Tras las elecciones, el clima de época conservador y derechizante habilita a que los defensores de la educación católica en las escuelas públicas amplíen sus horizontes: no quieren que se enseñe perspectiva de género, respeto por la diversidad, ni ideas de izquierda que critiquen el sistema capitalista. (Franco Hessling)
Después de la derrota del oficialismo provincial el domingo pasado, la revista Barcelona hizo circular una imagen satírica del gobernador, Juan Manuel Urtubey con un hábito de prelado, en la que se preguntaba cómo podía ser que un gobierno más fascista y católico le hubiese ganado. La socarronería de Barcelona va en línea con la tozuda defensa de la educación religiosa católica en las escuelas públicas que lleva adelante el mandatario, situación que por amparos de padremadres deberá ser resuelta en las próximas semanas por la Corte Suprema de Justicia de la Nación. El hecho de que un medio nacional lo defina de ese modo, conservador y oligarca, no hace más que demostrar que la frescura de su juventud, a partir de la que por muchos años gran parte del país lo creyó progresista y con aires de renovador, quedó definitivamente enterrada.
Interesa analizar, además del derrumbe de la fachada jovial de Urtubey, lo que implica en términos de conservadurismo el triunfo de Cambiemos el 22 de octubre pasado. Si Urtubey es conservador y oligarca por prosapia y condición social, Martín Grande, el electo diputado nacional por Cambiemos, lo es por deriva de enriquecimiento. El caso de Grande es el del esclavo que se vuelve amo, para lo cual además de trabajar en su movilidad social ascendente hubo que mostrarse amigable con el resto de los amos; una vez aceptado en el grupo de los dominadores, hace relucir ideales retrógrados, como si su pasado de esclavo lo obligase a exacerbar su actual condición de amo. Grande no nació en cuna de oro ni fue empresario siempre, se inició como trabajador de prensa y consiguió lo que tantos chicos malos desean, ser inversionista de medios y dirigente político.
El diputado electo por Cambiemos no representa la quintaesencia del espacio político, más identificado con la filosofía new age que con el catolicismo, aunque sí coincide en una cosa matricial: el realce de los clásicos valores de lastre judeocristianos con sus consecuentes instituciones sociales, principalmente la familia. En eso, acierta Barcelona al ironizar sobre la derrota de Urtubey, quien hizo todo tipo de cosas para interpelar a la población que tiene arraigo con ese modelo de vinculación social (sean católicos o no). El gobernador puso tanto empeño en eso que se ocupó de que se filtrara la información sobre el embarazo de su esposa precisamente en la semana previa a las elecciones. El gobernante con su familia feliz; después de un divorcio, claro está.
Grande no tiene divorcios encima, concuerda mejor con la imagen de puritanismo que pretenden dar los que en estos tiempos se erigen como defensores de “la familia”. Aunque la imagen de Barcelona haya sido bufonería, el paso de los días tras el domingo pasado no pararon de darle crédito a la preocupación que le atribuían a Urtubey. Luego de la victoria electoral de Cambiemos, en los grupos de redes sociales de docentes de la provincia comenzó a circular un mensaje que, solapadamente, pretende que consideremos a la escuela como un lugar aséptico, donde poco o nada se aprende más allá de los contenidos disciplinares, ya que lo que sucede allí es la reafirmación de lo que se inculca en el lugar preeminente de todo humano de buenas costumbres: la casa.
El mensaje, que pretende defender una laicidad sesgada, pues nunca se denuncia la enseñanza de catolicismo en las escuelas públicas, asegura que “es en casa” donde se deben aprender modales, valores y hábitos. También subraya que en casa se aprende a “amar a Dios”, sin aclarar si se refiere a Diego Maradona o a la deidad monoteista de los católicos, aunque se deduce que hace mención a la segunda de las opciones. Además, el comunicado de redes sociales se ocupa de resaltar que, además de las asignaturas, la escuela sólo se ocupa de “reforzar lo que el alumno aprendió en casa”, y que por lo tanto, en ella no se aprende sobre “sexo, ideología de género, activismo LGBT, comunismo, izquierdismo, socialismo e islamismo”. De la negativa de Urtubey de enseñar Educación Sexual Integral (ESI) en las escuelas a la estigmatización de ideas que no comulgan con el orden social vigente, patriarcal, heteronormativo, eurocéntrico y capitalista.
Como sello, el mensaje concluye definiéndose como “una campaña contra la inversión de valores y a favor de la familia y de un mundo mejor”. Muy new age, todo relativo, todo liviano, siempre y cuando no vaya en línea con construir una estructura social diferente a la existente.
Los promotores del mensaje no se ahorran macartismo ni estigmatización, señalando a las ideas de izquierda como una amenaza a las normales atribuciones de la escuela, a la que, a juzgar por sus omisiones, suponen como un faro para reproducir las ideas conservadoras, de sentido común y de ordenamiento disciplinante. Es decir, a paladar de los que ensalzan la campaña, la escuela se debería ocupar de enseñanzas machistas, heteronormativistas, a favor del mercado, los negocios y la cosificación de los humanos en el mundo del trabajo alienante. Una laicidad extraña para la escuela pública, similar al rasero de transparencia y probidad de Cambiemos, de alta vara para juzgar a los rivales políticos pero bastante holgazana para con los propios. Sino baste con observar el desempeño de la Oficina Anticorrupción encabezada por Laura Alonso. De ser una estimulada denunciante de los abusos de poder hasta 2015 a un mutismo notorio desde que asumió al frente de dicha dependencia.
El fallo de la Corte Suprema de Justicia sobre la educación religiosa en las escuelas podría ratificar la posición de Urtubey, apellido que casualmente rima con Opus Dei. El oficialismo nacional no dista mucho de las posiciones del gobernador, aunque evidentemente las maneja con menos disimulo que éste. El clima de época los envalentona y, así, sin ESI y con mucha estigmatización y macartismo, se pretende que la escuela cada vez cercene más las ideas, discipline la mano de obra y sea funcional a sostener un sistema desigual.