De un lado las paredes proselitistas, del otro lado las paredes que irrumpen en esa intención. Conversamos con Martín Córdoba, muralista salteño que nos cuenta su nuevo proyecto: Niño Calavera. Una respuesta arriesgada al ensamble político que afea las calles en épocas de campaña. (Rodrigo España)
En la última década algunas de las paredes de la capital salteña han sufrido una especie de mutación en cuanto a sus colores. Ya no es tan extraño encontrarse murales en el transcurso de una caminata. Y mucho menos es extraño que uno de esos murales sea de Martín Córdoba, artista plástico salteño que hace años viene bombardeando paredes lata en la mano.
“Martin Córdoba es un dibujante, grafitero y muralista que se ha formado en la tensión entre la enseñanza de las instituciones y la lógica urbana de la calle. Ha trabajado en diversas dimensiones utilizando distintas técnicas que van desde el trabajo con aerosol y aerógrafo hasta la acuarela. Realizó diversas muestras individuales y colectivas en museos y salas de la ciudad y participó en numerosas pintadas acompañando eventos de carácter literario y musical junto a bandas como el Barco del abuelo, Las Wi fi y Bort en vivo en el CAFAROCK y en el URBANFEST de Cochabamba (Bolivia)”, dice parte de un texto escrito por Mariano Gusils Navasal y publicado en ocasión del evento que ahora nos mueve a conversar con Martín en su casa, al calor de unos fideos con salsa bajados con un par de frescas. “Pesadillas urbanas” es el título elegido para la presentación que al momento del cierre de esta edición se lleva a cabo en un bar de la calle Balcarce.
“Lo que hay en Coyah es un proyecto que arranqué hace dos meses a pintar, son murales que en una primera etapa eran decorativos, que no tienen mucha correlación entre uno y otro, hay algunas cosas que van haciendo de nexo entre una pared y otra. Ya la segunda etapa viene a ser el Niño Calavera, que arranca en Coyah para finalizar en una muestra la primera quincena de mayo en la Galería Mamoré (Tres Cerritos)”, nos cuenta Martín que ahora y en los próximos meses quiere iniciar una especie de cruzada reivindicatoria en las paredes. El enemigo, si es que de alguna manera se lo puede denominar, es la propaganda política, esa que a estas alturas del año ya inunda las calles con rostros rancios, promesas al pedo y datos bastante de mierda en los que hay que ser muy gil para creer. Pero eso sí, el photoshop de las jetas ha sido muy cuidado, la elección de colores no muy certera y el gasto de plata, monumental.
Haga usted un ejercicio la próxima vez que abandone su casa, comience a contar la cantidad de murales, afiches y pintadas de índole política que encuentre hasta su destino, sea cual fuere: comprar pan, pegar faso o pagar la cuenta del gas. Al mismo tiempo cuente la cantidad de murales, afiches y pintadas que no responden a la campaña de tal o cual político. Una vez obtenido el resultado podrá saber cuál puede ser una de las motivaciones de Martín Córdoba para darle vida al Niño Calavera. La ciudad está plagada de intencionalidades proselitistas en sus paredes. Usted no puede salir de su casa sin encontrarse a los pocos metros con la cara de algún candidato que no sonríe torcido, que parece limpio, hasta buen tipo, pero que todo eso, seguramente, es obra de un publicista.
“Después de lo que ha pasado con Guinet, que lo han tapado y ha sido toda esa historia, yo ahora voy a hacer un desquicio total. Ese es el objetivo principal con el que nace este Niño Calavera”, cuenta Martín, y a lo que hace referencia es al episodio en el que un mural obra de Julien Guinet (un compadre francés haciendo de las suyas en las paredes salteñas hace un tiempo) sobre el cual fueron puestas pegatinas de un joven candidato y se armó un revuelo porque los defensores del candidato decían que cuando esos afiches fueron puestos el mural ya estaba tapado por otros afiches. Una especie de yo no fui, fue teté, que augura el futuro de ciertos candidatos que no se hacen cargo de nada.
Entonces la idea de Martín es contrarrestar este tipo de situaciones, algo así como un ojo por ojo en el que nadie se quede tuerto. Las intervenciones de paredes que vendrán en los próximos meses tendrán la particularidad de contar con este Niño Calavera irrumpiendo en medio de la cartelería proselitista, un acto riesgoso que su autor nos resume así: “Niño Calavera nace de una forma estática con la idea principal de ganar espacios en la vía pública en este momento de elecciones. Son pegatinas de un metro, todas iguales, la misma forma pero intervenidos de distintos colores. Ahora, cuando pase la muestra de Coyah, voy a salir a darle intensidad a la pegatina, salir un día y poner veinte o treinta sobre lugares que ya estén con pintadas políticas. El niño calavera ahora está estático, va a ir tomando movimiento con el paso del tiempo. Para ir contando historias con la imagen, historias de mi niñez, cosas que me pasaron, buenas, malas, todo a través de él”, relata Martín que sabe de los peligros al intentar este tipo de incursiones y a lo que se puede atener si es que se encuentra con algunos pegatineros densos y asume el riesgo de que lo agarren a cocachos: “Voy a salir con un casco de futbol americano y un winchaco de ardillas como el maestro de la confusión”, dice entre risas y humo.
