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Así dan ganas de leer

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Nos entró la curiosidad literaria, entonces fuimos hasta la biblioteca Diente de León para conversar con Cecilia Toconás, una de las bibliotecarias del lugar que nos contó algunas cosas acerca del oficio, la pasión por los libros y lo necesario de tener contacto real con la gente para recomendar una lectura. (R.E.)

La Ventolera es un lugar pequeño, ubicado en la esquina de Mitre y O’Higgins, una casa convertida en centro cultural hace varios años y donde se desarrollan todo tipo de actividades, desde recitales de música, exposiciones, lecturas, teatro, hasta talleres para chicos; dentro de ese lugar está la biblioteca Diente de León, entre la cocina y el patio, con algunos estantes en los que hay libros de todos los colores, olores y sabores. Ahí nos espera Cecilia Toconás, que está desempolvando y acomodando cosas. Nos recibe con una sonrisa amable y comenzamos a conversar acerca de su devenir en bibliotecaria, para dejar de lado su faceta como escritora, de la que tal vez conversaremos en otra ocasión.

Antes de hacerse cargo de este lugar, Cecilia ya tenía una experiencia previa en otra biblioteca popular, ubicada en Vaqueros, como ella nos cuenta: “mi relación con las bibliotecas comienza cuando me entero que estaban buscando gente en la biblioteca de El Molino. Yo estaba estudiando el profesorado en lengua y era bastante cerca, entonces tenía tiempo libre y me acerqué a ayudar; también me venía bien estar en contacto con libros y lo pensé como un intercambio, algo como que voy a ayudar y de paso me prestan libros. Tuve suerte porque en ese momento estaba a cargo Fabiana Garrido, ella es maestra, y es como que estaba volviendo a comenzar con esa biblioteca casi desde cero. Ella me enseñó todo lo básico, porque yo no soy bibliotecaria con título, sólo de oficio. Al principio yo hacía como la parte más administrativa y luego pasé a atender a la gente. Estuve unos dos años como voluntaria y después Fabi, que tenía mucho trabajo como maestra, me dejó a cargo de toda la biblioteca, entonces fue de a poco ir adentrándome en lo que es la atención, siempre lo disfruté mucho y hasta hoy disfruto mucho mi trabajo”.

Luego de un tiempo de estar a cargo de la biblioteca en Vaqueros, comenzó a organizar ahí diferentes actividades que no sólo implicaban el contacto con los libros, sino otro tipo de acercamiento al público y la apertura de las puertas de El Molino para realizar distintas actividades: “Hicimos varios eventos, pero no eran masivos, sino más para los amigos y la gente del barrio, a veces salíamos con el auto y un parlante para ir invitando a la gente si es que se organizaba algo de teatro o un ciclo de cine, porque no era yo sola la que organizaba, sino que éramos un grupo en ese momento, por lo menos seis personas, yo organicé el club de poesía, y un encuentro de escritores”, nos cuenta Cecilia, que continuó con este rumbo pero en lares más céntricos: “Acá en La Ventolera organizamos cuatro o cinco eventos, generalmente con escritores y ahora el 17 de octubre se viene el próximo evento de la biblioteca, de música y teatro”.

Retomando la historia que dejamos de lado por un rato, Cecilia nos explica cómo llegó a hacerse cargo de esta pequeña biblioteca: “Mi relación con Diente de León surgió el año pasado, a principios de año las chicas estaban buscando crear una biblioteca acá y alguien me recomendó, porque yo ya estaba trabajando en El Molino; entonces me invitaron y me encantó la idea, porque yo ya conocía La Ventolera y me gustaba mucho la onda de las chicas, las cosas que se hacían acá. Vine a hablar con Andrea (García, una de las personas a cargo del lugar) y me contó lo que querían hacer: una biblioteca especializada en todas las artes; así que bueno, esto empezó en febrero del año pasado. Hace poquito festejamos el primer año”.

