Selma James acuñó a nivel mundial el concepto de trabajo no remunerado en el hogar. Coordina la ONG Global Women’s Strike (Huelga Internacional de Mujeres). Su experiencia de sesenta años de militancia en diálogo con Página 12.
Selma James bromea y subraya que tiene casi tantos años de vida como de activismo feminista. Sin eufemismos, la fundadora de la Campaña Internacional de Salario por Trabajo Doméstico (1972), junto a otras reconocidas del feminismo como la italiana Silvia Federici, habla de la explotación, la esclavitud y la violencia del maridaje capitalismo-patriarcado. Días antes al Paro Internacional de Mujeres, con un entusiasmo renovado por lo que observa como el crecimiento de un feminismo de base, James dialogó con PáginaI12 sobre desafíos para el movimiento y los sesenta años de militancia que recorre en su último libro.
–¿Cómo surgió la idea de publicar su último libro Sexo, raza y clase?
–Cada uno de los artículos de la antología (Sex, race and class, Merlin Press, 2012) los escribí para tratar un problema político del movimiento feminista. Hace tiempo que estoy en este mundo, y hace tiempo que estoy en el movimiento también. El primer texto, titulado “El lugar de una mujer” (1952), fue lo primero que escribí en mi vida y lo hice como panfleto político. Luego, en los años 60 y 70, existía una competencia entre los movimientos por determinar quienes sufrían mayor explotación, si las mujeres, si la población negra o la clase trabajadora. Yo pensé que, en principio, muchas veces se trata de la misma gente, pero además se trata de una competencia promovida por quienes tienen ambiciones personales dentro del movimiento y aspiran a lograr credibilidad como resultado de sufrir mayor explotación. Entonces, quise señalar que había una relación de poder incluso al interior de la clase trabajadora. No somos iguales: las mujeres hacemos dos tercios del trabajo no remunerado y los hombres solo un tercio; las mujeres negras obtienen remuneraciones más bajas todavía y sufren más problemas si son madres; las ancianas, tenemos problemas incluso en cuanto a nuestro derecho a existir. Entonces, son éstas las relaciones de poder que debemos abordar si queremos construir el movimiento que gane en la lucha contra la desigualdad.
–Usted se define como parte de un feminismo diferente. ¿Qué clase de feminista es Selma James?
–Nosotras fuimos parte de “un feminismo para el 99 por ciento” antes de saberlo. En Estados Unidos y en muchos otros países, se está dando una renovación en el movimiento que se define a sí misma como “feminismo para el 99 por ciento”; es decir, el número exacto que incluye la vida de mujeres reales en los países industrializados, pero también en los llamados países del Tercer Mundo. Muy poco de todas esas vidas estaba expresado, representado, confrontado e incluso mencionado por el movimiento de finales de los años 60 y principios de los 70. Así, mientras la mayoría de nosotras que realizamos una enorme cantidad de tareas de cuidado (en Inglaterra, el 80 por ciento de las mujeres son madres, y esa es sola una parte del trabajo de cuidado que hacemos las mujeres), quedaba excluida en ese feminismo que solo denunciaba el conocido techo de cristal (glass ceiling). Siempre somos las mujeres quienes nos ocupamos de los ancianos, de la tía que está en problemas, del vecino que necesita ayuda. Somos el servicio social que nunca se reconoce como tal, realizamos más atención y prevención en salud que cualquier servicio médico. Las mujeres hacemos también una inmensa cantidad de trabajo de justicia cuando luchamos por quienes amamos; las Madres de Plaza de Mayo son un ejemplo perfecto de ese trabajo de verdad y justicia que hacemos por quienes amamos, un ejemplo de cómo las mujeres siempre inventamos modos de lucha y nos reunimos para trabajar juntas por la transformación. Todo eso que hoy empieza a ganar espacio en las luchas del movimiento estaba excluido de aquel feminismo de reivindicaciones muy reducidas.
–¿Qué reconocimiento tiene hoy ese trabajo que hacemos las mujeres?
–Las mujeres no recibimos ni remuneración ni reconocimiento ni recompensa alguna por ese trabajo todavía. No se reconoce que ese trabajo es crucial no sólo para los individuos que reciben el cuidado, sino que es fundamental para sostener una sociedad. Así y todo, se lo trata como si no valiera nada; si las mujeres deben trabajar en un supermercado o limpiar el baño de otra persona, se considera que están contribuyendo a la sociedad, pero si se ocupan de sus propias hijas e hijos, se las considera improductivas, se las condena a vivir en la pobreza o a cumplir jornadas interminables por salarios miserables. Es esa falta de protección hacia las cuidadoras, esa pobreza de las mujeres y esa cantidad de trabajo que la pobreza significa para todas nosotras, lo que no ha sido el marco del feminismo. Mientras en los talleres clandestinos de Bangladesh, Tailandia y el Sudeste asiático, millones de mujeres trabajan por salarios de esclavitud, sus madres cuidan de sus hijos y las jornadas son interminables, el movimiento no atacaba esa pobreza como enemigo principal.
