La banda tucumana Zener vino a presentar su disco La desintegración del tiempo y los locales Nagoba hicieron la segunda en una jornada un tanto lluviosa pero agradable en la que pasamos una noche con buena música, poco público y tres bolas de espejos. (R.E.)

De entrada la noche estaba bastante linda como para ser sábado, una que otra nube pintaba arriba, pero nada preocupante. Abril es un buen mes. No tanto por el clima electoral, sino por el clima en sí.

A eso de las once y media el local ubicado en Balcarce al 900, justo al frente del que fuera el mítico bar Madrid -hoy devenido, luego de tantas mutaciones, en un boliche bailable con luces verdes de neón sobre la puerta- las 15 personas repartidas entre las cuatro mesas con dos velas prendidas y dos apagadas, estaban a punto de escuchar el inicio de Nagoba con la zapada que es casi una parte tradicional cuando tocan estos tres compadres: Lombardo, Soler y Soto. Uno de los pocos tríos del NOA que se anima a experimentar con las saturaciones, climas y ambientes de lo que de alguna manera nos empecinamos en llamar rock progresivo, que también puede ser postrock, space rock, con una corta dosis de shoegaze y ambient; o para no confundirnos tanto digamos que hacen uno de los sonidos más colgados que esta provincia ha escuchado en los últimos años.

nagoba-ela02

Si nos guiamos por lo que ellos mismos denominan en la página de la nube donde están colgadas sus canciones, entonces podemos convenir que hacen un rock post-cybercafé. ¿Qué significa esto?, tal vez no importe. Las denominaciones están ahí muchas veces sólo para entorpecer, en todo caso es mejor experimentar directamente y cada uno sacar sus conclusiones.

Esta dificultad para definir el sonido de Nagoba es lo que en parte haga de la banda una especie de rareza. Para comenzar, el hecho de carecer de un vocalista los hace parte de un reducido grupo de bandas -sin contar las de jazz- que ha optado por otra sonoridad. Además de la ausencia de una voz, la atípica formación hace que su sonido no tenga punto de comparación, al menos en estos lares: la guitarra/bajo de ocho cuerdas y una guitarra criolla, ambas conectadas a sendos sets de pedales y efectos, a lo que se puede sumar de cuando en cuando algún didgeridoo junto con la percusión que suele incluir desde un cajón peruano a la tradicional bata, pasando por las chaschas y cuanta cosa haga ruido. Todo vale en el viaje que plantean los Nagoba en sus presentaciones y grabaciones.

nagoba-ela03

Lo atípico de esta noche, sin embargo, para quienes ya fuimos a ver más de una vez a la banda en sus presentaciones locales, no es tanto la ausencia de público, sino la de visuales o algún otro aditamento que acompañe el transcurrir de la música. La iluminación es una cagada: tres bolas con espejos de distintos tamaños giran en el techo. Un efecto como disco pero más de mierda. Hay mucha luz y esto seguirá así por un rato más.

nagoba-ela

Entre las mesas la gente escucha y conversa, todavía hay sillas que no se han dado vuelta. Cualquiera podría decir que los vagos están recién probando sonido, pero no. La cosa ha comenzado y ya van por el tercer tema de los 5 o 6 que van a tocar en la casi hora que estarán en el escenario: Frito, Yeta y Diferencial, entre otros. Si bien el sonido de los Nagoba no es tan apto para el típico rockero cabeza que se cierra en un estilo y pide música al palo todo el tiempo, los changos la pilotean muy bien y mandan un set con mucha fuerza, tal vez con los temas más espesos que tienen en casi una hora de viaje asegurado.

nagoba-ela01

La mayoría de la gente que entra al bar medio caretón de la Balcarce pasa de largo y enfila para el fondo, ahí el ambiente es otro: música más tranquila, electrónica cool y tragos largos. Hay más gente en la zona del fondo que escuchando a la banda. El baño está limpio y alguien degusta flores. Se siente en el aire.

Los Zener suben a eso de las doce y media, enchufan lo suyo, cambian los platos y con un par de saludos de rigor comienzan lo que será la presentación de La desintegración del tiempo, primer disco de la banda publicado el año pasado -también cuentan con un EP titulado Kleśā (2011). “Es un placer estar aquí, una gran provincia loco”, dice Mauro, voz y guitarra de la banda. Terminado el segundo tema como que se le prende el foco de la emoción y manda un “que viva Salta culiao”. A la banda la completan el joven batero, muy joven, de tan joven que podríamos decir que su presencia en un bar viene a ser ilegal. Ezequiel tiene edad suficiente para votar, pero no para salir del país y lo más extraño aún es que desde los 11 o 12 años es miembro de la banda. No le da tan duro a la bata, sino lo justo y necesario para acompañar y tiene una cara de concentración que perturba. Además está la nueva bajista, Romina, quien no tocaba durante la grabación del disco, pero sí participaba poniendo la voz en el tema Alquimia.

Un sonido prolijo, sin demasiados excesos en el escenario ni muchas poses rocker. Los Zener repasaron casi todo el disco, excepto por tal vez el tema más oscuro de esta grabación: Mis miedos, canción prácticamente instrumental, salvo por los coros al fondo, en la que un bajo hipnótico sumado al ritmo de la bata, hacen de base a la voz solemne de Alejandra Pizarnik leyendo un fragmento de Extracción de la piedra de la locura, un texto denso que pega en la medida justa con la música que plantean los tucumanos: postmetal, algo de emocore melódico y un buen toque se screamo que coquetea con guitarras bastante grunge. Ellos se definen como rock abstracto y nuevamente las denominaciones se hacen ambiguas y un tanto inútiles a la hora de describir un sonido que en el vivo no se distancia tanto de la grabación.

En el medio del escenario hay un vaso de fernet que nadie tomará en la hora que dura el show, y faltando 20 minutos para que todo termine, recién las luces se harán más tenues y las bolas dejarán de girar. Afuera caen gotas y tras la música salimos a mojarnos un poco y conversar con los integrantes de Zener que explican el concepto del disco: una pesadilla recurrente en la cabeza de Mauro que para explicársela a él y al resto, decidió escribirla, ahí nace La desintegración del tiempo. En total son nueve canciones divididas en tres partes de tres, la idea original, según explican, a la hora de entrar al estudio era que el disco sonara como un solo track a pesar de estar dividido temáticamente -si vale el término- en tres partes entre las que se mueve un personaje onírico que transita un ambiente más bien raro y bastante personal.

Las letras en sí carecen de un potencial poético espeso y en todo caso pueden servir como referencia para guiar la historia; en cambio la música tiene mucha fuerza, grandes climas y cambios rítmicos marcados que si bien no sorprenden demasiado a estas alturas, hacen de la escucha del disco una experiencia más que agradable. La desintegración del tiempo es uno de esos discos que mientras uno más escucha, va encontrando cada vez nuevos detalles que antes se pasaban de largo. No es una grabación que se agote con dos o tres vueltas, sino que tal vez aguante unas cuantas más.

Tras nuestra corta conversación, los Zener desarman lo suyo y parten como apresurados. El público que se quedó hasta el final no se modificó bastante, hay algunas mesas más que a eso de la una y media de la mañana no llegan a llenarse. Al fondo del local se está gestando una pachanga con dj y electrónica. Ahí hay más gente. Los Nagoba pegan un vino medio carolina pero no tanto como la birra. Nos quedamos conversando acerca del corte de pelo de Soler. Se va otra noche más del under local. Tocar para mucha gente, es de caretas.

zener-ela

zener-ela04

Fotos: ela nunes