El autor del libro “Salta Montonera” se refiere a las celebraciones oficiales del 25 de mayo y sus muchos, pocos o nulos vasos comunicantes con la asunción de Héctor Campora y Miguel Ragone en mayo del 73. Tiempos distintos, sociedades distintas y realidades diferentes donde treinta años fueron mucho. (Daniel Escotorin)
El acto multitudinario del 25 de mayo pasado en la Ciudad Autónoma de la Ciudad de Buenos Aires tuvo como momento culminante el discurso de casi hora y media de la presidente Cristina Fernández. Luego de tres días de actividades culturales vinculadas a la conmemoración del aniversario de la “Revolución de Mayo” la concentración final fue una demostración de poder y capacidad de movilización del kirchnerismo que terminando 12 años de gobierno (Néstor + Cristina), evidencia un notable apoyo popular, cuestión que pone los pelos de punta a cierta parte de la oposición política y social.
El discurso de Cristina Fernández cerró notablemente esas jornadas dejando de lado aquel lejano 25 de mayo de 1810 para limitar la conmemoración a la etapa que arrancó con otro 25 de mayo, del 2003, cuando asumió el extinto Néstor Kirchner. Veinticincos de mayos; paradoja o no, en aquel año se cumplían significativamente treinta años de la asunción de un personaje denostado por largo tiempo por la Historia oficial o la crónica historiada a posterior por los vencedores de una etapa oscura de nuestro pasado: Héctor José Cámpora. Ese 25 de Mayo de 1973 pareció que la Historia argentina daba un giro copernicano. La revolución inconclusa, peronista, socialista y/o montonera, según las consignas de esa época, estaban a la vuelta de la esquina. En Salta, hubo también un 25 de Mayo en aquel año que marcaría nuestra historia local. Asumía el gobernador electo Miguel Ragone.
Paradojas. En su discurso inicial en el Congreso de la Nación, Néstor Kirchner se reivindicaba como parte de esa generación golpeada y desaparecida de los setenta, pero al mismo tiempo, y allí la paradoja, a treinta años del sueño de su generación de un “socialismo nacional” también levantado por Cámpora, Kirchner proclamaba: “En nuestro proyecto ubicamos en un lugar central la idea de reconstruir un capitalismo nacional”. Tiempos distintos, sociedades distintas, a no negarlo, realidades diferentes donde treinta años fueron mucho.
Ragone en la encrucijada
El 25 de mayo de 1973 fue una jornada que quienes tienen hoy la posibilidad de revivirla en su memoria la recuerdan como extraordinaria: la gente en la calle, en la plaza Belgrano frente a la Legislatura una muchedumbre pocas veces vista y que acompañaría en un lento y fatigoso andar hasta la Casa de Gobierno, en ese entonces en Mitre 23 actual Centro Cultural América. El país estaba contagiado de un sueño que se encarnaba en la figura de los jóvenes, peronistas o de izquierda, de cualquiera de ellas. El sueño de la revolución y Miguel Ragone no estaba dispuesto a traicionar esa utopía.
Él junto a su gabinete y su intendente municipal de la ciudad de Salta (que en ese entonces era designado por el Poder Ejecutivo) Héctor Gerardo Bavio acompañarían ese andar: “La humanidad asiste al advenimiento de un nuevo orden social. Nuestro país no puede quedar marginado de este proceso que conduce a los pueblos al encuentro con su emancipación (…) el General Juan Domingo Perón así lo expresa y con ello nos marca sabiamente cual es el camino a transitar. Él lo ha llamado Socialismo Nacional». Fueron algunas de sus palabras en aquel día. Le decían el “terco” ¿por su testarudez o por el apego a respetar sus convicciones? Con esa terquedad gobernó desde ese día hasta el 23 de noviembre de 1974 cuando la provincia fue intervenida por el gobierno de Isabel Perón y abriendo el camino a la feroz represión que no cesaría ya hasta mediados de la dictadura militar.
