Vecinos de Leguizamón al 1.400 conviven con empresas que provocan ruidos molestos, contaminan y dañan veredas y viviendas. Aseguran que las firmas gozan de protección municipal Y Roberto Arangio, uno de los propietarios, dice que no se trasladará al Parque Industrial como piden los vecinos. (Federico Anzardi)

El agua con edulcorante con la que ceban los mates lavados no puede competir con la amargura de estos vecinos de la calle Leguizamón que se muestran resignados e indignados por lo que, aseguran, es un atropello a la buena convivencia. Algunos viven en diferentes casas y departamentos de la cuadra. Otros, a la vuelta, sobre Almirante Brown. Se quejan porque deben soportar dos empresas que para ellos no deberían estar allí: el corralón Acerlot, y Transal SRL, terminal de los corredores 4 y 6.

En Leguizamón al 1.450 está Acerlot. Ocupa casi la mitad de la cuadra con sus dos galpones y el local de atención al público. Una mujer del grupo de vecinos asegura que a pesar de los reclamos formales realizados mediante notas presentadas en distintas oficinas municipales, nunca pudieron lograr que se ordene el traslado. Explica que lo necesitan por los ruidos insoportables que se suceden a cualquier hora del día y la noche. Comenta que los camiones que llegan a diario al corralón cortan el tránsito durante varios minutos sin ningún pudor. Además, denuncian basura producida por la empresa, veredas rotas, olor fuerte a gasoil y falta de control.

Otra de las vecinas muestra un papel. Es una receta y tiene su nombre. Asegura que debe tomar tranquilizantes debido a las alteraciones provocadas por los ruidos y golpes de la empresa.

Los vecinos, en algunos casos, son personas que viven en la zona hace más de veinte años. Cuentan que en todo ese tiempo apelaron a políticos y organismos sin lograr nada exitoso. Aclaran que no están en contra del trabajo, sino que consideran que las dos empresas no deberían estar en la zona porque provocan contaminación acústica, suciedad y daños materiales. “Toda la noche hay ruidos y golpes”, dice una mujer. “Nuestra salud está deteriorada aspirando el polvo del hierro”, agrega.

La presentación formal realizada el año pasado no obtuvo respuestas favorables. Se trata de una nota fechada el 31 de mayo de 2014, dirigida a la Dirección de Control e ingresada el 10 de junio de ese año en submesa de entrada en la Secretaría de Participación Ciudadana con el número de expediente 35.894. La misma asegura: “Quienes suscribimos la presente somos un grupo de vecinos que vivimos en calle J. M. Leguizamón al 1.400 y alrededores, y en dicha cuadra está instalada desde el año 1998 la empresa Acerlot, entidad privada que fue mutando de razón social pero cuyo único propietario y responsable fue siempre el Sr. Roberto Arangio, se señala esta circunstancia a los fines de dejar aclarado que el Sr. Roberto Arangio tiene personalmente un pleno conocimiento del perjuicio que le viene ocasionando con su actividad económica a todos los vecinos de la zona. Concretamente, nos referimos a las reiteradas e interminables molestias que ocasiona el irregular funcionamiento de dicho establecimiento en nuestra zona. Consta de interrupciones en el tránsito de peatones y vehículos en la zona, de ruidos molestos que perturban el trabajo y descanso de los vecinos, de roturas de veredas, cordones y calle. (…) Asimismo las actividades de esta empresa emanan partículas propias de dichas tareas que ensucian a todos los domicilios circundantes. Este funcionamiento abusivo de parte de la Empresa Acerlot se produce en forma diaria y sin respeto de horario alguno (…) alterando la vida normal de la zona. Para constancia de lo manifestado (…). (…) no es correcta la instalación y permanencia de una empresa de esta envergadura y actividades en nuestra zona”.

Un acta de inspección especial de la Dirección General de Inspecciones, dependiente de la Subsecretaría de Control Comercial de la Municipalidad, fechada el 26 de agosto del año pasado y firmada por los inspectores Mario Islas y Sergio López, revela un control realizado a Acerlot. Asegura que solamente se confeccionó una infracción por no presentar certificado de desinfección. Detalla que fueron solicitados papeles (habilitación, seguridad, pólizas) que no presentaban irregularidades.

Los vecinos se preguntan por qué no pueden trasladar la empresa a la zona sur o al Parque Industrial. Cuentan que los propios camioneros que llegan hasta los galpones les preguntan cómo pueden soportar la situación. Agregan, como contraste, que en la esquina hay una empresa de sanitarios que sí cumple horarios de carga y descarga. En Acerlot, en cambio, dicen que en alguna oportunidad hubo un camión a las 3.30 de la mañana.

Una vecina asegura que por allí circulan entre ocho y diez camiones por día. Algunos, hasta los domingos, a veces. Agregan que el polvo que se junta en sus viviendas no es polvo común. Tiene brillo y no tarda demasiado en acumularse. Un hombre dice que el promedio es de uno o dos camiones diarios.