–¿Las últimas movilizaciones en Argentina de #NiUnaMenos, en Estados Unidos, Corea, Polonia, son la expresión de una nueva ola del feminismo?
–El movimiento latinoamericano ha arrancado muy bien al atacar la pobreza como el principal enemigo de las mujeres. Dependerá de nosotras lograr que esa masividad y ese crecimiento exprese y represente un movimiento de base sostenido en todas esas luchas en las que las mujeres estamos implicadas.
Desde este nuevo feminismo, vemos, por ejemplo, que muchas mujeres eligen el trabajo sexual como estrategia para evitar el trabajo en talleres clandestinos. Esa también es nuestra lucha porque infringe lo que se espera de las mujeres. Esas mujeres están siendo perseguidas porque obtener buenos ingresos las convierte en “malas mujeres”.
–¿Cómo observa el crecimiento sorprendente que han tenido los reclamos feministas en los últimos años?
–Hubo mucha preparación invisible, años de preparación, antes de que este movimiento estalle. Las mujeres estamos involucradas en todo tipo de luchas colectivas, algunas más grandes y otras más pequeñas. En la base de esas luchas y de las personas que más aprenden de ellas, están las raíces de este movimiento que surge y que se seguirá desarrollando a lo largo de muchos años. Estamos hablando de mujeres que han aprendido a brindar a otras confianza en sí mismas a juntarse, correr sus propios egos del camino y reunirse con otras personas en esos aspectos de la vida que comparten con otras, incluyendo que son parte de una comunidad en el trabajo o fuera de él. El movimiento aparece milagrosamente, pero de hecho la gente se ha estado entrenando a gran escala. Y todo el mundo se va educando en la participación del movimiento. Por eso, debe continuar alimentándose de esa participación y evitar que ambiciones personales y de grupos políticos saqueen, en beneficio propio, lo que se ha construido con mucho esfuerzo.
–¿Qué tipo de liderazgo debería promover un feminismo del 99 por ciento?
–Muchas veces, los puntos de referencia que van surgiendo se debilitan cuando son extraídos de sus comunidades y aislados de los impulsos y el poder que los ha visibilizado. Si el liderazgo no implica “traición”, es vital que continúe enraizado a sus propias fuentes de respuestas, ideas y maneras de hacer las cosas, siempre dispuesto a escuchar otros sectores y hacer unidad con la mayor cantidad de sectores posibles. En Estados Unidos, nuestro modelo de liderazgo fue Fred Hampton. Lo que Hampton hizo nunca se describió porque reclama del liderazgo la responsabilidad con la que debe comprometerse y que el establishment esconde y aniquila.
–Las mujeres lograron acceder a posiciones de poder impensadas. ¿Cómo evalúa el desempeño de las mujeres en estos nuevos espacios?
–Tendemos a pensar que las mujeres con más poder saben cómo hacer las cosas. Muchas veces nos convencen de que son ellas las que deberían ascender, y una vez que ascienden, ellas mismas culpan al glass ceiling (techo de cristal) por esa desigualdad –que ellas no logran transformar y que se expresa en diferentes terrenos–. El problema no es el glass ceiling sino el class ceiling (techo de clase); y que una vez que rompen ese techo de clase y ascienden, se olvidan de dónde vienen y comparan sus progresos con lo que tienen los hombres, en lugar de dar pelea por todo lo que las otras mujeres no tienen; y en lugar de decir que están en una posición mucho mejor, sostienen que no tienen tanto poder como los hombres y pierden su compromiso hacia ese movimiento de base. Todavía no encontramos la manera de que se mantenga el compromiso con las bases, pero ese no es un problema del movimiento de mujeres solamente, sino también de todos los movimientos. Anti-racistas, pacifistas, sindicatos; en ninguno de esos casos, las bases logramos mantener el control sobre lo que sucede más arriba. Cuando el movimiento comenzó en los años 70, la mayoría de nosotras estábamos convencidas de que había que destruir las jerarquías de género, raza y clase. Estábamos contra el capitalismo. Cada vez más, en lugar del ascenso de las mujeres como colectivo y la abolición de jerarquías, el objetivo fue el ascenso individual de algunas mujeres a espacios de poder en política, juntas directivas, o liderando las fuerzas policiales y de seguridad del imperialismo. Ahora esas mujeres son parte de ese 1 por ciento que gobierna al resto de nosotras, y con suerte, también a los hombres. Por eso, el único modo de mantener el control es que más mujeres nos impliquemos activamente y actuemos en representación propia. No hay otra solución. El movimiento debe ser cada vez más amplio, y los liderazgos deben encarnarlos quienes rindan cuentas a las bases.
–El Gobierno argentino no ha respondido a los reclamos del movimiento de mujeres, los femicidios siguen en aumento y la movilización social crece. ¿Es ésta una respuesta extendida a los gobiernos neoconservadores?
