Con el título “No tan atada”, Cuarto Poder había publicado un análisis que mostraba que lo que todos aseguraban – la supremacía de Guillermo Durand Cornejo sobre Gustavo Sáenz – no era tal. Reproducimos aquel artículo publicado el 7 de marzo de este año.
“Y de repente, una mañana, Guillermo Durand Cornejo despertó para descubrir que era el enemigo de hombres y mujeres que conforman su propio espacio político. De allí partieron, justamente, los ataques más furiosos contra él sin que nadie de peso político haya acudido a defenderlo. Las razones profundas de esos ataques poseen una complejidad mayor a la de cualquier comentario que se haga al respecto, aunque aquí, en medio de una coyuntura electoral que se intensifica a medida que nos acercamos a las PASO, tengamos la obligación de comentar algo sobre esas acusaciones a Durand Cornejo que a veces parece querer flaquear y abandonarlo todo.
Un dato no menor atraviesa todo esto. La gente que dice apoyar la candidatura de Gustavo Sáenz y ataca por ello a Durand Cornejo no parece estar interesada en recomponer las relaciones en el futuro. Y en esa actitud, los observadores creemos ver algo más fuerte que la simple disputa electoral entre dos contrincantes directos a la intendencia capitalina: la convicción de quienes atacan a Durand Cornejo de que éste es lo absolutamente otro en lo que a tradición política se refiere. Algo de razón tienen. Y para confirmarlo habría que repasar brevemente la historia política del actual diputado nacional que en los últimos meses parece empecinado en desgastarse a sí mismo entre los suyos. Situación que algunos explican por cuestiones estrictamente personales, a un tipo de vanidad que se satisface cuando Durand Cornejo siente que la gente ve en él lo que él pretende que vean (un ganador que se lleva todo por delante) y termina cayendo en una obstinación que a diferencia de la vanidad, es una práctica que prescinde de la aprobación de los otros porque se conforma con escuchar los mandatos del simple y personal capricho. No se trata aquí de poner en duda ese rasgo personal que muchos le atribuyen al diputado nacional. Se trata de ver si ese supuesto rasgo tiene relación con la naturaleza de su propia carrera política.
Y ahí sí uno se siente más seguro para concluir ciertas cosas. Porque esas personalidades suelen ser el rasgo de los típicos outsiders que desde hace décadas emergen en la escena política continental, del país y de la provincia. La del hombre que hace política gritando que la política y sobre todo los políticos lo asquean; el antipolítico que vive de la política como los políticos pero reivindica su no pertenencia a los partidos políticos porque ha descubierto que estos les quitan más de lo que le agregan en una etapa de evidente crisis de representación de los partidos políticos. Mecánica que a Durand Cornejo le ha permitido estar cómodamente bien. Bien porque con ello ha tenido grandes performances electorales, y cómodamente porque siendo propietario del sello electoral que le permite participar de elecciones, nunca comprometió fidelidad a objetivos esenciales de un determinado colectivo político, nunca estuvo vinculado a bases sociales específicas cómo las que reclaman para sí los partidos políticos. De allí que pueda acceder a una banca con un espacio y llegar al Congreso Nacional y decir que lo mejor para él era sumarse a la bancada de Mauricio Macri. Es decir, individualismos de este tipo pueden protagonizar migraciones políticas tranquilas que rara vez generan escándalo porque simple y poderosamente no tiene una militancia propia que lo putee, sino empleados y votantes. Estos últimos, incluso, pueden ser indiferentes a esas migraciones porque, como el cultor de la antipolítica como Durand Cornejo, están más atados a las opiniones que han desplazado a la ideas. Opiniones que a la vez no pueden ser refutadas por ideas porque la opinión, por definición, suelen partir de la experiencia y la subjetividad individual que siempre son cambiantes.