En cuanto a la relación que algunos artistas plásticos puedan tener con los candidatos en épocas de campaña, Martín nos cuenta una de las experiencias que él tuvo hace poco y que seguramente se repite en las otras disciplinas pero con distintas particularidades: “Los chabones no me pedían ningún tipo de imagen para hacer, ni nada, solamente que usara los colores referidos a la campaña. El tema es que te arrancan diciendo ‘vamos a hacer 20 murales’ y después haces uno y chau. Entonces con esa sola imagen terminan diciendo ‘apoyamos a los muralistas, al arte urbano’. Siempre lo hacen. Lo que busco ahora con el Niño Calavera es meterles un poco el dedo en el orto. Entonces voy ahora yo y los tapo a ellos”. La idea en este caso es partir con las intervenciones pegatineras utilizando los “papeles que reciclamos de una obra de teatro que no se hizo nunca acá, la de la hija de Maradona”, entonces de un lado estará el Niño Calavera y del otro la hija del Diego, tal vez eso no importe mucho, o tal vez sea un indicio de las dos caras que en el arte actual se vislumbran en un mismo rostro: de un lado la porquería que recibimos y reciclamos, del otro lado la obra que se reinterpreta con otros colores.
Además del formato en afiches, el proyecto también tendrá movimiento a partir de los murales que se harán hasta mediados de mayo, un par o más, junto con las esculturas en fibra de vidrio de una altura aproximada de 30 centímetros, “esos Niños van estar invadiendo la ciudad, en algunos lugares, atornillados en los árboles, postes de luz”, alrededor de 30 esculturas por toda la ciudad, si es que el plan de Martín se concreta antes de que lo caguen a piñas. “Nunca se me había ocurrido hacer un proyecto tan grande de una obra, que me lleve tanto tiempo. Es como un nacimiento, crecimiento y muerte del Niño Calavera, es como el relato de una vida”, nos comenta para luego reflexionar acerca del muralismo salteño y sus limitaciones de índole material: “Los materiales que usamos en la calle, cuando no es un encargo de alguien, son nuestros, cosas que quedan de otros laburos. Cuando hay movidas de grandes murales ya se pide algún tipo de sponsor, que generalmente no te da pelota y lo terminamos pagando nosotros o nos ayuda alguna gente amiga, porque institucionalmente aquí nadie te da bola. Recién ahora están empezando a abrir un poco”, comenta entre cagado de odio y alegre porque alguien trajo más birra.
En cuanto a la recepción de las obras en la vía pública, Martín nos cuenta parte de su experiencia: “La calle tiene un público que es general, al lado de un mural la gente pasa y lo ve el que quiere y el que no. La calle sería como más popular, y con esto no quiero decir que el museo no lo sea, pero es distinto. Generalmente cuando uno va a un museo o a una galería es como que está mostrando para sus pares, para coleccionistas o gente que realmente está interesada en el arte; la calle está para todo el mundo, para el que quiere y el que no quiere lo ve igual”. “En el tema del uso de las paredes, yo para hacer un mural en la calle no he pedido permiso nunca en ningún lado porque tratamos de agarrar paredes que ya estén hechas pelota o atrás haya un baldío; agarramos las paredes muertas. Los vecinos de todas formas están chochos cuando caemos a pintarles una pared de esas porque le cambiás la cara, la visión de cuando ellos salen todas las mañanas y se ponen a ver eso”.
Esa es una consigna primordial, cambiar el rostro de las paredes, modificar la propaganda que abunda y hastía, una empresa que Martín ahora se pone sobre los hombros y tiene un par de meses para llevarla adelante; y a la cual le daremos el seguimiento que se merece, porque éste es nada más que un anuncio de lo que se vendrá en los próximos dos meses; luego, cuando el Niño Calavera haya incursionado con su historia en las paredes de Salta, conversaremos seguramente con su autor para saber cómo fue ese devenir. Cuáles fueron las peripecias muralísticas circundantes y todas las anécdotas que saldrán de esta experiencia, es lo que Martín Córdoba nos promete contar en una futura entrevista, una vez aplacado el calor electoral y cuando esta provincia tenga a sus nuevas autoridades posando con una banda que les cuelgue del cogote, que por lo que se vislumbra, seguirán siendo los mismos garcas que hasta ahora nos vienen gobernando. En todo caso, será siempre mejor votar por el Niño Calavera.