En este punto se hace necesario hacer un par de consideraciones entre ambos lugares de los que venimos conversando, un poco para comprender las dos circunstancias entre las que se mueve nuestra entrevistada. Si bien El Molino y La Ventolera tienen casi el mismo tiempo dentro del ámbito cultural local -alrededor de 10 años-, la geografìa hace que sean dos lugares con públicos distintos, tanto por el alcance que genera el estar a un par de cuadras del centro capitalino como por la cantidad de años que tienen funcionando ambas bibliotecas, lo cual repercute definitivamente en el número de socios: en Vaqueros, según nos dice Cecilia, hay cerca de 250 socios inscriptos, de los cuales unos 100 están activos; ese mismo número es con el que cuenta Diente de León, que con un año de existencia tiene a 100 personas anotadas, de las cuales 20 son lectores constantes, esto implica pagar las cuotas y acceder a los libros regularmente.

La pregunta necesaria, luego de la explicación, se dirige hacia el cómo hacer para atraer al público, algo que nuestra entrevistada responde sencillamente: “En mi experiencia con este tipo de bibliotecas es que crecen de a poco, no sucede todo de un día para otro, al principio siempre va poca gente, pero hay que tener paciencia y hablar, porque es como que cuando tenés más confianza se hace todo más ameno, porque hay gente que viene con mucho tiempo libre y quiere charlar; a mí me parece que una biblioteca es eso, un lugar para estar bien, para ir a charlar, socializar, para leer, por supuesto, pero a mí me gusta hablar con las personas, escucharlas, porque cuando lo hago a veces les digo ‘mirá este libro, es justo de los que estábamos hablando’, y la gente se siente muy contenta porque realmente la estás escuchando y eso es muy lindo”.

Toda esta explicación nos retrotrae al pasado de Cecilia como lectora, cuando luego de pensar un poco nos dice: “siempre me gustaron las bibliotecas, pero nunca encontré una en la que me sienta cómoda, porque te atendían mal, no me daban mucha bolilla, tal vez porque era chica, entonces de niña estaba mirando televisión o estaba en la biblioteca, pero no encontraba una bibliotecaria que me mire a los ojos y me preste atención, porque era como ‘sí, qué querés’, quiero un libro, ‘qué libro’, no sé cualquier libro, tengo ganas de leer.  Igual me quedaba a leer lo que me daban, porque me gustaba leer en las bibliotecas, porque siento que hay un clima especial en ellas”, luego agrega: “Y ahora también, siempre estoy leyendo, pero no puedo concentrarme del todo porque ya estoy a cargo de la biblioteca, y cuando viene alguien tengo que soltar el libro, porque pasó eso de que como me atendían mal en la biblioteca, yo empecé a hacer todo lo contrario. Porque si no tenés ganas de estar ahí, eso ahuyenta mucho. Es como que la cultura del libro está como muy venida abajo y en las bibliotecas puede ser un poco por la mala atención a la gente”.

Esta distancia que puede suceder en determinados ámbitos, sobre todo en los espacios más grandes, en los que la impersonalidad es la ley, también los considera Cecilia: “Son diferentes las bibliotecas populares a las provinciales, porque esas tienen empleados con un salario fijo, en un puesto de ocho horas y no sabés si esa persona tiene experiencia en atender a la gente; en cambio las otras se mantienen con voluntarios, alguien que va porque tiene ganas de estar en la biblioteca, como yo empecé, que fui voluntaria por años”.

La biblioteca Diente de León está en proceso de adoptar el título oficial de “popular”, algo que se hace necesario para poder acceder, por ejemplo, al apoyo que brinda la CoNaBiP, que es la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares, o también otras instancias estatales mediante las cuales se pueden conseguir más material. Actualmente cuentan con cerca de mil libros que van desde los especializados en teatro y arte, hasta los libros para chicos, y mucha, mucha literatura para disfrutar al módico precio de 20 pesos mensuales o 200 anuales, que es lo que sale la cuota para ser socio y tener derecho a sacar hasta 3 libros para llevarlos a la casa o leerlos en el patiecito de La Ventolera, lugar donde pueden encontrar a Cecilia para tomar un mate y conversar un rato, chusmear los tìtulos y ver qué onda, tal vez descubrir lecturas que luego pasarán a otros. Ella está los martes y jueves de 10 a 13, mientras que la otra bibliotecaria, Silvia Martínez, se encuentra los miércoles de 18 a 21. Claro que el resto de los días también pueden asistir a la biblioteca, pero corren el riesgo de no encontrar a tan piolas bibliotecarias.