Pero nada de eso se sabía ni esperaba ese día de 1973. Ragone caminaba las calles de Salta junto a miles de jóvenes salteños de la Juventud Peronista (JP), de Montoneros, del FRP de Jaime y Salomón y tantas agrupaciones que soñaban el socialismo. El gobernador se los había prometido. Cámpora también allá en Plaza de Mayo y rodeado por Osvaldo Dórticos presidente de la Cuba de Fidel y el Che, y por Salvador Allende, el presidente chileno que prometía la “vía chilena al socialismo”, tampoco sabía que en apenas seis meses la metralla fascista acabaría con su vida en el Palacio de la Moneda en Santiago.
¿Era posible aquel sueño? ¿Una utopía más para seguir caminando, según la proposición de Galeano? Visto desde este futuro indeseado, desde la comodidad intelectual de quienes proponen la asepsia científica y pragmática se vuelven ellos, Ragone y su generación, en idealistas, voluntariosos, vidas desperdiciadas en aras de lo imposible.
Por aquellos años los poderes reales, fácticos o invisibles, ya diseñaban el nuevo orden para reestructurar la sociedad capitalista, acabar no solo con la pretensión de socialismo, sino además con la idea de un Estado benefactor, activo y popular. Se va a llamar neoliberalismo esa criatura concebida por tecnócratas del imperio. El choque no podía sino ser terrible, no había posibilidad ya de empate. La moneda debía caer de un solo lado. Lo que sobrevino después ya es parte de nuestro pasado/presente continuo: La dictadura, la democracia débil, el neoliberalismo, un país a punto de desintegrarse y la memoria colectiva que se aferra a la conciencia de una democracia que se fortalece en la acción y la solidaridad conjunta para renacer de nuevo, eso fue el 2001 hasta el 2003.
Y si hablamos de poderes, en un anticipo de lo que vendrá en estos tiempos. La lucha política entre el espacio popular, transformador, donde se encontraba el gobernador y la tendencia revolucionaria peronista y el sector conservador y ortodoxo, se desarrolló en las calles pero principalmente en los medios, o con los medios: el diario El Tribuno (dirigido por Roberto Romero) se había convertido en mucho más que el vocero de la oposición, liderada por Romero mismo, era la cabeza de la oposición. En torno a este medio giraban las fracciones internas del PJ y la CGT. El hecho central de esto fue cuando se declaró en mayo del ’74 una huelga por tiempo indeterminado (que duró un solo día). El Tribuno adhirió no saliendo la edición de ese día mientras los canillitas desoyeron las órdenes de su gremio y trabajaron con normalidad.
El futuro del país giraba en torno al conflicto condensado al interior del movimiento peronista. ¿Era el peronismo el vehículo apto para transformar la sociedad? Movimiento masivo, popular, ideológicamente ambiguo pero continente de las expectativas de justicia social de las mayorías plebeyas. Treinta años después el debate se reabre sobre ejes actualizados sobre la potencia política de un movimiento que se renueva, se reacomoda, se adapta a contextos tan disimiles como contradictorios. Ignorar esta capacidad es condenarse a la marginalidad política de lo testimonial bajo discursos políticamente siempre correctos.
Miguel Ragone fue secuestrado y desaparecido el 11 de marzo de 1976. Justicia y Memoria mediante su figura renace y pervive en la sociedad como un político íntegro, leal, honesto en todas las formas. La Casa de Gobierno ya no está en Mitre 23. Se alejó para asentarse en el barrio Grand Bourg, lejos de protestas y pueblos andantes, esos jóvenes ya no están, dejaron de serlo, en el almanaque pero no en sus sueños de igualdad colectiva. Están los nuevos jóvenes, las generaciones que reviven esos días y que no permiten que ningún 25 de mayo vuelva a encerrarse en las páginas de ningún Billiken.