Pero comodidad que se pierde cuando el outsider que desea pasar de la comodidad de una banca parlamentaria aspira a llegar a un puesto ejecutivo de importancia y para ello decide ser parte de un armado en el que hay gente con las mismas aspiraciones y que, en el caso del espacio que eligió Durand Cornejo, está compuesto por hombres y mujeres que vienen de una tradición política distinta y que acá podemos graficar así: una mesa con muchos jugadores de truco donde las conductas y las decisiones son innumerables; jugadores que saben que para ganar deben imponerse a muchas voluntades; que saben que el azar juega y juega mucho; y que en la mesa de juego todos los jugadores tratan de engañarse uno a otros. Durand Cornejo llegó sin experiencia al peor de los lugares de la política en el peor de los momentos. Y es que además de encontrase en el interior de ese espacio con un competidor que trabaja para ganarle las internas, es un competidor que en la arena nacional responde a un presidenciable que no quiere regalarle al satélite de Macri -Durand Cornejo- un triunfo en la capital salteña para evitar que ese mismo Macri publicite el día después de las elecciones que su espacio ha triunfado en la ciudad de Salta, algo que justamente es lo que aspira a hacer Sergio Mazza con Gustavo Sáenz. Porque esta puede ser una provincia diminuta en cuanto peso electoral, pero en abril y mayo será epicentro político del país porque al ser la primera contienda que defina cargos ejecutivos, todos los que disputarán la presidencia de la nación desean atribuirse un éxito propio que los posicione mejor en las nacionales.
Y entonces todos los jugadores juegan. Los de adentro que ven en la provincia el objetivo último de todos sus movimientos; y los de afuera que ven en la provincia la posibilidad de atribuirse un triunfo que después deberá combinar con otros para ir tejiendo una presidencia. Y como todos juegan, Durand Cornejo lo padece. Siente como los supuestos aliados le endilgan su insoportable egocentrismo; cómo lo acusan de ser una personalidad pretérita, un cholo que no ha escapado de las concepciones conservadoras de la primera mitad del siglo XX donde la política significaba subordinarse a una figura que solía ser también el dueño del partido; e incluso a recordarle que su programa de gobierno aparece como uno de los menos fecundos y creativos por contentarse con proponer que se cumplan las leyes porque supuestamente la sola aplicación de las existentes, garantizarían un retorno al orden perdido que nadie sabe bien cuál es y cuando ha imperado. Y ahí Durand Cornejo tambalea. Y ahí descubre que si quiere seguir en carrera no sólo debe tragarse sapos como cualquier peruca, sino también que como cualquier peruca deberá obligarse de cuando en cuando a simular que goza de esa comida.
Todo ello, en medio de encuestas que lo señalan como ampliamente favorito para ganar la intendencia aun cuando cuestiones numéricas y políticas lo obliguen a no excederse en la confianza. Lo primero porque en la últimas elecciones de las que participo, Durand Cornejo no fue el que cosechó mayores votos en la capital provincial: sus impresionantes 74.087 sufragios fueron inferiores a los más impresionantes 80.320 votos de Pablo López, el trotskista que ahora deberá lidiar con una merma considerable por la incapacidad de su fuerza para instalar como agenda de la ciudad los temas que prometieron resolver cuando triunfaron. Pero sobre todo porque, independientemente de las posturas ideológicas que separan a Durand Cornejo de López y del propio Gustavo Sáenz que en noviembre del 2013 arañó los 60.000 sufragios sin el apoyo de una parte importante del aparato justicialista, los tres suelen disputar una misma y numerosa franja del electorado salteño al que interpelan de igual forma: desacreditando a los figuras políticas “normales”; desprestigiando a lo que ellos llaman los partidos políticos tradicionales a los que asocian con la llamada “vieja política”; y apelando al cansancio de los votantes que se disponen a experimentar no con ideas sino con figuras. Durand Cornejo y Gustavo Sáenz, además, buscan esos objetivos apelando a una técnica que ya conocemos: hablándole al corazón del elector, buscando contar con la simpatía del mismo mientras tratan de introducir en el elector la antipatía por el adversario; caerle bien a esa gente que ellos llaman el ciudadano común y que están seguros que sólo vota a aquellos que le caen bien. Que se parezcan tanto en estos puntos y disputen por el favor de tanta gente de un perfil similar, explica también la furiosa campaña que protagonizan y amenaza con dejarlos exhaustos.