomar la tierra y el territorio. Para nosotros el sol es papá sol. La luna es la madre luna. Ellos son los que nos dan la vida. Nosotros a los árboles les decimos hermanos árboles. Y siempre hacemos ceremonias. Para nosotros la tierra no es de nadie, no tiene dueños y no es objeto para la compra ni para la venta».