Hartos/as de los hostigamientos estatales, esta semana un colectivo de artistas callejeros organizó una varieté cultural contra la criminalización de su trabajo, el desprestigio sobre su aporte a la cultura y el cercenamiento a la llegada masiva del arte. (Franco Hessling)
¿De quién es el espacio público? Vaya disquisición. Seamos todavía más audaces, ¿a quién pertenece el arte? ¿Qué es el arte? ¿Quiénes determinan qué es una obra y a quienes les cabe el mote de artistas? ¿Qué función social le cabe al arte? Podríamos optar por consultar especialistas en las obras de Benjamín, Baudrillard, Deleuze o Susan Sontag, pero preferiremos que esos interrogantes, y otros, manen para cada lector a partir del siguiente cuenitario (cuento-crónica-comentario) sobre la situación del arte callejero en Salta.
Aclarémoslo desde un principio, la labor artística en las calles nunca fue asimilada del todo bien por los gobiernos de la ciudad. Tampoco por los de la provincia. Habrá habido momentos de mayor y menor tensión, de recrudecimiento de las persecuciones y de un manto de permisividad, aunque jamás las autoridades apoyaron el arte callejero como un discurso cultural, como una práctica social ni como un trabajo digno. Montados en ideas elitistas sobre el arte, desprestigian la genialidad callejera, ajena a sus sensibilidades de -pretendido- paladar negro.
Robustiano Blueblood, presidente del Instituto de Defensa de la Honorable Salteñidad (IDHS), en su liturgia anual de hace cinco meses, ante la deferente mirada de los y las emponchados/as socios/as del IDHS, expresó las vinculaciones que hallaba entre el arte callejero y la holgazanería, remarcando que los y las malabaristas, músicos/as sin escenario, acróbatas, actores y actrices, mimos, payasos/as, y otras tantas «lacras» no eran trabajadores, eran mendigos gobernados por un oprobioso espíritu de optimismo con la vagancia.
Ante la reciente sucesión de ataques de las autoridades provinciales y municipales, la mayor parte de las veces encarnados por la obediencia debida de la Policía provincial, los y las artistas callejeros han conformado una campaña en defensa de sus trabajos, denunciando desdén gubernamental tanto como criminalización provocada en el marco del Código Contravencional de Salta (leyes 7135 y 7914), harto conocido desde que en 2015 se discutieron las últimas reformas reaccionarias al ya punitivo texto original sancionado en 2001. En razón de ello es que más arriba aclarábamos que la persecución al arte callejero excede a estos gobiernos de turno, es una cuestión intrínseca de todos los gobiernos desde el regreso de la democracia, que aunque con ondulaciones, nunca aceptaron las expresiones disruptivas que hacen del espacio público un sitio democrático de circulación de sentidos y prácticas.
Avalados por una atmósfera de época en la que el espacio público se estrecha todavía más porque, en general, la idea de lo público se carga peyorativamente, los gobiernos de Juan Manuel Urtubey y Gustavo Ruberto Sáenz se congeniaron para abalanzarse contra los artistas callejeros. También contra los vendedores ambulantes, los manteros y cuanta expresión popular que emergiera por fuera de la tutela, evidentemente autoritaria, de los estados provincial o municipal.
Al decir de Las Manos de Filippi en El Sistema: «Pero la gente es tenaz y pelea». Esta semana el colectivo de artistas que promueve la campaña «yo defiendo el arte callejero» organizó una exitosa varieté cultural en el centro de la ciudad, adonde el color, las destrezas físicas, el histrionismo y la expresión corporal le cambiaron el semblante a una peatonal que a menudo se reparte entre comercios, transeúntes y trabajadores del espacio público (desde los antes mencionados hasta promotores/as que reparten folletos, voluntarios de organizaciones sociales que buscan apoyo y vendedores/as de ofertas culinarias varias). Por supuesto, pese a las gestiones realizadas por la gavilla de artistas, la Municipalidad había omitido aprobar el evento. Sin embargo, el grado de movilización y la grata receptividad de los transeúntes obligaron a las autoridades a permitir que el acto se desarrolle sin inconvenientes.
Aunque su fortuna la heredó por linaje familiar, acostumbrado a vivir del trabajo ajeno, Robustiano Blueblood insiste en que los artistas callejeros no son trabajadores sino vagos. Desde que asumió la presidencia del IDHS, hace un quinquenio, se ocupó de establecer reuniones con los gobernantes de todo estamento para suscribir convenios de combate contra el arte callejero. Según su último libro, editado con fondos del IDHS y que lleva en la tapa a él mismo vestido con atuendo gauchesco montando un pingo, que se titula «Resguardar el buen gusto», el arte callejero «da a entender que las técnicas más puras del espíritu pueden ser producidas por cualquiera y en cualquier parte, sin costo ni talento alguno».
Uno de los puntos en los que más enfatizan los artistas callejeros que participaron de la varieté del jueves último es la estrechez de las autoridades para concebir el derecho al arte. Un arte gratuito o a la gorra, que no segrega por filas ni margina a quienes no tienen para pagar una entrada; una arte sensible a la diferencia y la creatividad que imponen los pocos recursos, proclive a cuestionar el orden establecido incomodando a los y las que están conformes con sus privilegios de statuo quo. Un arte que no necesita teatros y, a veces, ni carpas circenses. Una arte carnavalera, que democratiza el espacio público y multiplica la llegada de esas técnicas que muestran lo «más puro del espíritu».
«Que se reconozca nuestro aporte a la cultura popular salteña», sintetizan en el tramo final de un comunicado que hicieron circular por medios virtuales e impresos. Un video colgado en la página de facebook Yo Defiendo el Arte Callejero el miércoles último, un día antes de la varieté, muestra cómo efectivos de la fuerza provincial inhiben a músicos locales de continuar un recital espontáneo en la vía pública. Una señora turista asume una estridente defensa de los artistas enrostrándoles a los policías que el arte callejero está permitido en todo el mundo. ¿A qué le tienen miedo?
En la reunión de Memoria y Balance 2017 del IDHS, hace dos semanas, Robustiano Blueblood destacó ante la masa societaria, mientras degustaban vinos de altura de Molinos y empanadas de charqui traídas especialmente desde La Poma, que «tuvimos un año promisorio para seguir fortaleciendo nuestra tradicional identidad salteña al mismo tiempo que dialogamos con las nuevas expresiones culturales del mundo». Puesto a explayarse sobre este último aspecto, contó que el IDHS fue uno de los principales contribuyentes para la organización del recital de Maluma en Salta.