Otra vecina cuenta que algunas personas vendieron su propiedad para poder irse de allí. Y que hay otros que no quieren firmar ni hablar. Cuenta que arregló más de una vez su vereda después de que los camiones provocaran roturas. Dice “nosotros no tenemos peso”. Cuenta que hay momentos en los que no se puede cruzar la calle. Opina igual que sus compañeros de cuadra: que los empleados no tienen respeto, ni horario. Y se pregunta cómo puede ser que estando tan cerca del centro, a quince cuadras de la plaza 9 de Julio, deban soportar una instalación semejante. “No dormimos tranquilos pensando que un camión puede tirar la pared”, explica.

Luego, cuenta que cada camión se queda un promedio de una hora, ya que “cuesta meterlo” a los galpones, y que cada corte de tránsito provocado dura entre quince y veinte minutos. Agrega, exagerando, que el embotellamiento llega “hasta la Sarmiento”.

Un vecino de la cuadra de enfrente hace entrar a su perro a los gritos y recuerda cuando realizaron otra presentación, junto a un grupo diferente de vecinos. Agrega, como si hiciera falta, que no tuvieron éxito en su odisea.  “El poder del dinero es muy fuerte”, reflexiona.

Opina que el propietario de la empresa es “agradable, simpático, comprador y peligroso”, ya que cree que tiene poder. Es la conclusión a la que arribó después de notar que los pedidos vecinales nunca prosperan y que el negocio se amplió de gran manera. Cuenta que en su familia debieron tomar calmantes. Y que como las cuadras están ocupadas por los camiones tiene que caminar hasta la esquina, a veces con su mamá enferma, porque se ve obligado a estacionar lejos de la puerta de su casa.

La voz empresarial

Nos comunicamos con Roberto Arangio, que responde las quejas de los vecinos que le transmite Cuarto Poder y se muestra asombrado por las mismas. Asegura que la empresa cumple con los horarios establecidos, que son de 8 a 12 y de 15.30 a 19. Dice que trabaja los sábados hasta el mediodía, no los domingos. Agrega que los camiones llegan una vez a la semana. Al comentarle que los vecinos aseguran que, por lo menos, por allí pasa un camión por día, Arangio explica que eso podría pasar, porque todo depende de la venta.

El empresario considera que detrás de todas las quejas se encuentra una vecina que “está sola”, cuando en la empresa hay cuarenta familias viviendo del trabajo. Dice que puede presentar a otros vecinos que darían versiones diferentes.

Respecto al polvo que los vecinos aseguran que se acumula debido al trabajo de Acerlot, Arangio dice que no es así, que no hay ninguna contaminación. Explica también que no se irá de su trabajo y que no puede trasladarse a un lugar como el Parque industrial, propuesto por los vecinos, porque no es fabricante, sino vendedor.

Ante la pregunta sobre la propiedad de los terrenos en donde se encuentra la empresa, Arangio primero pregunta para qué queremos saber eso. Al explicarle que es una duda razonable teniendo en cuenta que no es lo mismo irse de un lugar alquilado que de uno propio, Arangio, quien se presenta como socio de Acerlot, no propietario, no responde.

También niega que se muevan vehículos ajenos a la empresa para poder facilitar las maniobras de los camiones.

Transal

A la vuelta, sobre Almirante Brown, se encuentra Transal SRL, un predio de dimensiones similares al del corralón. Juntos, dominan la manzana. Una vecina que vive frente a la puerta de ingreso de los colectivos cuenta que “son 24 horas de ruido” y que “de noche es el tema”.

La mujer cuenta que en la zona “no se puede dormir”. Cuenta que en su living se siente hasta el teléfono de Transal. Revela que toma pastillas para dormir y que escucha a los empleados de la empresa hablar fuerte, “como si nada”, en plena madrugada.

Entre las quejas que existen contra Transal está la de las maniobras peligrosas que realizan los colectivos en un espacio muy reducido, además del ruido que emiten las mangueras industriales con las que suelen lavar las unidades.

Otra mujer dice que el olor a gasoil es fuerte en la cuadra. Que todo lo que se limpia, a las pocas horas vuelve a estar sucio. Y se pregunta, al igual que sus vecinos de la vuelta: “¿Quién los va a sacar?”. Y como una autorespuesta, agrega: “Si están llenos de plata”.

Los reclamos por Transal no son novedosos. El 5 de octubre de 1995, hace casi veinte años, una nota firmada por varios vecinos fue enviada a la Dirección General de Control. Allí se informaba que la empresa realizaba actividades que dañaban la vida diaria de la zona. El texto solicitaba la intervención de la Municipalidad. Hoy, una vecina asegura que en Transal “sólo pusieron un timbre”.