Representantes de 7 comunidades–wichí, toba, guaraní, pilagá, chorote, tapiete y chulupí- se dispusieron a refundar el emblemático acampe indígena que lideró Félix Díaz.
Aunque el contexto es otro, las mismas demandas que sostuvieron durante el acampe liderado por Félix: el reconocimiento y la titularidad legal de las tierras.
Para Gabriel Espinoza, Cacique de una de las comunidades Tobas situadas a pocos kilómetros de la ruta 86 y dirigente del actual acampe, el reconocimiento jurídico prometido por la ley 26.160 el principal reclamo a atender para poder intervenir en la situación dramática que se vive en la región. Para el grupo que sostiene el acampe, el reconocimiento legal de las tierras es estratégico ya que permite a los propios indígenas avanzar con la gestión de otras demandas como lo son los planes de vivienda e infraestructura para cloacas y agua potable que aún no han llegado jamás a estas comunidades. Entre el conjunto de reclamos que sostienen, se suman el derecho a acceder a planes como el “plan argentina trabaja” a los que no han accedido aun remarcan enfáticamente los 7 representantes. También reclaman la modificación en la edad mínima de los 18 años para acceder al plan universal por hijo, ya que muchos jóvenes de estas comunidade son padres antes de cumplir dicha edad.
Las diferentes comunidades indígenas emplazadas en lo que se conoce como la región del gran chaco han sido fuertemente impactadas por que se define como un desplazamiento de la frontera agropecuaria centrada en la actividad agrícola a gran escala que desde los años 70 ha ido intensificando su producción, principalmente la que refiere al monocultivo de soja, limitando fuertemente el acceso a recursos que han sido históricamente vitales para la subsistencia en estas poblaciones.
La problemática de los diferentes pueblos indígenas de nuestro país y los reclamos por tierra y territorios deben comprenderse en términos de trayectoria histórica. Dentro de esta trayectoria para el caso de los pueblos del Gran Chaco, se puede señalar que para las primeras décadas de conformación del Estado Nacional, los mismos fueron incorporados a la economía capitalista como mano de obra estacional y precaria para el desarrollo de las actividades extractivas. En este proceso los pueblos del gran chaco fueron configurando prácticas de economías mixtas para la subsistencia, basadas en el trabajo asalariado precario y estacional mencionado en combinación con el sostenimiento de actividades de caza y recolección, pesca y cultivo que permitían complementar los recursos mínimos y necesarios para la subsistencia. En el marco del nuevo avance de la frontera agraria proceso que comienza de forma paulatina a partir de 1970 tomando un ritmo de crecimiento más acelerado a partir de 1990, y alcanzando niveles inéditos en la década siguiente en relación a la tala de bosques. Asimismo el acceso al empleo temporal y estacionario disminuyó significativamente, debido a que el proceso de producción agrario actual, especialmente la producción intensiva de soja, requirió de menor mano de obra. Asimismo las actividades de caza, pesca y recolección, y algunos cultivos- como prácticas que pervivieron en torno a una economía de subsistencia producida como estrategia adaptativa a los escenarios socio políticos planteados desde fines del XIX- se vieron fuertemente afectadas en las últimas décadas, provocando una necesaria reducción de las mismas. La actividad artesanal que contribuyó a sumar recursos monetarios a sus economías familiares, se vio también afectada por la pérdida de acceso a la madera. La madera en las comunidades indígenas de la región representa no sólo un insumo para la producción artesanal, sino también un insumo para cocción de alimentos y calefacción. Estas condiciones han impulsado a la revalorización de la lucha por la tierra y por el territorio a una revalorización de sus prácticas ancestrales, y a la conformación de reclamos educativos y de salud que se expresan en los programas políticos de los pueblos indígenas del presente.
El ingreso de estos pueblos a la económica capitalista ha estado fuertemente marcada por una profunda desigualdad social, cultural y económica y se ha realizado en el marco de procesos de conquistas, de esclavización y de expropiación de tierras y de masacres. Lejos de mermar este proceso se ha continuado de la mano del desarrollo del capitalismo haciendo insostenibles las condiciones de vida en las comunidades indígenas. Esto se expresa en el crecimiento de los casos de desnutrición, tuberculosis, Chagas y diferentes enfermedades congénitas y también como denuncian los referentes indígenas en el incremento de suicidios en jóvenes y diferentes adicciones.
Estas condiciones son las que impulsan como respuesta el acampe como medio de visibilización de sus problemáticas y fortalecimiento de las organizaciones indígenas.