Una historia que combina cirugía estética, delitos menores y un toque de torpeza tuvo lugar en Mar del Plata. Un hombre de 27 años y su pareja de 24 decidieron que lo suyo no era esperar turno ni pagar en cuotas: se llevaron cuatro prótesis mamarias de una clínica, valuadas en mil dólares cada una. Un botín para levantar… el busto.
La cosa no terminó bien. La denuncia fue radicada el 6 de septiembre, cuando un cirujano se dio cuenta de que, de las doce prótesis cuidadosamente guardadas en el quirófano, cuatro habían emprendido la fuga sin anestesia. Pero lo que los delató no fue la astucia policial, sino el detalle técnico: cada prótesis tenía su número de serie. El plástico no miente.
La pista llevó a otra clínica, donde la joven—al parecer convencida de que el crimen paga y también rellena—intentó hacerse la cirugía con material robado. Hasta ahí llegó la ilusión de silicona. Intervino la Oficina de Determinación de Autores (ODA), que tras allanar una vivienda encontró las prótesis, dos celulares y una buena dosis de descaro.
Ambos quedaron imputados por hurto, pero en libertad. Eso sí, la Justicia les dejó algo en claro: el próximo aumento de busto, que sea legal. ¿Moral de la historia? Si vas a robar implantes, que al menos no tengan número de serie. O mejor: no los robes. ¿Tan difícil era?