Falleció la escritora Ana Gloria Moya. Cuarto Poder presenta una reseña publicada en 2008 sobre esta representante de las Letras salteñas.

Todos los años, más o menos para esta época del año en que la fiesta de El Milagro se empieza a palpitar me acuerdo del libro de cuentos de esta escritora salteña nacida en Tucumán en 1954. Ha ganado el premio «Sor Juana Inés de la Cruz 2002” por su novela “Cielo de Tambores” (que en los secundarios se fotocopia como pan caliente); pero yo quiero hablar de ese libro de cuentos, que en sólo 55 páginas entera 5 cuentos en los que se despliegan distintas voces y búsquedas estilísticas. Vuelvo a ese libro, una y otra vez, para releer el cuento La Procesión.
Como su título anuncia, trata de la festividad religiosa más importante que tiene la provincia, vista, en este caso, desde la vida de una humilde vendedora de manzanas confitadas, que espera sacar unos pesos porque su situación económica no da para más. “Se despertó sobresaltada, no vaya a ser que justo hoy me quede dormida. Miró hacia fuera, qué suerte, recién está aclarando. Conteniendo los temblores se vistió a tientas, sin prender la vela para no despertar a los chicos que apiñados y calentados dormían en la cama grande. Ojalá que no me falle la Irma, a las diez dijo que iba a venir para hacerles el mate y cambiarme la bebé, quien sabe a qué hora vuelvo”, es el primer párrafo. El juego entre la tercera y la primera persona (los pensamientos de la protagonista) se sostiene a lo largo del cuento, al igual que el lenguaje coloquial.
Una de las grandes virtudes del relato es mostrar un evento conocido por todos, desde una óptica particular: la de una pobre vendedora que tiene que ganarse un lugarcito a los codazos.
Pero lo mejor que tiene este cuento es el humor corrosivo y hereje de la narradora. “Llegó a media mañana cuando los fieles que habían pasado la noche sobre el césped se desperezaban rígidos por la vigilia y el rocío. El dolor de sus cuerpos ya los hacía sentir menos pecadores”, dice. Y uno de los mejores párrafos sostiene: “Las imágenes dieron vuelta hacia la Avenida, seguidas por señores de traje y corbata, que caminaban protegidos por cuerdas gruesas llevadas por policías, y que ese día se sentían más cerca de Dios. Las sogas, con precisión de yute, marcaban el límite entre los primeros que caminaban holgados, y todo el pueblo que, apeñuscado, cantaba con los olores y la fe mezclados. La gente caminaba mirando hacia abajo, un poco por penitencia y otro poco para no pisar a los que arrodillados, vestigios de la Inquisición, iban cumpliendo promesas, agradeciendo milagros, suplicando trabajo, implorando salud… bienes que los del otro lado de la soga poseían distraídamente.”
Más allá de las influencias notorias del realismo mágico en la prosa, (la verdad es que por momentos también es inevitable: la realidad salteña, señalamos semanas atrás- oscila entre maconcianda, buñuelesca y simpsoniana) leer a esta francotiradora causa un gran placer.
PUBLICADO POR OPADROMO ZALTA 2008