–Lamentablemente, eso es verdad en todas partes. También sucede en Inglaterra, donde todas las semanas dos mujeres son asesinadas por su pareja o ex pareja. Y parte de que eso sea posible es que no se valora lo que las mujeres hacemos por la sociedad, y los gobiernos creen que pueden escabullirse haciendo nada o muy poco. Entonces los gobiernos tienden a irse hacia la derecha, pero los movimientos se mueven hacia la izquierda y están creciendo. Y son los movimientos los que pueden producir los cambios. Por eso, es muy alentador ver también que el feminismo de Estados Unidos, al menos hasta el momento –y nosotras las estamos observando muy de cerca–, está poniendo al poder detrás de las bases porque un feminismo del 99 por ciento es hacia donde tenemos que ir. También es alentador que la respuesta a Donald Trump haya sido contundente en su propio país.
–¿Qué debería hacer el Estado frente a los femicidios y qué rol debieran asumir los hombres en las demandas de las mujeres?
–Respecto a lo primero, creo que algunos hombres deben ser arrestados, juzgados y recibir condenas severas para que quede absolutamente claro que el gobierno no tolera ese tipo de violencia. Pero además debemos decirle a los hombres que son ellos los que deben disciplinarse entre sí. Los hombres deben rechazar a aquellos otros que son violentos con las mujeres. Hemos observado experiencias en las que los hombres fueron los que pusieron el límite a sus propios pares, y no con más violencia, sino simplemente negándose a mantener intercambios o relaciones con esos hombres violentos. En esos lugares, la violencia contra las mujeres disminuyó notablemente.
–Usted ha elogiado el gobierno de Hugo Chávez. ¿Cómo evalúa la relación del ex presidente de Venezuela con el movimiento de mujeres?
–Chávez fue un líder político extraordinario, un gran hombre, una persona muy solidaria con las mujeres y que siempre expuso nuestras denuncias. Fue muy respetuoso de las mujeres como madres y tenía una broma muy graciosa sobre las más adultas, decía que habíamos “acumulado años”. Nosotras lamentamos muchísimo su pérdida porque tuvimos la posibilidad de observar cómo las mujeres de Caracas habían organizado todo tipo de servicios, no solamente comedores, sino también de cuidado, educación y salud. Todo estaba financiado por el gobierno.
–¿Existe un nueva ola del feminismo más cercana a los gobiernos populares latinoamericanos que a los liberales europeos?
–Yo siempre me identifiqué con el feminismo de Virginia Woolf y Eleanor Rathbone, por su trabajo para la autonomía económica de las mujeres. Rathbone promovió subsidios para las mujeres de modo tal que todas las semanas recibieran dinero por cada hijo. Luchó por eso durante 40 años, y lo logró en 1948. Virginia Woolf también estaba a favor de un salario digno para las mamás. Pero, el feminismo en general, aun cuando peleaba por los derechos de las mujeres, no estaba interesado en las mujeres de base y siempre fue muy hostil a remunerar el trabajo en el hogar porque temía que las mujeres fuéramos “institucionalizadas” en nuestras casas. Nosotras creemos que si estamos sin dinero en nuestras casas o donde sea, lo que se está institucionalizando es la pobreza de las mujeres. Por eso, en los movimientos de los que participo reclaman dinero por el trabajo que hacemos las mujeres. El feminismo oficial, el que llegó a puestos del Estado, el corporativo y el neoliberal, nunca exigieron dinero para las mujeres, ni siquiera por la igualdad salarial. Como mucho, reclamaron por el derecho al aborto. Y el derecho al aborto, el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, es nuestro y de nadie más, pero no es el único. Nuestros derechos no pueden limitarse a no tener hijos, también está el derecho a los hijos que queremos tener y no podemos mantener, el derecho a nuestro tiempo para amamantar, a estar con ellos en los primeros años de vida si así lo queremos. Por eso, nuestro principal reclamo es el de un salario digno para madres y cuidadoras. Tenemos que pelear por esos derechos también. Nosotras debemos ser prioridad; no nosotras como mujeres, sino nosotras como cuidadoras. Tenemos la esperanza de que los hombres sean cuidadores también como parte de una trama social porque solo una sociedad solidaria puede sobrevivir. No hay modo de que sobrevivamos si no nos ocupamos de nuestro entorno, nuestra sociedad, nuestros seres amados, y si la sociedad y quienes nos aman no nos cuidan a nosotras.
–¿Cómo se prepara para este 8 de marzo en el Día Internacional de la Mujer Trabajadora?
–Con este paro internacional estamos empezando a recordar la historia de las mujeres y las huelgas en las que hemos participado las mujeres. Nosotras convocamos al paro y la movilización bajo la consigna “inviertan en cuidado, no en muerte”. Además vamos a realizar acciones diversas, como piquetes en los tribunales que están apartando a las madres de sus hijos porque no tienen recursos para sostenerlos económicamente. Y para nuestro movimiento, el reclamo por un salario digno por el trabajo en los hogares sigue siendo una prioridad.
Fuente: Página 12